Capítulo 22

In Nomine Patris

Regreso al escondite de las monjas. Sor Chochette no ha cambiado de opinión. Su determinación de no abandonar el convento es inquebrantable. Intento en vano convencerla para que recapacite.

–Creo que deberíamos reconsiderarlo y continuar donde lo dejamos. Estas cosas hay que hacerlas con calma y, además, no me gusta dejarlas a medias. –

–Es usted insaciable, Gillempollenn. No pretenderá que nos pongamos a fornicar delante de todas estas monjas. Lo que pasó, pasó y debe olvidarlo. Dese una ducha fría. –

–¿Pero de que me habla? No pretendo seguir la fiesta. Está usted muy equivocada. Le estoy hablando de que se larguen de aquí. –

Un teniente irrumpe en la sala.

–Ah, está usted aquí, mi comandante. Se presenta el oficial médico Von Kataplasmenn Jëringuen. Le informo que los heridos han sido alojados en la capilla pero no disponemos de suficiente material médico ni de enfermeros para atenderlos. –

–Nosotras podemos hacernos cargo. – dice una monja gorda que ya se había ocupado de auxiliar a los prisioneros franceses heridos.

–¿Qué está usted diciendo, hermana? – protesta otra monja con energía– son alemanes y por lo tanto enemigos de Francia. –

El teniente médico desenfunda su pistola y apunta a la hermana protestona.

–Deténgase en el acto, teniente. No va usted a matar a nadie en este convento y mucho menos a una religiosa ¿Se ha vuelto loco? ¿Dónde está su juramento hipocrático? – actúo rápido ante este sujeto sin escrúpulos a la hora de matar.

–Con todo respeto, mi comandante, sólo pretendo salvar a mis hombres heridos en combate y no tolero que una monja se interponga en mis propósitos. –

–Guarde su pistola. Aquí no va a haber ningún asesinato. –

–No se preocupen ustedes, caballeros– interviene la Superiora– Nos haremos cargo nosotras. – y luego se dirige especialmente a mí– ¿Lo ve, comandante? Nuestro sitio está aquí, tal y como Dios lo ha dispuesto. –

–De acuerdo, Madre, haga usted lo que le plazca pero luego no diga que no le advertí de los peligros a los que pueden verse sometidas usted y sus subordinadas. –

–¿Puedo fiarme de ellas, mi comandante? Al fin y al cabo son francesas. – El teniente refunfuña con el ceño fruncido.

–¿Y a mí me lo pregunta? ¡Yo que sé! Esta guerra nos está volviendo a todos locos perdidos. Pero no creo que realicen ningún sabotaje con nuestros hombres en la enfermería. – le traduzco a la Abadesa y ella contesta con aplomo:

–De eso pueden ustedes estar seguros pero ya que lo ponen en duda, quisiera saber cuál es nuestra situación ¿Somos técnicamente prisioneras de guerra o civiles libres que voluntariamente hemos decidido permanecer en nuestro convento? –

–Pueden marcharse en cuanto lo decida usted, sin embargo, agradecería que se quedasen puesto que necesito su ayuda con mis hombres y los heridos franceses hasta que lleguen las tropas de Sanidad Militar alemanas. Se lo ruego, pero piense con detenimiento que pueden ser acusadas de colaboracionismo y alta traición si este puesto es reconquistado por el ejército francés.–

–Somos esclavas de Dios, Él proveerá. –

–Le quedo muy agradecido. Coordínese con el oficial médico y organicen la nueva enfermería. Y una cosa, teniente, no deben obstaculizar el tratamiento de los franceses heridos ni mezclar a nuestros hombres con ellos. Cada uno en su enfermería y Dios en la de todos. No quiero tener problemas con esto. ¿Queda claro?–

–A la orden, mi comandante. –

¡Stupiden! ¿Dónde está Stupiden? Ha desaparecido de repente. No debo perderlo de vista. Al fin y al cabo estoy aquí por su culpa y la de su nieto.

