Capítulo 33

Habitación 315

Alguien me abre la boca y me mete un termómetro hasta la campanilla produciéndome una arcada.

–¿Qué mierdas es esto? – pregunto mientras abro los ojos sin reconocer el lugar en el que estoy ahora.

–¡Te has despertado por fin! ¡Qué alegría, cariño! –

Reconozco la voz de mi Mari. La habitación en la que me encuentro está iluminada por un sol radiante que entra por una ventana y mis ojos se niegan a abrirse del todo para ver desde dónde narices me llega su voz.

Una mujer está junto a mí vestida de enfermera pero con un traje mucho más moderno y completamente civil. No es ella, esta es mucho más alta y está más rellenita. Debe ser la tipa que me ha metido el termómetro en la boca y que me hace hablar como si fuese tonto.

–¿Madi, cadiño? ¿Dónbde estás? o bejor dicho: ¿Dónbde estamos? –

–Estoy aquí, contigo ¿Dónde iba a estar si no? –

Es ella, en pie al otro lado de la cama en donde estoy acostado. Se abalanza hacia mí con una lágrima en sus ojos y me toma tiernamente de la mano. A estas alturas se me hace hasta raro no verla vestida con su uniforme de enfermera militar alemana.

–¿Cómo te encuentras? –

–Bien.– le digo mientras la otra me saca el termómetro de la boca, apunta mi temperatura en un cuaderno y agita el chisme como si fuese un bicho venenoso. Ahora puedo hablar mejor, intento incorporarme pero me lo impide.

–¿Qué ha pasado? ¿Por qué estamos en esta habitación y por qué me han pinchado en el brazo? –

–Estate quieto, por Dios, tienes puesto un gotero. Estamos en el Hospital Tomas Jefferson, de Philadelphia.–

–¿Y qué pintamos en un hospital? –

Cuando Mister Patterson se enteró de que estabas herido no escatimó en gastos y te hizo ingresar en este sitio tan caro. Se ha portado bien.–

–¿Herido? ¿Yo? –

–¿No te acuerdas? Te dispararon  en el hombro pero ya te han sacado la bala. Ahora sólo tienes la clavícula rota y algo de fiebre, se te infectó la herida, la cosa se complicó y has estado en coma,  pero ya veo que te has despertado. Eso es buena señal. –

A la enfermera se le cae una bandeja llena de vendas, pastillas y jeringas. El ruido nos sobresalta a mi Mari y a mí.

Mi mujer se tira al suelo como si estuviese oyendo uno de esos disparos que tan familiares nos resultan. Es un síndrome que afecta a todas las personas que han estado en combate expuesta a los bombazos. Yo no me he podido mover de la cama para echar cuerpo a tierra pero, en desquite, se me ha escapado un sonoro pedo.

Todo lo vivido se agolpa de pronto en mi mente. Un escalofrío me recorre el cuerpo y me da la impresión de que sigo en el condenado frente de Verdún a merced de los tiros y los cañonazos.

La enfermera se larga con viento fresco y nos deja solos. Debe pensar que mi Mari es una histérica por tirarse al suelo por un ruidito y que yo soy un cerdo pedorro.

–Ha sido brutal esta misión. Las hemos pasado bien putas ¿Eh? –

–Ya lo creo, cada vez que lo recuerdo se me erizan hasta los pelos del chocho. Nunca imaginé que nos íbamos a exponer a tanto peligro.–

–¿Cuánto tiempo llevo aquí? –

–Una semana. Tu herida no es grave pero sí la infección que tuviste. Yo misma me he encargado de limpiarla, desinfectarla, cuidarla y cambiar los vendajes. Ahora sólo es cuestión de poco tiempo para que te recuperes del todo. –

–Bueno, al menos esto te habrá servido para aprender dos cosas. –

–¿Qué cosas? –

–La primera es que los viajes en el tiempo no son una broma, nos jugamos la vida en cada uno de ellos. Piensa muy en serio si vas a aceptar el contrato que te hizo Mister Patterson. –

–¿Y la segunda? –

–Te has convertido en una enfermera de primera, no está nada mal. –

–¡Qué remedio, a la fuerza ahorcan! Con tantos chicos heridos no había otra que hacer de tripas corazón y ponerse manos a la obra. –

–¿Y crees que te ha valido la pena pasar tantas calamidades? –

–Estoy muy orgullosa y satisfecha de haberle salvado la vida a más de uno.–

–¿Te has parado a pensar que esos muchachos ya han desaparecido? Los más afortunados que salieron de allí con vida habrán muerto de viejos. –

–Sí, no dejo de darle vueltas a la cabeza. ¡Türuten, las monjas y Chominé! Ya no existen de ninguna manera fuese cual fuese su destino.

