Alguien golpea con los nudillos la puerta de la habitación y la abre sin esperar respuesta.
–Hola JuanVi, bienvenido de nuevo a Philadelphia y a nuestro tiempo. Espero que te encuentres bien. – Es Mister Patterson acompañado de Brenda.
Se acercan a mi cama y Brenda deja en mi mesilla un ramo de flores de todos los colores imaginables.
–Gracias, estoy bien y deseando salir de este hospital cuanto antes. Supongo que ya sólo es cuestión de unas horas. –
–Me alegro, por cierto ¿Qué te ha pasado en el hombro? ¿Te has caído? – Me pregunta Mister Patterson con cara de extrañeza.
–¿Caído? ¿No le han dicho que recibí un disparo mientras intentaba regresar? –
–Sí, eso lo sabía pero me dijo Horacio que te habían volado un testículo, nada de heridas en el hombro.
¡Coño! ¿Un testículo? Levanto un poco la sábana y me asomo para averiguar si me falta un huevo o no. Con alivio compruebo que todo parece en su sitio.
El cabronazo de Horacio se pasa muchas veces con sus bromas sin gracia ninguna.
–No, nada de eso. Sólo un tiro en la clavícula. Al parecer he permanecido en estado comatoso durante unos días pero ya me he levantado para ir al lavabo y todo. Espero que el médico me dé el alta hoy mismo. Ardo en deseos de salir de aquí volver a mi habitación con mi esposa.
Mister Patterson echa un vistazo a mi Mari y le habla muy seriamente.
–Sinceramente, estoy muy disgustado contigo, María. Los viajes en el tiempo sólo los autorizo yo. No puedes hacer lo que te salga del coño como su fueses la jefa. Me he planteado rescindir el contrato que firmamos antes de tu fuga a Verdún. –
–No iba a dejar al gilipollas de mi marido en una guerra mundial. Estaremos de acuerdo que es un papanatas, pero le quiero. –
–Es una falta muy grave lo que has hecho. Ya le he montado una bronca monumental a Anthony. O hacemos las cosas con arreglo a las normas o esta empresa se convertirá en un caos. –
–Anthony no tiene la culpa. Le acorralé en el sótano y le puse un cuchillo en la zona de los bajos. Es increíble lo fácil que un hombre pierde sus principios cuando ve amenazadas sus partes colgantes. –
–La verdad es que fue providencial que mi esposa viniese junto a mí en aquel infierno. Sin ella no habría podido regresar. Las cosas se pusieron muy feas a última hora. –
–Lo comprendo pero no puedo hacer excepciones. Los estatutos de la empresa lo dejan muy claro. –
–Pues entonces yo también dejaré de formar parte de la plantilla de gilipollas, dimito y me largo. – le digo con tono rotundo.
–Bueno, bueno, pues se cambian los estatutos y asunto terminado. No quiero prescindir de ti. Eres un gilipollas de primera división. –
–¿Entonces qué? – pregunta mi Mari. Creo que por una parte está deseando dejar esta locura de trabajo pero por otra se siente afectada por este veneno adictivo en el que se convierte el viajar a tantos lugares imposibles.
–Por esta vez lo dejaremos correr. Por cierto, no se me ha informado todavía del éxito o fracaso de la misión.–
–Claro, no he podido redactar el informe. Pero en líneas generales le diré que encontré las cajas aunque me fue imposible traerlas. Sin embargo, conozco su ubicación exacta. El coronel Stupiden no tendrá problemas para ir a recogerlas.
–Estupendo. – dice mientras saca su teléfono móvil y comienza a marcar algunos números.
–Coronel, buenas noticias, el gilipollas ha regresado de Verdún. Le espero en mi despacho mañana por la tarde, su encargo está localizado. – y cuelga.
Me mira fijamente a los ojos.
–Supongo que no las habrás abierto. El cliente dejó muy claro que contenían algo que no deberíamos ver. –
–Son seis cajas de madera de tamaño considerable. Todas ellas tienen su candado cerrado y no tengo ni idea de qué clase de mierdas habrá dentro de ellas. Uno es un profesional y los deseos de un cliente son órdenes. –
–Esa es la actitud. Creo que debería subirte el sueldo. Ya lo pensaré. En cuanto a María no le pienso pagar nada de nada. Ella tomó la decisión por su cuenta y su viaje está fuera de presupuesto. –
–Lo entiendo, Mister Patterson. –responde mi Mari con cierta mala leche. En el fondo nunca le ha hecho ascos a eso de recibir dinero. La naturaleza evolucionó en ella para adaptarle las manos para esas cuestiones.
–¿Y qué tal os fue en Francia en plena guerra? – Pregunta Brenda mientras se sienta en una silla al lado de mi Mari.