Salgo apresuradamente a buscarlo. Si es preciso lo encerraré en un calabozo. Este desgraciado ya me ha metido en demasiados apuros y solo me faltaba que se largue y me deje con tres palmos de narices en esta locura infernal.

–¿Falta alguna monja, Madre?– le pregunto a la abadesa.

Durante un instante observa a las mujeres y se vuelve hacia mí.

Chominé, una de las novicias. Estaba aquí hace un momento pero ha desaparecido. –

–Venga conmigo, el sargento Stupiden tampoco está. Me temo que estén juntos haciendo sabe Dios qué marranada.–

–¿Está usted seguro, Gillempollenn? –

–No, pero sabe más el Diablo por viejo que por Diablo. Le apuesto doble contra sencillo a que este rufián anda por el camino de la pierna con esa jovencita. –

–Miraremos en la celda de la novicia. Seguramente tenga usted razón y con la que está cayendo no veo que sea el momento ni lugar para esas cosas.–

La abadesa abre violentamente la puerta de la celda de Sor Chominé.

Los encontramos a los dos completamente desnudos sobre el camastro de la novicia. Sus caras son el reflejo exacto de la estupefacción.

–¿Qué? ¿Conquistando terreno virgen, sargento? – le reprocho con los brazos en jarras a este energúmeno que se cubre sus partes con la sábana mientras la muchacha se levanta y tira de ella para tapar sus vergüenzas dejando nuevamente al sargento en pelota viva sobre la cama.

–¿Qué mosca le ha picado, Gillempollenn? Ahí fuera se desarrolla una guerra y usted sólo se preocupa de fastidiar la fiesta a dos personas enamoradas. ¿Qué clase de comandante nos ha tocado en la rifa de los galones? –

–Estoy muy decepcionada con usted, sor Chominé. Su comportamiento no es el adecuado para una candidata a ser sierva de Dios. – recrimina la abadesa a la muchacha.

La chica está tan ruborizada que hasta los taxistas se detendrían ante ella jurando que se trata de un semáforo en rojo.

–Vístanse los dos. –intervengo– Y con respecto a usted, sargento, tenemos que cruzar unas palabritas cuando esté presentablemente uniformado. Le espero en el Puesto de Mando. –

–¿Y ya está? – protesta la abadesa– ¿No piensa usted hacer nada más? –

–¿Y qué quiere que haga? No voy arrestar a este hombre por hacer algo de lo que yo mismo debería estar arrepentido. ¿Recuerda de lo que hablo, abadesa? –

–Tiene razón, comandante. Pero algo tendremos que hacer. No puedo consentir que la chica permanezca en pecado mortal. –

–¿Precisamente usted habla del fornicio como pecado mortal? ¡Venga, no me haga reír, Sor Chochette! –

–Eso es pecado de lujuria. Y no hace falta que saque a pasear por ahí mi pasado lejano. –

 –¿A una hora escasa le llama usted pasado lejano? –

–El Diablo sabe cómo tentar a los pecadores. Pero para eso está la virtud del arrepentimiento. – dice ahora mirando fijamente a la monjita.

–Nos amamos. Esto es así, Madre. Devolveré los hábitos y huiré con mi sargento alemán, está decidido. – contesta la novicia mientras se despoja de la sábana sin aparente pudor y se enfunda sus hábitos rápidamente.

–¿Y tú, sargento? ¿Qué tienes que decir?–

–No sé lo que le ha dicho esta francesita a su jefa, pero ha surgido el amor entre nosotros. No voy a dejarla sola por un instante. Si he de desertar lo haré pero no pienso abandonarla jamás. –

–¿Desertar? ¿Sabe de lo que está usted hablando? ¡Y se lo suelta en los morros a su comandante! ¿Se ha vuelto usted loco? –

–Supongo que nada podemos contra esto, comandante. – me dice la abadesa mientras abraza a la muchacha y le enjuga las lágrimas. –

–Ya veremos, de momento cúbrase usted, sargento, esto no es un burdel y le está entrando ya la flacidez. ¡Qué espectáculo más deplorable! –