–Eso es lo más duro. Intento no encariñarme con nadie pero se experimentan tantas vivencias que tarde o temprano se convierten en parte de tu vida. ¡Para perder la chaveta…!

–Ahora entiendo muchas cosas. Tú también lo debiste pasar muy mal en Roma al despedirte de Culito y los demás.

–Comparado con todo esto, lo de la Roma de Nerón fue como unas vacaciones pagadas. No tuve tan malas experiencias en todo el tiempo que duró esa misión, comparadas con un solo día en Verdún. Pero sí, la memoria de Culito, de los romanos y de mis amigos de Raboblanco me perseguirán de por vida y ahora hay que añadir a esa colección los recuerdos imborrables de ese músico desafinado.

–¿Cómo puedes resistirlo? ¿Nunca has tenido nostalgia? –

–Continuamente. Ya te dije que lo peor de los viajes en el tiempo es saber volver y conservar algo de cordura después de todo lo vivido, tenlo en cuenta si decides ser gilipollas como yo. –

–Tal vez no haya sido la mejor de las experiencias el haber realizado  mi primer viaje a una guerra. Por lo menos, si hubiese estado en Roma contigo habría acabado siendo millonaria y envidiada por todas las ricachonas del foro..–

–La vida es dura siempre, en cualquier lugar y en cualquier tiempo. A veces pensamos que tenemos una existencia de mierda, pero cuando se viaja de esta manera te das cuenta de que el pasado no es mejor que ahora. –

–Pero es realmente excitante ver en persona cosas que jamás habríamos ni siquiera soñado. Incluso de esta matanza se puede sacar algo en claro: conoces a un montón de buena gente.–

–Ya te lo dije, esto es como una droga que se prueba y se reniega de ella mil veces pero que no quieres ni puedes dejar.–

–¿Y crees que vale la pena? –me dice mirándome a los ojos.

–No lo sé. A veces pienso que sí y otras veces me largaría a casa, con nuestra anónima rutina y volviendo a ser lo que somos, dos gilipollas sin pena ni gloria pero felices en nuestra mediocridad. –

–¿Volvemos a casa y lo mandamos todo a la mierda? – me dice como esperando de mí una respuesta negativa.–

¿Qué opinas tú?–

–No lo sé.   Pero mira, pese a todo, el haber viajado ha servido para que muchos soldados hayan tenido mejores cuidados que si no me hubiesen tenido como enfermera, Türuten tal vez habría muerto a las primeras de cambio en una apestosa trinchera y muchos hombres a tu mando salvaron la vida gracias a tu manera de actuar en el frente. Seguro que eso tiene su valor.

–Es posible, no sabemos nunca si actuamos para bien o para mal. Imagina que hemos salvado de la muerte a alguien que luego se convirtió en asesino en serie, borracho maltratador, abogado o cosas incluso peores. De todas formas algo nos impide deshacer las cosas importantes. Tuve entre mis manos la vida del mismísimo Hitler y todo se confabuló para que no pudiese hacerle ningún daño. –

–¿Hitler? Pues deberías haberle liquidado. Esa escoria salió vivo de la guerra mientras buenos hombres honrados y decentes de dejaron la vida entre el barro y la nieve. No hay derecho. –

–Tal vez lo escrito, escrito está. –

–Bueno, ahora toca recuperarse de ese hombro averiado. ¿Pero sabes qué? Viajar a lugares desconocidos y otros tiempos tan diferentes al nuestro tiene su puntito. ¡Y encima cobrando un pastizal! Puede que no podamos cambiar el pasado pero esta oportunidad cambiará nuestro futuro. –

Creo que ella, a pesar de todo, está encantada con todo esto. No le ha servido de escarmiento esta horrible experiencia. Siempre ha sido muy lanzada para según qué cosas.

Me han entrado ganas de ir al aseo. No quiero que me pongan una botella para mear, nada de eso.

Me intento levantar pero sigo atado a un gotero. ¡Que le den! Me quito la aguja y me incorporo a medias.

A pesar de los días que llevo en cama no experimento ningún síntoma de mareo y decido levantarme del todo.

–¿Tengo por ahí algunas zapatillas? El suelo está frío.-

Mari abre un armario y saca una especie de chanclas de plástico. Son horrorosas pero servirán para transportarme al wáter.

Intenta acompañarme por si me da un soponcio pero no lo consiento.

–Hay cosas que uno debe hacer en la intimidad y por sí mismo. – protesto mientras ella se encoje de hombros.

–La enfermera vuelve a la habitación y me sorprende mientras estoy levantado y caminando hacia el excusado.

–¡Pero hombre de Dios! ¿No sabe que es peligroso levantarse así como así sin consultar al médico? – me grita indignada.