–Espantoso. Nunca pensé que podría existir tanto horror. Estuve durante un tiempo trabajando como enfermera. Jamás imaginé ver tanto sufrimiento concentrado en los pobres hombres que lucharon en el frente. – responde mi esposa mirando al vacío como reviviendo todo.
–¿Y tú que tal, JuanVi? – me pregunta Mister Patterson–
–Todavía sigo traumatizado. Esas cosas, cuando se viven en primera persona, nada tienen que ver con lo que uno podría soñar ni en la peor de las pesadillas. –
–Pero no parece que te fuese tan mal. Por lo que me comentó Anthony, regresaste de la misión con el rango de comandante. ¡Increíble! –
–Los alemanes saben lo que se hacen y detectan al momento la valía de las personas. Creo que si la misión hubiese durado un poco más, el puesto de general no había sido difícil de alcanzar.– le contesto tan serio que le hago reflexionar profundamente.
–Imagino que debe ser cierto. – me contesta– Pero si lo que pretendes es convencerme de que te suba el contrato ya te la puedes ir machacando con dos piedras. –
–Este hombre es asombroso– le dice Brenda a mi mujer– En Raboblanco se largó como campesino y volvió hecho un caballero medieval y lo de Roma, ni te cuento, pasó de comerciante de mercadillo a convertirse en una especie de Amancio Ortega al frente de su particular Zara. –
–Sí, es una pena que se le dé tan bien el pasado y que en su verdadero presente sea tan gañán. Pero, Brenda, igual que te digo una cosa te digo otra: hay que atarle en corto, parece que viajar al pasado tiene efectos insospechados en su bragueta. Este guarro se pone las botas en cuanto llega a los sitios.– contesta Mari dedicándome media mirada furibunda.
–No será para tanto, aparenta ser un tipo muy formal. –
–¿Formal? ¡Los cojones! ¿Qué pensarías tú si te enterases que en un convento no ha dejado títere con cabeza. –
Brenda me mira sorprendida.
–Exagera, como siempre– le explico–Sólo tuve un medio polvo con la Madre Superiora, eso es todo. –
–¿Cómo que eso es todo? Te tiraste a la Madre Superiora y lo dices como si fuese lo más normal del mundo. – Brenda me mira con asombro.
–A ver, todo tiene su explicación. Fue ella la que empezó y yo no opuse resistencia. Todo el mundo sabe que en las guerras suceden cosas extrañas entre personas de bandos enfrentados. –
–A este le voy a dar algo antes de cualquier viaje nuevo. Te aseguro que no le va a servir ni para mear. – sentencia mi Mari con un mosqueo de tres pares de narices.
–Bueno– interviene Mister Patterson–Lo pasado, pasado está, nunca mejor dicho. –
–Claro, es muy fácil de decirlo para usted. Al fin y al cabo este gorrino no es su marido y desde su punto de vista eso sucedió hace cien años, pero para mí apenas han pasado cuatro días. Necesito tiempo para asimilarlo y decidir si le corto el rabo o no. –
El hombre se encoge de hombros.
–Ustedes verán lo que hacen, pero no me lo averíe demasiado, tengo grandes planes para él y también para ti, María. –
–Pues no se crea, hemos estado conversando acerca de si seguir en la empresa o no. Después de esta horrible experiencia tenemos muchas dudas. –le contesta Mari.
–Nada me disgustaría más que prescindir de vosotros. También me has demostrado que estás en el mismo nivel de gilipollismo que tu esposo y espero grandes cosas de los dos. –
–Como le digo, necesitamos tiempo. Por un lado nos largaríamos a nuestra España ahora mismo y por otro, nos tienta mucho la tentación de seguir viajando libremente por los extraños caminos del tiempo. –
–Evidentemente, sois libres de abandonar o no. Yo no puedo evitarlo. Os ruego que lo penséis bien. ¿Dónde ibais a disfrutar de un trabajo como este? –
–¿Disfrutar? – contesto inmediatamente– No, se pasa muy mal en estas misiones. El miedo a lo desconocido, a los peligros ocultos, al desconocimiento de las costumbres de la época… Creo que he salido de todas las misiones vivo de milagro. Eso también hay que tenerlo en cuenta.–
–Pero lo importante es que has sabido manejar las situaciones como un auténtico gilipollas, que eso es lo que eres. Me siento orgulloso de ti… Y de tu esposa, por supuesto.–
–Oiga, Mister Patterson– dice mi Mari–Hay una cosita que no me termina de gustar. –
–Tú dirás. –
–¿Por qué hay que llamar a los viajeros del tiempo “Gilipollas”? ¿No resultaría más elegante y menos humillante ponerles un nombre más apropiado y menos insultante? –
–Puede ser. Pero eso es lo que sois. Ninguna persona normal aceptaría estas aventuras. Pero estoy abierto a cualquier sugerencia ¿Qué se te ocurre? –
–No sé. – Mari queda pensativa un instante– No me imagino en la tarjeta de la empresa algo como esto:
New Times & Horizonts
María Vázquez
Cargo: Gilipollas
Tienes razón. Podríamos cambiar el nombre de la categoría laboral, en lugar de Gilipollas pondríamos “Técnico especialista en gilipolleces varias para según qué época” ¿Qué te parece? –
–Que no le dé más vueltas, lo dejamos como está. –
Un médico larguirucho entra en la habitación con una carpeta en donde debe figurar mi evolución clínica. Todos se ponen en pie y el hombre se me acerca sonriente.
