Capítulo 25

El local de Olga

Hemos llegado. El Cuartel General está instalado en un pueblecillo reducido casi a ruinas. Pocas casitas permanecen en pie, aquí debió desarrollarse una batalla importante.

Aparco el coche entre otros vehículos y unas enormes carpas que sirven de alojamiento a la tropa rasa. Pasará desapercibido a las miradas indiscretas.

Me acerco a un centinela que hace guardia en la puerta de un edificio milagrosamente intacto y que debió ser el Ayuntamiento. Ahora es el Puesto de Mando del general. Una bandera alemana ondea en el balcón del primer piso.

–Necesito saber si ha llegado un camión con prisioneros franceses. – le pregunto al soldado.

–Sí, Her comandante. Ha llegado hace dos horas. Los prisioneros han sido llevados a presencia del general. Seguramente los están interrogando y después serán trasladados a un campo de prisioneros de guerra. –

–¿Sabe dónde está el sargento que los trajo hasta aquí? –

–Sí, se largó con el camión hacia el este con un soldado y una mujer. A poco menos de dos kilómetros hay una aldea tan pequeña que ni siquiera aparece en los mapas. Tal vez por esa razón permanece intacta. La guerra no ha pasado por ella.

–¿Cree que el sargento habrá ido hacia allí? –

–Es muy probable. En ese lugar hay comida, varias casitas abandonadas pero en perfecto estado, incluso una de ellas ha sido habilitada como casa de putas y todo. No existe mejor lugar por estos parajes para pasar unos días de permiso. Yo mismo he estado un par de veces allí, mi comandante.–

–Pues si me lo pinta tan bonito, es casi seguro que el sargento esté allí en este momento. Gracias, es todo lo que quería saber. –

Por lo menos saco en claro que Türuten sigue vivo, al menos de momento.

–Volvamos al coche, creo que he averiguado hacían dónde se dirige el sargento con su camión cargado con las condenadas cajas. –

Conduzco con prisas pero intentando no dar caza a ese capullo. No debe sospechar siquiera que le persigo.

El paisaje es desolador. En todas partes hay agujeros de explosiones de obús, alambradas retorcidas y restos de material bélico entre el barro. Las cunetas del camino está jalonadas de cruces bajo las cuales descansan cientos de desgraciados.

Poco tardo en descubrir la pequeña aldea compuesta por no más de veinte casas dispersas que han sido respetadas milagrosamente por la guerra. Parecería que son un oasis en medio de la destrucción general.

El camión de Stupiden está abandonado bajo unos árboles frondosos y cubierto chapuceramente por una especie de lona y algunas ramas.

Aparco mi vehículo a una distancia discreta y suficiente como para que no pueda verme.

–Baja del coche y escóndete. – le digo a mi Mari. –Volveré enseguida. –

–¿Dónde vas? –

–Necesito saber si ha descargado las cajas y, en ese caso, dónde las ha ocultado. –

Me acerco sigilosamente al camión y echo un vistazo a su interior. Efectivamente, está más vacío que el ojo de un tuerto. La pregunta es si las ha escondido por el camino o están ya ocultas en algún lugar de este pueblecillo.

Tengo que encontrar a Türuten y preguntarle. Para eso le ordené que espiase al sargento y no le perdiese de vista. Es una suerte que no se haya librado del chico, al menos eso espero.

Desenfundo mi flamante pistola Luger que todavía está sin estrenar y me introduzco en una casa decorada con un farolillo rojo. No hace falta ser un lince para sospechar que se trata de la casa de citas de la que me habló el soldado. No se me ocurre mejor sitio para preguntar por el soplagaitas de Stupiden.

Una mujerona entrada en años, maquillada como una muñeca y con un vestido estrafalario me recibe en una especie de saloncito.

–¡Vaya, vaya! ¿Qué tenemos aquí? ¡Nada menos que un comandante! –

–En efecto. Necesito urgentemente que me haga usted un favor. –

–Se equivoca, caballero, Este es el “Local de Olga” y yo, por supuesto, soy Olga, la madame. Le advierto que no me acuesto con nadie. Ya estoy retirada. Sin embargo, tengo aquí un par de chicas que sin duda serán de su gusto. –

–No me ha entendido. No quiero compañía femenina.

