Capótulo 35

Reencuentro con camaradas

Tras vestirme con ropa cómoda que me ha traído Brenda, hemos vuelto a la sede de New Times & Horizonts. 

Mari Tere sale a recibirnos y me abraza como a un hijo pródigo que regresa a casa después de mucho tiempo.

–Qué alegría  verte volver de tu guerra particular y regresar casi con las mismas piezas. –

–¿Cómo que casi? –

–Bueno, me sabe mal hablar de esto y que te puedas sentir dolorido en tu amor propio, pero me dijo mi Horacio que te habían volado un testículo. –

–Te diría que tu marido es un payaso, pero a diferencia de ellos, él no tiene ninguna gracia. –

–Perdona, sabía yo que no te iba a gustar mi comentario, comprendo que es un tema especialmente desagradable. –

–A mi JuanVi no le falta ninguna pieza de sus bajos, es más, creo que le sobran en según qué circunstancias... –explota mi Mari.

–Bueno, no discutamos por un huevo más o un huevo menos.– media Bobby, el botones, que también ha salido a recibirnos.

Subimos a nuestra habitación. Parece que ha pasado una eternidad desde que la abandoné por última vez camino de Verdún. En la mesa auxiliar una botella de vino francés y unos canapés fríos. Hay que reconocer que Brenda está en todos los detalles.

Mari se sienta en la cama.

–Bueno, pues ya pasó todo. Ha sido algo tan especial, diferente, extraordinario…–

–Y horrible. No te olvides de lo que hemos visto y el miedo que hemos pasado. –

–Ahora lo que toca es darnos un buen baño. Todavía conservamos el olor a pólvora y humanidad de las trincheras. No han podido con ellos ni el olor a hospital. –

Me siento junto a ella en la cama. Es tan blandita y confortable que me resulta casi un pecado mortal comparada con los lugares en los que hemos dormido últimamente.

–Dúchate tú primero. Yo lo haré después y descansaré un rato. Todavía me duele bastante el hombro. Pero no tardes tanto como acostumbras.

–Tan cascarrabias como siempre. Las mujeres nos lavamos concienzudamente, no como vosotros que sois todos unos guarros.

Tenemos que estar en el  comedor a las dos de la tarde. No te entretengas mucho, a las dieciséis horas tengo la entrevista con Mister Patterson y su asqueroso cliente el coronel.–

–¿Qué les vas a contar? Recuerda que el tesoro se lo devolvimos a sor Chochette. Las cajas están vacías. –

–La verdad es que tengo muchas ganas de hablar con ese tipo. Creo que he hecho lo correcto. Va a ser la primera vez que disfrute dando cuenta de mi misión a un cliente. Este cabrón me ha puesto en peligro de muerte simplemente para obtener un tesoro robado y que no le pertenece. –

–Pues nada, tú mismo. Espero que te vengues como corresponde a un canalla de su calaña. –

–Lo tengo todo previsto para darle lo suyo a ese mierda. Y por cierto, ya has tomado una decisión acerca de si continuamos con esta locura de trabajo o no? –

–Sí, lo he pensado durante estos días mientras te observaba en coma en la cama del hospital. –

–¿Y? –

–Creo que lo mejor sería volver a casa. Los viajes en el tiempo son cojonudos y realmente excitantes pero no vale la pena morir en un tiempo y lugar desconocido. Nuestro momento es el que es para bien o para mal. –

–¿Estás segura? –

–Sí, y creo que tú también deberías reflexionar sobre eso. Piénsalo bien. –

–De acuerdo. Probablemente tienes razón. En cuanto termine la reunión con el coronel Stupiden le comunicaré a Mister Patterson que abandonamos. –

Se levanta de la cama y me besa, después saca del armario algo  para vestirse después del baño.

Me tumbo en la cama todo lo largo que soy. Miro hacia la nada y el pasado se apodera de mí. Türuten se me aparece como en un sueño mal dibujado en la escayola del techo. ¿Qué habrá sido de él? ¿Sobrevivió al final a todo aquel horror?