–¿Peligroso levantarse de una cama? Yo le diré lo que es peligroso: que te caigan bombas y te disparen sin conocimiento ninguno, eso sí es peligroso. –

La mujer mira a mi Mari sin entender una sola palabra.

–Cosas de mi marido. – responde– Tiene la cabeza llena de pájaros. ¡Bombas y tiros! ¿A quién se le ocurre? –

–Debe ser el medicamento. A veces vuelve gilipollas a la gente. –

–No, no se preocupe. Mi marido viene gilipollas de casa. –

–No se lo va a creer, pero he visto casos en los que la morfina produce visiones. Ahora que recuerdo, un ruso vino hace poco con una oreja colgando y decía que se la había cortado Marco Polo. ¡Qué cosas! –

Hostias, debe estar hablando de Dimitri. Recuerdo que vino de su último viaje con una oreja de menos.

–La paciencia que deben tener ustedes las enfermeras. Definitivamente su oficio no está bien pagado. – le dice mi Mari con tono de resignación.

–Ya lo creo. Pero usted no se asuste si su marido comienza a decir cosas raras, es normal en estos casos. –

–Sí, figúrese que dice que viene de la Primera Guerra Mundial. ¡Hay que joderse con la morfina! –

Mi Mari se está pasando, pero es normal que no quiera que esta tipa sepa la verdad y la está maquillando con estos toques de supuesta locura temporal por mi parte.

Por cierto, el hospital este será todo lo lujoso y caro que quiera pero las batas azules de los pacientes son iguales que en todos los sitios, si te miran por detrás te ven el culo en todo su esplendor.

–Quiere usted hacer el favor de salir un momento. No me gusta que una extraña me vea el trasero mientras ando por la habitación. – le digo un poco incómodo

–Mira el remilgadito. –me contesta mi esposa–Ahora va a resultar que no has ido con la minga al aire cada vez que has tenido ocasión. Mira, no me calientes ni me hagas hablar más de la cuenta que te la corto. –

–No se preocupe. – dice la otra mientras arregla un poco las sábanas– he visto ya tantos culos que podría dar conferencias acerca de tamaños, formas, volúmenes, masa cabelluda…–

La madre que la parió. Me está entrando una vergüenza del copón. Nunca imaginé que mis nalgas fuesen objeto de una conversación. ¡Ni siquiera tengo el culo respingón! Pero debe tener razón. Esta gente está ya de vuelta de todo.

Por primera vez desde hace mucho tiempo, me siento en una taza de inodoro como Dios manda. Nada de letrinas apestosas ni de ratas que hay que espantar con la bayoneta. Esto es un lujo que no se aprecia hasta que uno tiene que prescindir de él.

Incluso hay un ventilador que ronronea para que se salga el olor y una especie de botella desodorante que desprende un aroma demasiado empalagoso para mi gusto, pero vamos, que me estaría aquí todo el día si no fuera porque se apaga la luz de vez en cuando y tengo que estar haciendo gestos como si estuviera dirigiendo una orquesta.

Por lo demás, un sitio muy cómodo y para postres, cuando pulsas un botoncillo sale un chorrete de agua calentita que te deja el ojal como una patena. Esto es cagar y lo demás son tonterías.

–¿Estas bien? – dice mi Mari mientras golpea la puerta con los nudillos. – Llevas ahí un buen rato. –

–Estoy de puta madre. En cuanto lleguemos a España vamos a instalar un chisme de estos. Es lo más cojonudo que he visto nunca para relajarse y leer las etiquetas de los botes de champú mientras uno hace sus cosas. –

–Pues no te creas, yo lo he probado y casi me escaldo el chocho con el agua caliente esa que sale. No termina de convencerme. –

–Cuestión de acostumbrarse. Ya te digo yo que después de padecer las letrinas de Verdún esto es una especie de paraíso anticipado. –

–¿Las letrinas de Verdún? ¿De qué habla este? – pregunta la enfermera que todavía no se ha largado de mi habitación.

–Debe ser cosa de la morfina. Igual se cree todavía que viene de la guerra. –

–Eso lo arreglo yo ahora mismito. – dice la tipa mientras abre la puerta del baño sin miramientos ni educación ninguna.

Me pone de espaldas y me inyecta algo en el culo. Me ha hecho tanto daño que le he dicho de hija de puta para arriba.

–¿Qué coño es esto? – pregunto medio llorando.

–Un calmante. Esa tontería se la quito yo en un santiamén. Ahora a la cama y cuando se despierte estará como nuevo y no se acordará de que estuvo en una guerra que acabó hace cien años.–

Me ayuda a llegar a la cama. Mi pierna izquierda está como atontada a consecuencia de lo que me haya pinchado y la arrastro porque la tengo totalmente dormida.

Me viene justo para que me arropen y caer en un profundo y relajante sueño.