Subimos a la habitación y nos cambiamos de ropa. No tenemos ganas de bajar a pasear.
Con el mosqueo que trae con el asunto de Colette, me gustaría salir con ella a cenar para ver si se le pasa. Pero se muestra inflexible. Creo que me va a dar uno de esos sermones propios de un obispo medieval.
–Muchas veces me ha dicho Horacio que debería conocer más a fondo Philadelphia. Me ha aconsejado lugares maravillosos, restaurantes de esos que tienen estrellas Michelín y museos, salas de exposiciones, teatros…–
–Deja, deja. Bastante teatro tengo yo contigo. –
–¿Sigues enfadada? Ya te digo yo que no fue lo que te piensas. Colette se dejó llevar y yo estaba más asustado que otra cosa. Acababa de llegar al frente y entre el frío que hacía y lo bien que me recibió… una cosa llevó a la otra.–
–Sí, claro. Te faltó tiempo, mamarracho.–
–Oye, que tú también te restregaste lo tuyo con el conductor cabrón que nos denunció y yo no he abierto la boca. –
–¡Vas a comparar! –
–¿Qué tengo que comparar? –
–Tamaños y durezas, por ejemplo. –
–Bueno, lo pasado, pasado está. Vamos a pasar página y recomencemos de nuevo. –
–Tal vez sea lo mejor. Pero ándate con cuidadito en un futuro si no quieres terminar con más cuernos que un toro manso escarbando en mitad de la plaza. –
–¿Entonces fumamos la pipa de la paz? –
–¿Fumar? No, si vicios no te faltan, querido. Sabes que aborrezco el olor a tabaco.–
–Mujer, es una forma de hablar, una metáfora. –
–¿Metáfora? ¿Quién es esa? ¿No me digas que todavía quedan más pasteles por descubrir todavía? –
–Ja, ja. Una metáfora es como una comparación pero a lo finolis. –
–Lo sé, gilipollas. –
–¿Te has empeñado en hacerme de rabiar de lo lindo ¿Verdad? –
–¡Y lo que te queda! Vas a tragar Quina. ¿Ves? Eso es también otra metáfora. –
–¿Sabes qué? – le digo mientras me recuesto en la cama vestido todavía con el viejo uniforme alemán.
–¿Qué? Sorpréndeme. –
–Te pones muy guapa cuando te enfadas. Creo que debería enojarte de vez en cuando. –
–Eres un zalamero y yo una tonta. –
–Bueno, pues creo que ha llegado el momento de dar por zanjada esta discusión y guardar estos gastados uniformes en el armario para siempre. –
–Serán un recuerdo amargo y a la vez conmovedor. –
–Sí, creo que hay que poner punto final a esta misión. –
Nos despojamos de las ropas, las guardamos en los baúles y tomamos un baño calentito los dos juntos. No es momento de tentar al destino y me conduzco con cuidado de no meter la pata. Espero a que ella tome la iniciativa pero no ocurre tal cosa.
Una vez aseados y perfumados, nos ponemos unos pijamas cortos porque el verano sigue en todo su apogeo en Philadelphia y nos tumbamos en la cama, el uno junto al otro sin mediar palabra.
Su gesto no deja lugar a dudas, debe estar enojada todavía conmigo. Luce unos morros más voluminosos que los de un negro silbando el “Only you”.
Pasa un tiempo considerable sin que nos dirijamos la palabra.
–¿Sabes qué? – me dice al fin.
–¿Qué?
–Eres un liante. –
–Ya, yo mismo me sorprendo de mis propios actos. Supongo que de nada sirve decirte que estoy arrepentido.
–Efectivamente, no sirve de nada? ¡A buenas horas mangas verdes!–
–Lo que quiero que tengas muy claro es que a quien amo con toda mi alma es a ti. –
–Supongo que eso mismo es lo que les dices a tus conquistas. Todos sois iguales. –
–Eso no es cierto. Te juro que no hay nadie como tú, ni ahora, ni en el pasado, ni en el futuro. –
Suelta una sonora carcajada.
–Tú también te pones muy mono cuando me hablas tan serio. –
–Eso quiere decir…–
–En absoluto, gilipollas. Pero yo lo soy mil veces más que tú. En el fondo creo que también te amo profundamente aunque no te lo merezcas. –
No sé si besarla o no. Estoy completamente desorientado.
–¿Te apetece vestirte con tus fabulosos modelitos y que demos una vuelta por Philadelphia para celebrar todo esto? –
–¡Que pereza! Además ¿A qué te refieres con celebrar todo esto? Sigo muy enfadada contigo. –
–Quiero decir que hemos vuelto sanos y salvos de una guerra mundial ¿No es suficiente motivo? –
–Se me ocurre un modo mejor de celebrar eso sin necesidad de vestirse. –me dice con un tono tan delicado que me entran hasta escalofríos.