Podría investigar en algún archivo militar. Seguro que debe haber un listado de bajas, muertos, desaparecidos…

¿Y para qué? No importa nada. De una manera u otra debe estar muerto con toda seguridad.  Sus heridas y, sobre todo el haber respirado cloro aquella vez cerca del fuerte Douaumount, no creo que le hayan permitido sobrevivir más de cien años. Es estúpido investigar esas cosas ¿Qué vas a ganar con ello? Al fin y al cabo no es más que uno de esos combatientes anónimos que las pasó bien putas y a los que nadie mencionará jamás.

Escucho el murmullo del agua procedente de la ducha. Es casi idéntico al de las lluvias heladas que nos martirizaban en las trincheras del frente haciéndonos temblar de un frío como jamás experimenté en mi vida.

Mari sale del baño envuelta en un albornoz color rosa. Me observa durante un segundo y se sienta en la cama en donde permanezco acostado mirando al techo con la vista perdida. –

–¿Qué te ocurre, cariño, estás llorando? –

–Nada, simplemente es que no puedo soportar dejar de pensar en tantas cosas… Las misiones en el tiempo son una puta mierda. Siempre se deja uno un buen pedazo de alma en ellas. No soy tan fuerte como tú.–

–Te comprendo. Yo también he llorado en el hospital recordando aquel infierno inimaginable…–

–Añoro a Türuten el corneta, a Chuminé la monjita ladrona y los días pasados en el convento. Todo fue tan especial…–

–Seguramente tuvieron un destino mucho mejor que si no hubieses aparecido por allí. Quédate con eso. –

La miro y compruebo que ella también ha tenido su propia crisis de identidad pero la ha superado a medias durante el tiempo en el que ha permanecido junto a mí en el hospital.

Nos abrazamos. Al fin y al cabo todo ha salido bien y nada ni nadie puede cambiar los hechos que se produjeron durante aquellos años terribles en el corazón de Europa.

Intento             quitarle el albornoz. Es curioso que cuando uno está tan cansado deseé más que nunca a una mujer.

Se levanta de la cama sin dejarse desnudar.

–Nada de eso.–

–¿Qué te ocurre? ¿Todavía sigues enojada por lo que pasó hace cien años tras los muros de un convento medieval? –

–No, no se trata es eso. Dúchate primero. Hueles a jabalí. –

Me levanto alegre ante la promesa de una mañana loca de sexo. Entro en la ducha sin ropa de repuesto porque pienso salir vestido de Adán.

Me enjabono de tal modo que parezco un muñeco de nieve y el agua calentita me hace recordar que estamos en el confort del progreso y la calidad de vida que sólo los tiempos de paz son capaces de proporcionarnos.

¿Por qué dejamos que unos seres abyectos a los que llamamos líderes nos quiten el cachito de gloria que nos pertenece y por el que tanto nos esforzamos con nuestro trabajo diario y nos destruimos entre nosotros con falsas ideas que esos mismos tipos nos meten en la cabeza para destruirnos en su propio beneficio?

La respuesta es bien sencilla: nuestro cerebro no está diseñado para pensar. Es una especie de esponja que se empapa de ideales malolientes y que se corrompe al son de otras esponjas mucho más corrompidas y, que a la postre, son las que cortan el bacalao. Eso es todo.

¡Qué fácil es convencer a Luis, a Pepe y a Paco de que tras una frontera está su enemigo y que debe aniquilarlo! Y después de eso, cuando intentas convencerles de lo contrario, pegarán un puñetazo en la mesa y te dirán que eres un tonto que no sabe nada de nada y que su deber es aniquilar al enemigo de la patria porque así se lo han dicho unos dirigentes que saben mucho más que tú.

Y es así como hombres que no se conocen de nada y que no se habían hecho ningún daño se dejan la vida por unos ideales postizos. Sí, postizos, porque son implantes de ideas de alguien que saca provecho de esas prótesis mentales empapadas en el más profundo mal.

Necesito dejar de pensar en gilipolleces de estas. Abro más el grifo de la ducha para que salga mayor cantidad de agua limpia y caliente.

Canturreo canciones de las cuales no sé la letra completa y termino tarareando las partes que desconozco.

