Capítulo 39

Epílogo

Cuando comencé a escribir este relato, todavía no sonaban tambores de guerra nuevamente en Europa.

Quiso la casualidad, o el destino ¿Quién sabe? Que comenzase a publicarlo por capítulos en el Facebook para mi grupo numeroso de amigos con los que comparto mis libros.

Ahora, a principios de Abril de dos mil veintidós, se libran batallas cruentas e inhumanas en Ucrania.

Imágenes desgarradoras y miles y miles de vidas rotas. ¡Es la guerra!

Matanzas indiscriminadas sin venir a cuento. Sufrimiento y dolor se apoderan de las pobres gentes que abandonan sus casas con lo puesto mientras observan cómo desaparecen entre bombardeos.

¿No hemos aprendido nada de nada?

¿Qué más nos falta por experimentar hasta que demos un puñetazo en la mesa y expliquemos a quien nos dirige que no vamos a consentirles más sus ansias de poder?

¿Cómo pueden ni siquiera dormir estos criminales que no tienen ningún escrúpulo a la hora de llenar de muerte a familias enteras a las que no tienen ni siquiera el gusto  de conocer?

¿Es una cuestión de locura, de saciar su ego, de poder o de todo eso mezclado en una coctelera infame?

Yo no soy escritor. Es por ello que la calidad literaria de mis relatos deja bastante que desear. Pero en este caso, tal vez intentando llevar algo de humor a unos hechos pasados que, como ocurre ahora, no tienen ni puta gracia, haya rendido el único homenaje que un gilipollas sin talento haya podido hacer a quienes tanto necesitan de un soplo de aire fresco, de una sonrisa, de un abrazo y de toda la ayuda que humildemente les podamos ofrecer.

Eso he intentado hacer pintando con colores ridículos e impregnados de ironía aquello que año tras año, siglo tras siglo, milenio tras milenio ha llenado de horror a tanta gente inocente.

Con toda mi solidaridad y cariño a las víctimas de uno y otro lado.

Y con la esperanza de que todo termine pronto y con el menor daño posible, al margen del horror ya perpetrado, sólo me resta desear que nunca más tengamos que volver a escuchar el llanto de un niño, de una madre desesperada, de un padre angustiado…


NUNCA MAS.


Juan Vicente Sánchez Díaz