–¿Y qué espera usted? Nos han cortado el rollo del modo más miserable. –

–Existe una forma de solucionar todo esto sin  perjuicio alguno y de acuerdo a la Doctrina Sagrada. –

–¿Ah sí? ¿Y cómo es eso, Madre? –

–Cáselos, usted es comandante y posiblemente pueda hacerlo. Tengo entendido que los capitanes de barco está autorizados. Supongo que los comandantes de infantería no pueden ser menos. –

–¿Quién yo? ¡Vamos, Madre, no me joda! Eso es cosa de sacerdotes y ni lo soy ni pienso serlo jamás! –

–El padre Canutett, nuestro confesorreside en Verdún y no va a aparecer por aquí mientras este lugar esté ocupado por ustedes.–

–Pues cáseles usted. Como Superiora del convento creo que está más cualificada que yo para esos asuntos. –

–No, las mujeres no podemos ejercer de cura. Está rigurosamente  prohibido por la Iglesia. No sería legal. –

–Bueno, en cualquier caso, deberíamos primero consultárselo a estos dos. Igual no están de acuerdo con la boda. Por lo que a mí respecta, no daría un solo marco por mi sargento en estas circunstancias. Ya ve que es un picha floja y con el cerebro entre las piernas.–

–Déjennos solas, por favor, caballeros. He de hablar con mi novicia, esperen tras la puerta. –

Mientras salimos de la celda aprovecho para darle un buen pescozón a Stupien.

–¿Se puede saber a qué juegas, sargento? –

–Le vuelvo a repetir que la amo. Eso es todo. Si es pecado o una infracción a las ordenanzas, me declaro culpable. ¡Fusíleme! –

–¿Qué fusilar ni que niño muerto, subnormal? Además me dijiste antes del ataque al fuerte Douaumont que tenías novia. –

–¿Ahora nos vamos a poner quisquillosos? Esto es la guerra, Gillempollenn, un lugar en donde se mata, se muere y se fornica cuando uno tiene la más mínima oportunidad. Nada más. Esa es la auténtica vida y muerte de un soldado en batalla. Uno sólo debe ser fiel a la Patria,  que solo hay una, en cambio mujeres las hay a montones.–

–Me ha dicho la abadesa que deberían casarse para no estar en pecado. ¿Qué opina? ¿Está usted conforme? Y responda ahora, no tengo tiempo que perder con este asunto. Debo hacerme cargo del Regimiento. –

–Si la chica acepta, yo también. –

–Se ha encoñado usted hasta las trancas. Haga lo que quiera pero no perjudique a esa niña. Si no está dispuesto a respetar las reglas del matrimonio es mejor que se arrepienta ahora y no más adelante. –

La abadesa abre la puerta y observo una sonrisa preciosa en los labios de la novicia.

–Sor Chominé está dispuesta a abandonar los hábitos y tomar el Sacramento del Matrimonio con Stupiden. –

–Este mentecato también. No somos quienes para impedirlo. –

–Entonces que entren de nuevo los dos en la celda y cáselos de inmediato.–

Se colocan frente a nosotros cogidos de la mano junto al camastro deshecho. La abadesa actuará como testigo y yo oficiaré de sacerdote a falta de un candidato mejor.

–Como diría San Pedro, si alguien tiene algo que decir, que lo haga ahora o calle para siempre. –comienzo la homilía.

–¿Qué tontería es esa? Aquí estamos sólo nosotros cuatro. – protesta sor Chochette. –

–No se lo va usted a creer, Madre, pero de estas cosas de Matrimonios Cristianos uno sabe lo suyo. En una ocasión, en Roma… –

–Bueno, al grano– me corta la Superiora. – ¿Chominé, acepta por esposo a este alemán hasta que la muerte los separe? ¿Sí o no? –

–Oiga, Madre, eso debería decirlo yo ¿No habíamos quedado en que sería yo quien oficiase el Sacramento? –

–Le veo venir, comandante, va usted a soltar un rollo de tres pares de cojones y no hay tiempo. Vuelven a escucharse disparos en el exterior. –

–Pues nada, abreviando que es gerundio. Yo os declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia pero lo justito. No necesitamos otro espectáculo como el de antes. –

Los tórtolos se besan con recato durante unos segundos. –

In nomine patris et filii et spiritus sancti. – Les digo en perfecto latín mientras la Madre y yo nos santiguamos.