Me afeito con una maquinilla Guillette  de cinco hojas. ¡Joder que suave! En el frente compartíamos una vieja navaja desafilada que nos había servido al menos cien veces a cada uno y que nos hacía tales cortes en la cara que parecía que volvíamos del combate.

Después de perfumarme con una colonia demasiada empalagosa para mi gusto, salgo del baño completamente excitado esperando por fin que mi Mari haya pasado página y viajemos, esta vez, al lugar en los que los placeres del sexo no dejan espacio para nada más.

–¡Tachaaaan! – Exclamo mientras abro la puerta del baño y aparezco completamente en cueros.

–¿Qué coño haces? – grita mi Mari.

Está hablando con Mari Tere que ha subido a disculparse del comentario que había hecho en la recepción.

La mujer me mira sorprendida y no se le ocurre otra cosa para salir del paso que decir:

–Pues es verdad, mi Horacio ha mentido, no te falta nada. –

–Lo siento, digo mientras me tapo con las manos. –

–¿Ves? No se te puede dejar solo. –dice mi Mari entre risas.

–Un momento, no estoy solo, estaba contigo y además no tenía ni idea de que tuviésemos visita. –

–Bueno, me marcho. – dice la recepcionista cubriéndose la boca con una mano para ocultar su sonrisa.

–Vístete. Se acabó la fiesta. –

–Oye, que esta vez yo no he tenido la culpa de nada. –

–Lo sé. No se trata de eso. He quedado con Brenda y Mari Tere para ir de compras. Nos vamos ya. –

–Vale, haz lo que quieras. – le digo completamente desinflado y con la cara más roja que un tomate. ¡Qué ridículo más espantoso, por Dios!

Me visto con un chándal y unas zapatillas cómodas. Las antiguas botas militares me han hecho unas ampollas tremendas que terminaron convirtiéndose en callos.

Junto al armario, Bobby ha dejado uno de esos cofrecillos de madera en los que se guardan los recuerdos de cada misión.

La abro y observo que en su interior está mi uniforme de comandante del ejército alemán, mis medallas y mi pistola. Cierro el cofre con determinación pero, a la vez, con una tremenda nostalgia.

Aprovecharé las horas hasta que bajemos al comedor para escribir mi cuaderno. Es momento de hacerlo ahora que tengo todos los recuerdos tan frescos que no corro el peligro de omitir detalle alguno.

¡Ojo! No puedo poner nada de Colette. Seguramente Mari leerá el cuadernillo y ella no sabe que mi primera noche en Francia me acurrucó esa muchacha con su calor junto a una vieja chimenea. Ahora que parece que hay una tregua matrimonial no conviene echar toneladas de leña al fuego.

Está decidido, nada de Colette. Supongo que será suficiente con no mencionarla, aunque se quedó con la mosca detrás de la oreja cuando envié a Türuten y a Chominé en dirección a la casa de esa chica.

No, señores y señoras, mi Mari no es de esas que dejan cabos sueltos sin darles primero millones de vueltas. En el momento más inesperado sacará la conversación. No debe pillarme desprevenido ¿Colette? ¿Quién es Colette? No conozco a ninguna Colette.

Me siento en la mesa auxiliar y escribo en el cuaderno todas las cosas vividas en esta condenada misión. Mi mano tiembla de vez en cuando al rememorar episodios tan terribles que es inútil intentar describirlos con palabras. Nadie que no haya vivido algo así puede imaginar siquiera el vaivén de sensaciones que uno experimenta ante semejante horror.

Son las dos menos cinco de la tarde cuando termino de escribir y guardo el cuaderno dentro de la caja que meto, a su ver, en el armario. Estoy satisfecho del resumen que he hecho al que nadie prestará atención en un futuro, pero para mí es importante el haberlo escrito.

Mari entra con varias bolsas con los logos de las boutiques más caras de Philadelphia.

–Hola, cariño ¿Has descansado? – me dice mientras las deja sobre la cama– Yo estoy agotada. Hemos tenido un día de compras glorioso.

Saca un bolso de Louis Vuitton que debe costar una fortuna, para lo que es un bolso.

–¿Qué te parece? 