–Tal vez sería bueno establecer el axioma de que lo que ocurre en las misiones se queda en las misiones. –
–Sí, será lo mejor. Estoy impaciente por llegar a Egipto y darme unos cuantos achuchones con esos tipos que caminan siempre de perfil. ¿Qué te parece? –
–Eres libre de hacer lo que consideres. No soy quien para decirte lo que debes o no debes hacer. –
–¡Que tonto eres! Pero no te creas que te hablo en broma. Lo que ocurra en las misiones se queda en las misiones.–
La abrazo y le pongo mi dedo índice en su boca para que no diga nada más. –
Ella aceptar el achuchón y se pega a mí. Siento sus senos junto a mi pecho y su respiración cálida en a mi cara me hace sentir el hombre más feliz del mundo. Nada puede romper este instante maravilloso salvo el puto teléfono que se ha puesto a sonar como una cotorra. Insiste de tal modo que no tengo otro remedio que contestar para que deje de dar la tabarra.
–¿Dígame? –
–El coronel me ha llamado hecho un basilisco. Ha contactado por teléfono con unos soldados y les enviado a recoger las cajas. Estaba tan impaciente que no ha querido esperar a salir de Philadelphia para rescatarlas ¡Y no te vas a creer lo que contienen! – Es Mister Patterson con un tono raro, mezcla de cabreo y descojono.
–¿Y a mí que me importa la mierda que contengan esas condenadas cajas por las que he arriesgado mi vida como un imbécil. –
–¿Has dicho mierdas? Oye, creo que tú sabes más de lo que has puesto en el informe. Creo que deberías darme alguna explicación. –
–¿Yo? Yo no sé nada. ¿Qué insinúa? –
–Soy perro viejo, JuanVi. Pero mira, en este caso no te lo voy a tener en cuenta. En el fondo has cumplido con tu deber al encontrarlas. –
–¡Claro! Las cajas estaban cerradas ¿No es cierto? –
–Júrame que no has tenido nada que ver en esto. –
–Palabrita de niñito Jesús. Y por cierto ¿Qué contienen las cajas, no me lo ha dicho. –
–¡Vamos, JuanVi, no me jodas. A mí no me la pegas. Sólo espero que contuviesen lo que contuviesen originariamente, hayas hecho algo de provecho con ello.–
–Descuide. Mañana hablaremos usted y yo y le contaré toda la verdad acerca de este asunto. No va a quedar usted disgustado por conocerla, se lo aseguro.–
Cuelgo el teléfono con una sonrisa.
–¿Qué te ha dicho Mister Patterson? –
–Que se conoced que a cada cerdo le llega su San Martín y al cabrón del coronel Stupiden le ha llegado el suyo. Por lo visto está que trina. Ya han abierto las cajas y le han dicho lo que contienen. –
–¿Y qué pusiste dentro? Nunca me lo dijiste. –
–¡Ensaimadas! –
–¿Eso es otra metáfora de esas? –
–En absoluto. Es la cruda realidad. – digo riendo a carcajadas. Me imagino al estirado del coronel vociferando y soltando por su boca una retahíla de obscenidades propias de un borracho barriobajero.
Y ahora, querido lector aficionado a meter las narices donde no le llaman y a mirar por los agujeros de las cerraduras para ver según qué cosas, me veo en la necesidad de correr un tupido velo porque en mis relatos, marranadas las justas.
Siento hacerle partícipe de esta interrupción en el texto, pero no se preocupe demasiado, será un intervalo de tiempo muy breve, pongamos tres horas…
…….
…….
…….
…….
–¡Cuatro, no está mal! Incluso con el hombro averiado uno es capaz de grandes proezas dignas de figurar en los libros de texto o en el de los Ginness ese de los records.
Me levanto de la cama y abro una pequeña neverita que tenemos en la habitación. En ella hay una botellita de champagne de medio litro. Lleno dos copas de plástico y vuelvo con ellas a la cama. Le ofrezco una a mi Mari.
Nos incorporamos a medias y brindamos.
Tenía razón Mister Patterson, estas cosas entre matrimonios se arreglan en la cama.
El sol se ha puesto con un atardecer anaranjado, la ventana ya no deja pasar sus tenues rayos y todo es tan maravilloso de repente. La habitación está en penumbra.
–Encendemos un televisor de plasma que está estratégicamente colocado para que se pueda ver desde la cama. Nos gusta poner la tele mientras estamos acostados.
Intentamos sintonizar alguna emisora española para ver cómo van por allí las cosas.
Paso un rato cambiando los innumerables canales que emiten aquí. La mayoría se dedican a vender todo tipo de cosas estrafalarias que no sirven para nada y unos sujetos hablan con un entusiasmo casi paranormal acerca de los chismes inservibles que anuncian.
Sin embargo, cuando uno ve esos anuncios, casi se tiene la tentación de preguntarse cómo hemos podido vivir hasta ahora sin aparatos que te dan calambre y te hacen adelgazar o cremas de manos sacadas de babas de caracoles, serpiente y bichos raros.
