La tarde ha caído y la oscuridad y el frío de la noche comienza a apoderarse de la aldea.
Dejamos los vehículos aparcados de cualquier manera.
–Señores, ahora instálense en alguna de las casas. Lo mejor es que lo hagan en la de las putas. Es posible que encuentre mejores camas que en cualquier otra Y Tal vez quede en ella todavía algo para cenar. –
–A sus órdenes, mi comandante. – responden al unísono.
–He de ver cómo está el herido y solucionar algunas cosas, después volveré a hablar con ustedes. Tengo algo importante que decirles.–
–Nos prometió que pasaría por alto el hecho de habernos sorprendido desertando del frente. –
–No se trata de eso. Les he dado mi palabra de oficial de que nada sé de su intento de deserción. Pueden ustedes largarse con viento fresco y no lo impediré. Pero, como ya les he dicho antes, tengo que contarles algo. –
En silencio se dirigen al puticlub. Espero a que entren antes de perderlos de vista.
En la casa veo Mari medio adormilada junto a la cama de Türuten. El chico está dormido también y la fiebre le ha bajado hasta los límites normales.
Chominé ha vuelto con los ojos enrojecidos de tanto llorar todo el día y también está sentada junto a ellos.
–¿Cómo ha ido todo? – me pregunta mi esposa mientras se levanta lentamente. –
–Sal un momento a la sala. Tengo que preguntarte algo. –
Una vez fuera y cerrada la puerta para que no nos oiga Chominé, le doy un besete en los labios.
–Supongo que la ex monja no ha visto nada de lo que tenemos escondido y que hemos sacado de las cajas de su marido. –
–No, he subido todo a una especie de desván y ella todavía no había llegado. –
–Perfecto. Ahora sólo queda terminar un par de cosas para volver por fin a nuestro lugar y tiempo. –
–¿A qué te refieres? –
–Lo primero es dejar a Türuten en condiciones. No nos largaremos hasta que esté fuera de peligro y recuperado más o menos. Además, le voy a dejar a salvo de esta guerra para siempre. Tengo un plan.–
–No se me había pasado por la cabeza abandonarle así aunque me lo hubieses pedido. –
–Lo sé. Pero tenemos que tener cuidado de que durante ese tiempo Chuniné no descubra el tesoro. Habrá que soltarle alguna mentira que será la que ella le cuente a su nieto.–
–¿Y qué vamos a hacer luego? Has hablado de un par de cosas antes de irnos, falta una.–
–Volveremos al convento y le entregaremos sus cosas robadas a la abadesa. Es lo correcto. –
–Vaya, cualquiera diría que quieres volver a ver a esa zorrona con hábitos. –
–Sabes de sobra que no es eso. –
–Sí, como para fiarme de ti: En Raboblanco no te tiraste a la doncella porque tenía más años que Matusalén, pero en Roma te faltó tiempo con la Clitórica esa y a saber con cuantas más. Lo que es seguro es que aquí tampoco has perdido el tiempo y te has intentado calzar a una Madre Superiora… ¿Alguien da más? –
–Exageras. Además, ya sabes que sólo te amo a ti. –
Providencialmente Chominé abre la puerta y corta la conversación. Es una de esas charlas que no puede terminar bien de ninguna manera.
–El chico se ha despertado. Voy a prepararle algo caliente. – dice con voz tremendamente triste y desganada.
La tomo dulcemente del brazo. Ella no se atreve a mirarme a los ojos. Creo que está avergonzada de haber ayudado a su marido a apoderarse de todo aquello. ¿Arrepentimiento? Quizás.
–Escucha, lamento muchísimo lo ocurrido pero no debisteis robar en el convento, además, me ha sorprendido tanto como a ti que tu marido haya sido capaz de intentar asesinar al muchacho. Todo lo que le va a ocurrir lo tiene bien merecido. Le tenía como a un buen camarada y compañero de fatigas en esta guerra, pero ya ves…–
–Supongo que es un castigo de Dios. Incumplir tantos mandamientos no podía quedar impune. Me he dado cuenta de que es un monstruo y que yo no debería haber aceptado que lo robásemos. Volveré al convento preñada. Sor Chochette no creo que me impida hacerlo aunque ya nunca seré monja. Confío en su perdón y su misericordia en estos tiempos tan duros. –
–Estoy seguro de que así será. –
–¿Encontró usted las cajas? Me gustaría devolvérselas. –
No me fío de esta mujer. Me parece apreciar en ella una mirada fría. Seguramente no renuncia al tesoro de sus hermanas.