–Poca cosa para ti. Te mereces lo mejor de lo mejor. –

–Adulador. Hay que ver cómo sois los tíos. Menos mal que no vas a ver el ticket de compra. Se te caerían los huevos al suelo y Horacio acabaría teniendo razón. –

–Deja todo sobre la cama, ya tendrás tiempo de ponértelo. Son casi las dos de la tarde y debemos bajar al comedor junto a nuestros compañeros de trabajo.

–De acuerdo, pero es una lástima que se haya hecho tan tarde. Me hubiese gustado bajar al comedor con este modelito. – me dice sacando un espectacular Balenciaga y unos zapatos Manolo blahnik de una bolsa de plástico .

–No deberías acostumbrarte a estos caprichos tan caros. Cuando volvamos a casa tendrás que volver a vestir con ropa normal. –

–La vida es como un péndulo. Mientras estemos arriba hay que disfrutarla. – mete su mano en otra bolsa y saca de ella una pequeña cajita alargada. Y esto es para ti. –

–La abro y lo que contiene me deja sin respiración. ¡Un reloj de oro impresionante! Esta se ha vuelto loca.

Bajamos por fin al comedor. Pasan cinco minutos de las dos de la tarde. Seguramente Mister Patterson esté molesto por nuestra falta de puntualidad. Parece mentira que este hombre, siendo español, no sepa que para nosotros un margen de media hora es algo razonable.

Al entrar todos se ponen en pie y nos dedican un aplauso que no esperábamos en absoluto. Quedamos paralizados por la sorpresa.

–Gracias compañeros, es un detalle enternecedor por vuestra parte. –

–Para el carro. – me dice Horacio. – Este recibimiento no es para ti. Todo esto lo hemos montado para homenajear a Mari, una nueva gilipollas que va por libre. Hay que tener ovarios para hacer lo que ha hecho. –

–Es cierto, le debo la vida. No sé qué habría sido de mí si ella no hubiese estado a mi lado.–

–No seas cándido y no hagas caso a Horacio. – interviene Mister Patterson. – Este es un homenaje para los dos. Y para que veáis que os apreciamos, queremos que os sintáis como en vuestra tierra valenciana.–

Nos sentamos a la mesa. Hoy toca algo parecido a paella. No, amigos, esto nada tiene que ver con ese plato hecho con leña de naranjo, arroz de la Albufera y aceite de oliva. Esto es una mierda, pero agradezco el detalle.

–¿Ya no duele hombro? – me pregunta Dimitri al que le han puesto una oreja postiza parecida a la que perdió.

–Estoy bien. Ahora ya casi ni siento molestias. –

–Me alegro bastante– chapurrea– Yo tuve misión en batalla de Solferino con Napoleón III. Me hirieron en nalga, cerca de ano. Ahora tengo dos agujeros en culo. Esas cosas doler mucho.–

–Sí, por lo visto estas misiones que se desarrollan en guerras son las más peligrosas. –

–Pues deberías haber estado en la selva amazónica con Pizarro,  como mi Horacio. Los indios reductores de cabezas son lo peor cuando te atrapan…–

–¿Te pasó a ti? – pregunta mi Mari horrorizada a Horacio.

–Sí. – responde con muy mala leche– Pero se equivocaron de cabeza. Esta Mari Tere parece que disfruta sacando siempre la misma conversación. ¿A qué viene eso ahora? – pregunta a su mujer.

–Hombre, yo lo digo para que no quedes como un mequetrefe que no ha vivido calamidades tan grandes como las de estos y de las que tango presumen.

–Vale, pero lo mío no es para presumir exactamente. –

–Bueno– tercia Mister Patterson. – Son cosas que pasan. Dejemos ahora de hablar de trabajo y concentrémonos en este maravilloso plato que he encargado en el cáterin. ¿Qué te parece, JuanVi? –

–Arroz con cosas. –

Ohú, ya ha salio er valenciano escrupulozo. Pos está bien buena. Los valencianos zólo sabéis poner pegas a cualquier coza a la que le llamemos paella. Hay que ver cómo os ponéis con eze temita de las cozas en el arroz.– protesta Anthony.