–¿Entonces a qué ha venido? Bueno, no importa, seguro que no es tan urgente. Lo primero es siempre lo primero.– y llama a voces alguien.

Rabadille, ven inmediatamente. Tenemos un cliente distinguido. Olvídate de la tropa sucia, estrafalaria y maleducada. Por fin nos visita un caballero de postín.–

Por una pequeña puerta aparece una muchacha ajustándose una bata.

–¡Hola, comandante! ¿Es usted nuevo aquí? Nunca lo habíamos visto. Pero seguro que volverá muchas veces, quien goza de Rabadille siempre repite. –

–Escuche señorita, estoy intentando explicarle a loro de su jefa que no vengo a acostarme con nadie. Sólo quiero información. –

La fulana me toma del brazo suavemente y me sienta junto a ella en un diván destartalado. Con su mano derecha me acaricia suavemente el rostro y sus labios se juntan lujuriosos formando una especie de beso que rechazo. –

Un soldado sale de una de las habitaciones. Se está abrochando los botones de la bragueta y sus trinchas cuelgan perezosamente a lo largo de sus huesudas piernas. Se asusta de tal modo al verme que durante unos segundos no sabe reaccionar.

–A sus órdenes mi comandante.– farfulla mientras intenta en vano vestirse presentablemente.

Debo parecer lo que aparento así que le miro muy serio y me coloco el monóculo con elegancia y parsimonia. Lógicamente le grito como haría cualquier oficial psicópata ante un soldado atemorizado.

–¡Lárguese inmediatamente de aquí, soldado! ¿No se ha dado cuenta todavía de que ahí fuera se desarrolla una guerra? Debería guardar todas sus energías en combatir y no en actividades propias de un cerdo. – le apunto con mi pistola. Y vístase como Dios manda ante un oficial. ¡Que ganitas me están entrando de fusilarle!

El pobre muchacho desaparece a tal velocidad que probablemente debe seguir corriendo mucho después de acabada la guerra.

–Sí, señor. –interviene la vieja–Así es como un verdadero oficial debe tratar a la tropa. Pero este chico se ha espantado tanto que se ha ido sin pagar y eso no está bien. Deberá usted abonar la cuenta, es lo justo en estos casos.–

La chavala que está sentada junto a mí no para de hacerme carantoñas y su actitud me resulta empalagosa. Ahora me está desabrochando los botones de mi guerrera.

Tengo prisa por salir de aquí y encontrar al sargento. De uno de mis bolsillos saco veinte marcos. Me parece desorbitado el precio que le voy a pagar pero necesito que me den información acerca de si han visto a Stupiden.

–¿Es suficiente con esto? – Le pregunto a la madame mientras le entrego la pasta.

–Con esta cantidad puede usted pagar a todas mis chicas durante un buen rato. Gracias, comandante. –y me ofrece una copa de Champagne que apenas puedo sostener entre el sobeteo de la chica y  que súbitamente la puerta de entrada se abre como si todo el ejército imperial estuviese empujando con un ariete.

–¡Te ha faltado tiempo para venir a este antro de golfas, cacho marrano! –

Durante un segundo todos la miramos como si no entendiésemos nada de nada. Se me escapa la copa y me pongo perdida la guerrera.

–Escucha, cariño, no es lo que parece. –

–No, por supuesto que no, estás sentado con una tipa que te está desnudando, le entregas un pastizal a la madame y he oído perfectamente que has pagado para acostarte con ¡Todas!  ¿Qué es lo que no parece? Porque pinta de parecerlo, la tiene.–

–Sólo he venido a preguntar. –

–¿A preguntar qué? ¿Si los oficiales tienen un descuento especial? –

Empujo a la muchacha y me pongo de pie bruscamente mientras me quito la chaqueta completamente empapada de Champagne.

–¿Han visto a un sargento últimamente? –pregunto a las mujeres.