–¿Y ya está entonces? – pregunta el baboso de Stupiden. –¿Y los anillos? –

–¿Anillos, imbécil? Aquí no hay nada con que cubrir tu dedo. Pero como solución provisional, te lo puedes meter en el culo. –

–Bueno, ya encontraré algo con lo que desposar a mi Chominé.–

–Sí, y puedes ir pensando en cómo vas a arreglártelas sin dinero, casado con una francesa, sin que ninguno sepa hablar una palabra del idioma del otro y en medio de una guerra mundial. No, si todo lo que te pase de aquí en adelante será poco, imbécil. –

–Déjelos. No es el momento de estropear una ceremonia tan bonita, Gillempollenn.  Tiempo tendrán de pensar en ello. Dios proveerá. –

–Ya se yo en lo que va a pensar este fulano en los próximos días. Y créame que es posible que pasen de los hechos a los pechos. Tenga un poco de paciencia y espere nueve meses, Madre. –

–los caminos del Señor son inescrutables. –

–Eso dicen. En cuanto a usted, sargento, lo quiero ver en media hora en el Puesto de Mando. Hay cosas que no pueden esperar y tengo un asunto importante que tratar con usted. No me falle que lo capo. –

Me dirijo a toda prisa hacia una estancia grande habilitada como Puesto de Mando. Es el comedor de las monjas.

Un capitán está desplegando unos mapas sobre una mesa. Al verme aparecer se cuadra militarmente.

–Los franceses están contraatacando, pero no creo que consigan gran cosa, están tan cansados y desabastecidos como nosotros, mi comandante. – me dice tieso como un palo.

–Descanse, capitán. No se precipite. Enséñeme el mapa en donde figure nuestra posición exacta. –

Despliega el papelucho gigante en donde están detalladas hasta las más mínimas cotas de terreno, pueblos, aldeas, colinas…

–Bien, capitán, señale el emplazamiento de esta abadía, no consigo localizarla a simple vista en este mapa tan enorme. – desde que escapamos del pueblucho en donde estábamos prisioneros no sé exactamente dónde estoy.

Con un dedo sucio y las uñas llenas de porquería, apunta hacia un punto en el mapa.

–Estamos aquí, mi comandante. Los franceses ocupan estas lomas. – me dice mientras desplaza sus dedos por el dibujo.

Por lo que vi en los mapas que me proporcionó el nieto de Stupiden en Philadelphia, estamos muy cerca del Fort Souville. Durante un tiempo el frente se estabilizará aquí y el ejército alemán no avanzará más hasta su rendición. Estamos en el frente del frente. Pero esta gente no lo sabe todavía.

Entra un teniente sudoroso y se planta ante mí.

–Comandante Gillempollenn, se presenta el teniente Chivattën, de Inteligencia Militar. – me dice jadeante.

–¿Es usted de Inteligencia? ¿Quién lo diría con esa cara de gilipollas que tiene? – le digo para hacerme el importante. He comprobado que los oficiales que se precien siempre maltratan a sus subordinados. Es cuestión de ego.

–¡Pues mira quien habla! – susurra el capitán creyendo que no le oigo. Le devuelvo una mirada asesina.

–Los franceses están a punto de recibir refuerzos. – continúa el “inteligente” –Una patrulla de reconocimiento ha descubierto una batería de cañones enemigos posicionándose aquí. –señala un punto en el mapa cerca de unas colinas no muy lejanas.

Poco me importa ahora lo que me diga este tenientucho. Mi interés se centra en otras cosas mucho más importantes.