–Imposible, no tengo ni idea de dónde puedan estar. Creo que tu marido se va a llevar el secreto a la tumba. –
–Pero Türuten debe saberlo, le ayudó a ocultarlas. Hicimos varias paradas por el camino pero no sé en cuál de ellas las descargaron. Se lo preguntaré.–
¡Mierda! No contaba yo con eso. Esta tipa es más lista de lo que pensaba. Tengo que impedir que hable con el chico.
Entro a la habitación. El corneta tiene buen aspecto, incluso intenta incorporarse.
–No es conveniente que te levantes, todavía estás débil y podrías marearte, caerte y romperte la sesera. Esos golpes tontos son lo más. Conozco a uno que perdió la memoria durante la pandemia. –
–¿Hay una pandemia? ¡Lo que faltaba! ¿No tenemos bastante con la guerra? –
–No, no, en absoluto. No me hagas caso. A veces pienso en voz alta y ya sabes que de mi cerebro se puede sacar poca cosa. La pandemia viene después, la llamarán Gripe Española. ¡Tócate los cojones! Al final siempre pagamos los platos rotos los pobres hispanos. Pero cada cosa a su tiempo.–
–¿Entonces es cierto que eres español? –
–Rigurosamente cierto. Además, mi nombre auténtico no es Gillempollen, eso es cosa de un tipo al que tengo que partir la crisma en cuanto le vea. Mi verdadero nombre es Juan Vicente Sánchez. –
–¡Qué nombre tan raro! –
–Ya ves… Por cierto, no sé gran cosa de ti. ¿Cuál es tu nombre completo? –
–Türuten Adamzick. –
–¡Joder! ¿Y el que tiene nombre raro soy yo? –
–Quiero levantarme a mear. Estoy harto de hacerlo en una botella que tu mujer me trae cada vez que quiero aliviarme. –
–Me parece bien, te ayudaré. Además, es preciso que podamos viajar cuanto antes. Este lugar no me parece ya tan seguro. –
A pesar de tener un poco de dolor en la herida del pecho, ésta no es grave y progresa en su curación. Creo que ha llegado el momento de poner en marcha todos mis planes y largarme a Philadelphia por fin.
Encuentro algunos papeles en blanco dentro de una especie de escritorio y me siento a escribir algunos documentos importantes.
Salgo de la habitación, encuentro a Chominé en el salón y la tomo del brazo.
–Acompáñame, vamos a ver a los soldados. Tengo que deciros algo a todos. –
–Entramos en el puticlub. Los chicos están sentados terminando de comer algo. Unas latas de conservas del ejército están abiertas y vacías sobre la mesa. Al verme entrar se todos ponen de pie.
–Descansen, caballeros. Pónganse cómodos. –
Se sientan en silencio a la espera de eso tan importante que les prometí que les diría.
–Voy a ir directamente al grano, chicos. No lo vais a creer pero Alemania se rendirá en algo más de dos años. Los aliados van a ganar esta guerra estúpida. –
–Cuidado, mi comandante, he visto arrestar y fusilar a gente por decir cosas como esas. – me dice el cagón.
–Lo sé. Corren tiempos peligrosos para tener la lengua suelta. Pero yo os aseguro que es estrictamente cierto. –
–¿Dispone de alguna información que desconozca la tropa para asegurar eso, mi comandante? –
–Sí. Así será y la historia no se puede cambiar. Por eso quiero deciros que sois completamente libres de desertar del ejército y largaros a algún país seguro o volver a un frente de batalla condenado a la derrota y la muerte. –
–Eso no puede ser cierto. El ejército alemán ocupa buena parte de Francia. No me trago que Alemania capitule. ¿Por qué iba a hacerlo?–
–¿Por la misma razón por la que les sorprendí desertando? Pero tienen razón en hacerlo. En tantos meses como faltan para la paz, habrá millones de oportunidades para morir inútilmente.–
Todos callan.