–¿Un sargento? Claro, decenas de ellos. –

–Me parece patética tu forma de disimular. ¿Crees que soy tonta del coño? –

–Espera, no te precipites. Yo no he tocado a estas chicas. Dígaselo usted, señora alcahueta. –

–Sí, algo mencionó el comandante acerca de que sólo buscaba información. Por lo demás, no ha metido mano todavía a nadie.–

–Ya, Y supongo que la putilla esta le estaba dando todas las respuestas de la manera más didáctica ¿No es cierto? –

–Escucha, cariño, te juro que no he entrado aquí con intenciones de restregar cebolleta. He pensado que sería el primer lugar en el que el sargento Stupiden acudiría. Llámalo instinto militar. –

–¡Instinto Militar! Hay que ser cabestro. ¿A quién se le ocurriría venir a un putiferio cuando ha llegado aquí con su esposa a su lado? Espera, no me lo digas, que creo que conozco la respuesta: A ti. –

–¿Stupiden? –Dice otra chica que aparece súbitamente en la salita. –Sí, ha estado comprando algo de bebida y luego se ha marchado. Debe ser un tipo raro porque, aparte de eso y que ha dejado una propina generosa, no me ha tocado ni un pelo. –

–Ahí lo tienes, incrédula. ¿Ves cómo a veces los hombres actuamos con sentido común? –

–Sí, pero por lo menos, este tipo ha sido fiel a su esposa y no se ha dedicado a rezongar en los sofás con una ramera. –

–Mi esposa está un poco confusa. Muchas veces proyecta en su mente películas que termina creyendo. – le explico a Olga.

–Oiga, que a mí no tiene que darme explicaciones. Pero si es cierto que ella es su mujer, también son ganas de venir aquí a hacerme perder el tiempo. Pero le perdono, creo que es usted un hombre valiente dejándose caer por aquí estando ella tan cerca. ¡Qué huevos los suyos,  comandante.–

–¿Le dijo dónde iba, señorita? – pregunto a la chica recién llegada.

–Supongo que se habrá instalado en alguna de las casas. Creo que mencionó algo de luna de miel o algo por el estilo. Esta aldea es frecuentada por la tropa de permiso. Se alojan en las villas deshabitadas. Los propietarios huyeron al comenzar los combates.–

Cuelgo mi guerrera en una silla frente a la chimenea con la intención de que el calor evapore el líquido.

Tres soldados y un cabo entran escandalosamente en la sala.

–Vieja bruja- le dicen a la gobernanta– Ya estamos otra vez aquí. Diles a tus chicas que se preparen .Ahí fuera hace mucho frío del carajo y tenemos muchas ganas de disfrutar del  calorcito de un buen coño. –

–¡Hostias! – exclama uno de ellos– ¡Pero si hay una nueva! ¡Y disfrazada de enfermera! ¡Menudo morbo! –

–Olga, vieja zorra, esta vez te has superado. –exclama el cabo.

Mi Mari les mira retrocediendo un par de pasos. Pero su mirada no deja lugar a dudas. Estos se van a ir calentitos de veras.

–¿Te ocupas tu o me los dejas a mí? – me dice mientras se remanga un poco.

–Desde que llegué a esta condenada guerra sólo he recibido hostias. Estoy ya un poco desentrenado para darlas. Sin embargo, tú tienes más práctica. – le contesto.

Un soldado se acerca a ella mientras bebe a morro de una botella de licor francés. Se tambalea medio borracho.

–La hostia ha debido batir todos los records mundiales. Al tipo se le pasa la borrachera al instante. La mira con ojos vidriosos y tarda unos segundos en caer al suelo como una peonza que ha perdido la inercia.

Los otros intentan abalanzarse sobre ella pero yo saco mi pistola de la funda y disparo al techo. Las otras mujeres se asustan y se parapetan tras un par de sillones.

–Seamos todos buenos chicos. –les digo pausadamente– Ahora vamos a negociar si os fusilo u os cuelgo de una rama de un abeto por intento de violación. ¿Tú que dices, cariño?–

–Que eres tan bruto como ellos. Con cortarles los huevos es más que suficiente. –

El cabo intenta también sacar su pistola pero le apunto directamente a la frente.

–Está bien, hombre, tampoco es como para ponerse así. ¡Cualquiera diría que la enfermera putilla es tu mujer! –protesta el hombre.