Mi boca dibuja tal sonrisa que me hago hasta daño en la cara.

–¡De puta madre!¡Estoy tan contento que sería capaz de besarles en el trasero a los dos! – exclamo ante sus rostros estupefactos.

–¿Se alegra usted de que nos hagan papilla con sus bombazos, mi comandante? – acierta a decir el capitán mirando horrorizado al teniente.

–No, no… No es eso. Es que he descubierto en el mapa un lugar  muy interesante. – Señalo el lugar exacto en el que el imbécil de Anthony ha colocado el zulo de escape. ¡Y está ya detrás de nuestras líneas!

Pero ellos no entienden nada de nada. Siguen mirándose completamente convencidos de que no estoy bien de la cabeza.

–¿Y qué tiene de especial esa colina, mi comandante? Está en retaguardia y que sepamos no disponemos de tropas en ella ni tiene interés estratégico alguno. –

––¿Qué tiene de especial? – respondo con aplomo– ¡Esa colina representa la libertad! –

–No sé, mi comandante. Usted sabrá, pero sería mejor defender este convento y su posición antes que retroceder a esa loma y quedarnos sin refugio. –

–Por supuesto, capitán. De aquí no se va a largar nadie con viento fresco, al menos de momento. –

–¿Entonces qué hacemos, mi comandante? –

–Ordene a sus hombres que caven todas las trincheras que sean capaces de escarbar pero no a menos de dos kilómetros de aquí. La tropa debe hacer un último esfuerzo y avanzar ese trecho como mínimo ahora que los franceses están en retirada.. Este convento debe quedar bien en retaguardia considerando que va a ser un hospital y el Puesto de Mando. Bajo ningún concepto deben bombardear la abadía. –

Los dos hombres se marchan y me quedo solo contemplando el mapa. El zulo de Anthony está a unos doce kilómetros de aquí, en retaguardia. No me será difícil llegar hasta él y mucho menos con mi rango de comandante. Nadie me hará preguntas embarazosas.

Y hablando de cosas embarazosas ¿No debería estar aquí ya el paleto de Stupiden?

Alguien llama a la puerta, los oficiales la había cerrado.

–Adelante. –

Es el sargento recién casado. Entra en la sala con desparpajo y se sienta en una silla frente a mí.

–Siéntese, sargento. No hace falta que se lo autorice. Por lo visto mis galones se los pasa usted por el mismo sitio que las enaguas de su esposa. –

–Vamos, Gillempollenn, no nos vamos ahora a poner solemnes. Los dos sabemos que su expediente militar no es más que basura. –

–Es verdad, pero no me toques los cojones. Ante todo el mundo soy comandante y si te mando fusilar nadie va a decir ni pio en tu defensa, Un sargento de tres al cuarto no gana guerras. –

–¿Qué es lo que me tenía que decir y que era tan importante? –

–En primer lugar, felicitarle, sargento. Hay que reconocer que tiene usted buen gusto por las mujeres. –

–Gracias. La verdad es que sí. Y cuando me habla cositas en francés me pongo palote en un abrir y cerrar de ojos. Hay quien asegura que es el idioma del amor.–

–Chochea usted, sargento. Pero vamos a lo que vamos. –

–Usted dirá, mi comandante. –

–Voy a firmar una orden de evacuación para usted y su esposa. No puedo alegar heridas ni cualquier otro motivo por lo que alejarle del frente de modo reglamentario pero puedo enviarle a una misión especial junto a Chominé. –

–¿De qué se trata? –

–Conducirá usted un camión con los heridos franceses hasta este lugar– señalo el Cuartel General del Mariscal Von Cëntollenn.