–¿Vuelven a sus Unidades o se largan de aquí? Necesito una respuesta. –
–¿Qué piensa hacer usted, mi comandante? –
–Yo volveré a mi Puesto de Mando. Mi misión en esta guerra no ha terminado todavía. –
Se miran entre ellos. Pasan unos densos minutos. No sé, tal vez tres o cuatro. No dicen nada pero sus ojos lo dicen todo.
–Volveremos al frente. No debimos dejar solos a nuestros compañeros. De todas formas, todos moriremos al final. ¿Un día? ¿Un mes? ¿Cuarenta años? ¿Qué más da? –
–No sé si felicitarles por su valentía o entristecerme por la oportunidad que dejan escapar. –
–Mi comandante, es usted un buen tipo. Ha sido un honor conocerle y que nos haya perdonado de nuestro delito. –
Mi Mari entra en el local.
–Türuten está dormido. ¿Qué está ocurriendo aquí? ¿Qué me he perdido? –
–Nada, estos chicos salen para el frente. Les entregaré toda documentación que acredite que estaban aquí cumpliendo órdenes mías y que no estaban largándose para cuando les hagan preguntas embarazosas en su Unidad. Esto es, de alguna manera nuestra última cena particular. –
Estas palabras enmudecen a todo el mundo. Un sentimiento raro de zozobra nos invade a todos.
Les doy los salvoconductos falsos que he redactado antes.
–Sin embargo, necesito pedirles un favor. Uno de ustedes deberá ir a un lugar que le indicaré. Debe saber conducir. ¿Algún voluntario?–
–Yo mismo, mi comandante. – dice el que había estado manejando el camión durante el viaje al molino.
–¿Conoce usted dónde está la localidad de Gusainville? –
–Sí, no he estado nunca allí pero sé dónde está? –
–Muy bien, deberá usted conducir el camión hasta allí. Se llevará a Türuten, el corneta herido y a Chominé. Antes de entrar en el pueblo, el chico les llevará a un par de casa aisladas. Él ya ha estado allí, pero tuvo que marcharse sin avisar. –
–¿Y después? –
–Una mujer llamada Colette lo conoce y le ayudará. Estoy seguro de que también se hará cargo de la chica y más estando embarazada. –
–¿Colette? – exclama mi Mari con cierto recelo. –¿No será la misma Colette que conocí cuando aterricé en esta guerra? –
–No creo. Debe haber muchas Colettes en Francia. Ya sería casualidad. – Ya me he vuelto a meter en un campo minado.
–Me dijo que acogió a un soldadito que se esfumó de la noche a la mañana sin dejar rastro. ¡Y que se había enamorado del soldado alemán que lo había dejado allí! Mira por donde que va a ser cuestión de atar cabos…–
–¡Qué imaginación tienes para enredar las cosas! –
–¡Já! Como si no te conociera. Pero eso va a cambiar. Espera a que encuentre unas tijeras de podar y veas lo hábil que soy cortando según qué cosas. –
Un escalofrío recorre todo mi cuerpo.
–Usted, Chominé, prepare sus cosas y póngase un buen abrigo. Partirán de inmediato en cuanto subamos a Türuten al camión. Yo volveré a mi Unidad y hablaré con Sor Chochette. No la voy a engañar y le contaré todo. Creo que merece saber lo ocurrido y no ir acusando al resto de mis hombres de un robo que ellos no cometieron. No creo que usted sea bienvenida allí cuando sepa la verdad. –
La mujer sale entre lágrimas. Creo que he sido demasiado duro con ella pero no tengo otra alternativa.
–Salga conmigo– le digo al que será el conductor y una vez en la calle nos aproximamos al camión.