–Buenas noticias, señor JuanVi. Está usted recuperado casi al completo. Deberá llevar el brazo en cabestrillo durante unos cuantos días y asistir a Medicina Ambulatoria para que le hagan las curas en la clavícula y le saquen los puntos. Por lo demás, está usted como un roble. –
–¿Me puedo marchar ya? –
–Sí, en cuanto usted quiera. Dejaré el parte de alta en recepción de planta y se le asignará una enfermera en el Ambulatorio. –
Mari pone cara de malas pulgas.
–No será necesario. –interviene mi Mari. – Yo soy enfermera y me encargaré de limpiarle la herida. He tratado muchas como esta o peores. –
Creo que no se fía de mí a la hora de que una enfermera esté a una distancia poco razonable y a solas en un cuarto de curas. ¡Hay que ver que desconfiada. Para una vez que maté un perro, mataperros me llamaron!
–¡Vaya, qué sorpresa! ¿Dónde hizo usted la carrera? Tengo entendido que en España el nivel de enfermería es muy alto. –
–En realidad soy autodidacta, aprendí el oficio en la primera guerra mundial en donde serví en la Segunda Compañía de Sanidad Militar alemana. –
El hombre, al escuchar esto, pone unos ojos que serían la envidia de cualquier mochuelo. –
–¿Entonces cuantos años tiene usted, señora? – pregunta mientras dirige una sospechosa mirada a Mister Patterson y a Brenda.
–Está agotada por el cansancio y las emociones al ver a su marido entre la vida y la muerte, debe descansar.– interviene providencialmente Brenda.
–Muy bien, entonces todo en orden. – dice el médico mientras saca un papelote y escribe en él, después se lo entrega a Mister Patterson.
–¿Qué es esto, doctor? ¿La factura? –
–No, salga conmigo y se lo explicaré a solas. –
Ambos salen de la habitación pero les oigo hablar desde el pasillo. –
–Verá, señor, es un parte para una revisión en psiquiatría para la señora. Es el protocolo. El diagnóstico, en su caso es claro. –
–¿Qué quiere decir, doctor, me está asustando? –
–Padece de un síndrome muy común cuando se experimenta una experiencia como la que ha vivido con su esposo estos días. –
–No le pasa nada, créame doctor. –
–Está claro que padece un síndrome de trastorno de estrés postraumático. Pero no es grave si se le trata a tiempo. –
–Es cierto que ha vivido una experiencia desagradable pero le aseguro que no está enferma. De todos modos ¿Qué podría ocurrirle si renuncia al tratamiento? –
–Se lo diré sin rodeos y con palabras claritas para que me entienda: podría volverse gilipollas. –
–¡Ah! Pues no se preocupe por eso. Ella es una persona con un cuadro gilipollil avanzado desde hace mucho tiempo. Le diré más, su marido es gilipollas desde mucho antes de que yo mismo le conociera. Debe ser que ese síndrome es contagioso. –
–¿Qué me está usted contando? ¿Está seguro de eso? –
–Tan seguro como que me van a meter un sablazo con la puta factura de este hospital. –
–Entonces no debería darles el alta. Creo que lo mejor será ingresar a los dos en el Área de Psiquiatría inmediatamente. –
–No, no es necesario. Yo me hago cargo de ellos, son empleados de mi empresa y aunque sean lo que son, cumplen a las mil maravillas con su trabajo. –
–Pues en ese caso, deberá rellenar usted unos formularios descargando al hospital y a mí mismo de esta responsabilidad. –
–Tráigalos y se los firmo en el acto. – ambos vuelven a mi habitación.
–Pues todo arreglado y en orden. Cuando quiera puede usted vestirse y largarse de este Centro. Y mucho cuidado con recibir otro disparo, ya sabe por experiencia lo peligroso que es eso. –
–¡A mí me lo va a contar! – le respondo– Y eso no es nada ¿Ha estado cerca de una explosión de obús dentro de una trinchera llena de barro y ratas? Eso sí que tiene su peligro.
El hombre mira a Mister Patterson.
–¿Está usted seguro de firmar la tutela de estos dos? –