A punto estoy de abandonar la búsqueda cuando consigo sintonizar el Canal Internacional de Televisión Española.
Están emitiendo un concierto de música clásica. ¡Mejor! Nada como una sinfonía de esas para dejarnos dormidos como marmotas.
El director hace unos gestos tan exagerados que tememos que se le escape la batuta y deje tuerto a alguno de los violinistas que le rodean.
Por lo visto, es un acto de homenaje a la carrera de ese director.
A los pocos minutos termina el concierto con unos acordes rotundos y comienza un documental que cuenta la vida de ese músico: un tal Hartmann Adamzick.
¿De qué me suena a mí ese apellido? Estoy seguro que lo he escuchado antes.
El hombre comienza a contar que en su familia existe una tradición de músicos que comenzó con su abuelo, un corneta que luchó en Verdún.
¿Corneta? ¿Verdún? Subo el volumen de la televisión.
Por lo que cuenta, su antepasado de llamaba Türuten Adamzick. Ahora ya recuerdo dónde había escuchado yo este apellido tan raro. ¡Me lo dijo el propio Türuten!
Mari se incorpora como si sentada en la cama escuchase mejor al televisor.
Ambos tenemos los pelos erizados como escarpias.
El abuelo del músico este, siendo muchacho, viajó a Viena después de la guerra y se ganó la vida como músico ambulante y de orquestinas. No quiso continuar en ninguna banda miliar. Aseguraba que antes se cortaría la minga que volver a vestir un uniforme militar.
Tiempo después se casó con una joven polaca y tuvo un hijo y un par de niñas y regresó a Berlín poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial donde falleció junto a su esposa y sus hijas en un bombardeo norteamericano.
Las lágrimas brotan de mis ojos como si de un par de fuentes se tratase. Me siento tan culpable del destino de este pobre desgraciado. Me atenaza el tremendo recuerdo de cuando estuve con Adolf Hitler en el fondo de un cráter apestoso de obús. ¿Cómo se me pudo escapar semejante alimaña? Si le hubiese matado en aquel momento mi Türuten tal vez no habría muerto tan joven en una guerra que quizá no hubiese existido. Todo el mundo sabe que muerto el perro se acabó la rabia.
El director de orquesta sigue contando que, pese a todo, el hijo sobrevivió en un orfanato en donde aprendió a tocar el violín y, tras hacer su carrera en el conservatorio de Hamburgo, se convirtió en un intérprete bastante bueno.
En una noche de farra dejó embarazada a una rubia con la que tonteaba desde hacía meses y fruto de ese penalti nació el director homenajeado al que llamaron Hartmann.
Nos invade tal tristeza que Mari y yo lloramos desconsolados. Türuten, nuestro pequeño Türuten al que salvamos de una guerra para terminar muriendo en otra.
Sí, tal vez el destino está escrito en algún libro cuando nacemos. De nada sirve hacer o deshacer.
Debemos aprovechar cada instante de la vida porque nunca sabemos cuál es la última hoja de nuestro cuaderno particular.
En el fondo ¿Qué es la vida sino una sucesión de momentos felices, de desgracias, de éxitos y sinsabores y de ilusión por cambiar las cosas para bien? –
Pero tal vez sea inútil ¿Será verdad que el destino está escrito en los astros cada vez que nacemos?
No, no me resigno a creer eso. Es cierto que la vida nos da una mano de cartas buenas o malas, sobre eso no tenemos ningún poder, pero no es menos cierto que sí podemos jugarlas como más nos interese.
Mari y yo ya tenemos completamente claro lo que vamos a hacer a partir de ahora: aprovecharemos nuestra oportunidad de viajar a aquellos lugares y tiempos que podamos.
En el fondo será como vivir muchas vidas distintas. Un lujo sólo al alcance de gilipollas como nosotros.
Nos enjugamos las lágrimas el uno al otro. Ha sido un mazado cruel enterarnos de la desdichada fortuna que le deparó el destino a nuestro camarada.
Las guerras no traen nada bueno. No aprenderemos nunca que no se puede sacar nada en claro cuando el asunto consiste en matar y morir a cambio de nada.
–No te tortures más pensando en esto. –me dice mi Mari entre sollozos– al fin y al cabo le salvaste la vida en Verdún. Nada tienes que reprocharte. –
–Lo sé. Pero volví a cometer el mismo error de siempre. Encariñarse con alguien que pertenece al pasado es algo tan equivocado como inevitable. –
–Al menos su memoria no ha quedado del todo borrada. Su propio nieto, al que nunca conoció, lo tiene muy presente. A pesar de ser un fulano famoso no es un engreído y ha querido honrar el recuerdo de su abuelo, el corneta desafinado, con hermosas palabras. –
Se hace un profundo silencio en la habitación.
–No decimos nada porque no hay nada que decir cuando, abrazados como dos adolescentes, nos dejamos vencer por un profundo y reparador sueño.
Y mañana… Mañana será otro día.
Fin del tercer viaje.