–Escuche, sé lo que están ustedes pensando. Pero están equivocados. El contenido de las cajas que sacamos del molino pertenece al convento en donde tengo el Puesto de Mando de mi batallón. Contenían muchas cosas que fueron robadas por un sargento y su esposa Chominé. No he pensado jamás en apropiarme de todo esto, simplemente las voy a devolver a sus legítimas propietarias.–
–No desconfiábamos en usted, mi comandante, con todo respeto, sobran sus explicaciones. –
–Usted no debe decir nada de eso a Chominé en el caso de que le pregunte por el camino. Le he dicho que no las hemos encontrado. Si le pregunta, usted no sabe nada ¿Comprendido? –
–Descuide, mi comandante. Así será. ¿Pero por qué las hemos llenado de mierda? No lo comprendo.–
–Eso es otra historia que sería muy larga de contar y además usted no creería ni media palabra. –
Le doy la mano. Hemos sellado un pacto entre caballeros.
–Preparen el camión para acondicionarlo para que viaje del chico herido con comodidad. En cuanto lo carguemos deberán salir de inmediato. La noche es más segura por estos caminos y el viaje es largo. –
Mari y yo salimos con la monja hacia la casa enfermería. Türuten está despierto y se ha levantado otra vez a orinar.
–Vamos a vestirte con ropa de abrigo y te subiremos al camión. Te van a llevar junto a Colette. –
–¿Por qué? Yo quiero hacer la guerra contigo, mi comandante Gillempollenn. – protesta con gran enfado.
–Ni lo sueñes, he dicho que te vas y no admito que desobedezcas. La guerra para ti ha terminado en cuanto estés en casa de Colette y su padre. Busca después el modo de salir a Suiza o cualquier otra parte en donde no suene el cañón de la guerra. ¿Estamos? – mi voz suena tan firme y rotunda que el chico se resigna a obedecer.
Los otros tres soldados permanecerán en la casa hasta mañana, después volverán andando hacia donde quiera que esté su Unidad.
Montamos una especie de camilla improvisada en la plataforma del camión. y subimos a ella a mi gran amigo Türuten. Creo que no volveré a verle jamás.
Mari le entrega una botella con algo de leche y un poco de pan duro que todavía quedaba en la casa. Tanto ella como el chico rompen a llorar las lágrimas de la despedida. Nada como la calamidad para unir a las personas. En cuanto a mí, me siento tan triste de dejar al chaval que se me hace un nudo en la garganta que me impide respirar bien.
–Ha sido un honor conocerte, Türuten Adamzick. Créeme que estoy orgulloso de ti y plenamente feliz de que escapes de este infierno. Si quieres ser un héroe el día de mañana no te faltarán oportunidades cuando haya paz. Podrás hacer cosas por la gente que no sea matar o morir, recuerda esto siempre. –
–Hasta siempre, mi comandante y amigo. Sin duda, ha sido la providencia la que te envió a buscarme aquel día para encontrar un corneta entre todos los de la banda. Nunca te olvidaré. –
El conductor sube al camión junto con Chominé y emprenden el camino. Ojalá que Dios esté con ellos esta noche.
Mari y yo les despedimos haciendo un gesto con los brazos en señal de adiós hasta que les perdemos de vista en la primera curva del camino.
–¿Y ahora qué? – me pregunta con los ojos todavía empapados en lágrimas.
–Volveremos al convento de madrugada. Esta noche descansaremos aquí salvo que te apetezca echar un polvete. Ahora estamos solos y nadie nos va a molestar.–
–¿Un polvete? ¿Te figuras que soy una idiota? Ya te digo yo que vas a pasar más hambre que Carracuca. ¿Te crees que vas a estar con unas y con otras y que yo me voy a estar cruzada de brazos como si nada? ¡Anda y que te zurzan!.–
–Pero mujer, creía que esto estaba aclarado. Son cosas que pasan al viajar en el tiempo. Uno no sabe lo que se hace. –
–Pues eso, estamos en el pasado, un tiempo que no nos corresponde y dejamos de ser responsables de nuestros actos ¿No es así?
–Correcto –
–Pues al primer oficial apuesto que vea, te juro que me lo tiro. –