–Indudablemente está usted cansado de vivir, cabo. No sabe con quién está hablando. –

–¿A no? ¿Con quién? ¿Acaso eres uno de esos oficiales asquerosos que nos hacen la vida imposible con su ñoñería cuando se trata de impedir que su tropa se divierta un poco? –

–Caliente, caliente…– dice mi Mari. – Pero dejémonos de adivinanzas, aquí, mejorando lo presente, las únicas putas que hay son estas tres y sólo falta tu madre, cabo. –

Se acerca a la silla en la que tengo colgada mi guerrera y me la pone por encima para que no sea necesario dejar de apuntar a esos dos.

Comprueban horrorizados que soy comandante al ver mi chaqueta cuajada de galones y condecoraciones.

–Pues ya ve, cabo, efectivamente soy uno de esos oficiales. Y ahora recoge al pedazo de mierda de tu amigo y largaros los tres antes de que mi dedo se salga con la suya y apriete el gatillo. Y como os vuelva a ver por aquí os mando al frente tan rápidamente que los franceses van a creer que queréis tomar Verdún vosotros solitos.–

Recogen al que está tumbado en el suelo entre los dos y salen de estampida.

Me ajusto correctamente la guerrera y me pongo la gorra. Abro un poco la puerta y asomo la jeta para comprobar que estos no nos esperan agazapados para darnos una zurra a traición. Pero no hay peligro, les veo alejarse a grandes pasos mientras sostienen de los hombros al borracho.

–Vámonos, Mari. Ya tengo lo que quería ¿Ves que fácil? –

–He de confesarte que he pasado un poco de miedo, cielo. – me dice mientras me toma del brazo.

–Nada tienes que temer estando yo junto a ti. –le digo mientras hago intención de besarla. –

–No, si no es eso. Por un momento he pensado que había matado al soldado borracho. A veces no controlo cuando se trata de repartir hostias como panes. Nunca me hubiese perdonado tal crimen. –

–Ah, se trata de eso… Pues yo creo que matarlo no, pero ese no va a pisar un hospital por propia voluntad por muy perjudicado que esté. De eso estoy completamente seguro. ¿Has oído hablar de la latrofobia?–

–No ¿Qué es eso? –

–Pánico a las enfermeras. Lo padecerá de por vida, seguro.–

–¿Y ahora qué hacemos? –

–Buscaremos a Türuten. Seguramente no esté con el sargento. Por lo que dijo la guarrilla esa, compró bebida para pasar la luna de miel con su novicia. No creo que el muchacho esté invitado al evento. –

–¿Crees que lo encontraremos? Es noche cerrada y no sabemos en qué casita se haya resguardado. –

–No será difícil de averiguar, lo más seguro es que esté en casa que peor pinta tenga. Las más bonitas y confortables seguramente estarán ocupadas por oficiales y suboficiales. Los soldados rasos y el resto de la tropa siempre tienen que bailar con la más fea. –

–Con esta oscuridad es difícil centrarse en lo bonita o fea que sea una casa. Pienso que lo mejor sería escuchar atentamente y averiguar desde cuál de ellas sale mayor escándalo. Los soldados rasos, como tú dices, siempre suelen vociferar, mientras que los oficiales son más civilizados. –

–¡Hombre, no es mala idea y muchas gracias por la parte que me toca. Ya era hora de que me echases un piropo. Como oficial superior supongo que estoy incluido en el lote. Además, no sé si te has dado cuenta de lo bien que me sienta este uniforme. –

–Preferiría mil veces verte vestido de fallero en Valencia. Este tiempo y lugar no me gusta en absoluto. Además, te hace más gordo por si no te has dado cuenta. –

–¿Más gordo? ¡Si durante estos meses he adelgazado de lo lindo! He pasado tanta hambre que hasta he echado de menos tus famosas sopas jardineras a pesar de que siempre me han parecido pucheros sacados directamente de un pantano repleto de hierbajos. –

–¡Sabrás tú mucho de la alta cocina! .Lo que pasa es que todos los hombres sólo sabéis apreciar la comida de vuestras madres. –

–Nada de eso. Tus tortillas de patata nada tienen que envidiar a ninguna y las sopas de sobre Gallina Blanca siempre te han salido bien. Pero reconoce que la paella la hago mejor que tú. –

–Vale, para ti la perra gorda. Pero no creo que sea el momento de hablar de comida. En cuestiones de hambre, yo también he pasado lo mío ¿Sabes? Y además, tenemos que encontrar a Türuten. Hace frío.