–¿Por qué yo? –

–Porque tengo especial interés en un asunto que me ha traído a esta puta guerra. No lo entiende ni falta que hace pero usted no puede morir en este convento y además tiene que engendrar un hijo, que a su vez, le dé un nieto. –

–¡Qué cosas más raras dicen los comandantes! Con razón nunca pasé de sargento. El sentido común es inversamente proporcional al grado militar. –

–Cállese y escuche. Su esposa actuará como enfermera durante el trayecto. Dispondrá de toda la documentación necesaria por si le detiene alguna patrulla de la Policía Militar y le hace preguntas. –

–De acuerdo ¿Y después qué? –

–Permanecerán los dos en el Cuartel General y esperarán al final de la guerra. Cuando esta acabe, se largarán los dos a donde quieran continuar con su matrimonio. –

–¿Eso es todo? ¿Cuándo salimos? –

–Supongo que todavía queda tiempo para la evacuación de los franceses, algunos están seriamente heridos. Pero tenga todo dispuesto y , sobre todo, es de vital importancia que los prisioneros lleguen sanos y salvos ante el Mariscal. En especial el capitán De Gaulle. ¿Lo ha entendido?–

–Hablaré con mi chica para que esté preparada.–

–Sí, yo mismo me desplazaré a visitarles en cuanto pueda. De momento tengo que hacerme cargo también de Türuten. Para él tengo otros planes. Puede retirarse, sargento.–

A punto está de abandonar la sala cuando le detengo en seco y le abrazo. A pesar de todo es un camarada del frente.

–Lárguese antes de que me arrepienta, sargento. – le digo– y busque a Türuten, que se presente aquí de inmediato. –

–A tus órdenes, Gillempollenn. Y… gracias. –

Poco tarda el chaval en llegar. Cojea levemente pero ha debido ponerse las botas a comer. Tiene un lustre que para sí quisieran los viejos cascos metálicos de los generales.

–A sus órdenes, mi comandante. – me dice medio asustado y todavía impresionado por mi alto grado militar.

–Déjate de hostias, cierra la puerta y siéntate. –

El chico obedece y toma asiento frente a mí.

–De poco puedo servirte, perdí mi corneta durante el cautiverio y no hay modo de agenciarse una. –

–¿A quién le importan ahora los instrumentos musicales? Además, es una suerte, lo último que me hace falta ahora es que me montes una escandalera con ese chisme. –

–Pues no entiendo mi presencia aquí. Tal vez debería volver a mi antiguo regimiento e ingresar de nuevo en la banda. –

–Nada de eso. Para ti tengo una misión muy especial. ¿Cómo va tu pierna? –

–Bien, ya no me duele apenas. Las monjas han hecho un buen trabajo conmigo. –

–Perfecto. Escucha, necesito que me sirvas en una tarea que debes realizar de modo muy discreto. – le cuchicheo.

–¿De qué se trata? –

–Vas a vigilar todos y cada uno de los movimientos del sargento Stupiden. Pronto partirá hacia el Cuartel General con los heridos franceses, pero mientras tanto no le pierdas la vista. –

–¿Sospechas algo malo de él, mi comandante. –

–No, pero tengo la mosca detrás de la oreja. Por si no todavía no lo sabes, se acaba de casar con una de las novicias francesas.–

–Sí, me lo ha dicho él mismo antes de ordenarme que me presentase a ti. –

–Bien, quiero que lo vigiles. Esto será un caso de espionaje muy especial. ¿Me comprendes?–

–Sí, pero no lo entiendo. –

–No estás aquí para pensar. Haz lo que te digo. Y después tengo otros planes para ti, pero es vital que averigüe primero ciertas cosas con referencia a Stupiden. –

–Así lo haré, pierde cuidado. –

–Eso espero, chaval. Y no se te ocurra zascandilear con ninguna novicia. En todo caso, un polvo rápido y sin compromiso alguno, pero siempre y cuando, la moza esté conforme. Tu estancia aquí será corta. – el corneta se ruboriza  mientras le guiño un ojo.

Cuando el chico abandona la habitación, salgo yo también hacia la enfermería francesa. He de hablar con el capitán De Gaulle.

–¿Están sus hombres en disposición de viajar, capitán? – le pregunto.

–No, algunos todavía tienen heridas graves. Habrá que esperar algunos días e incluso semanas todavía ¿Dónde quiere llevarnos, comandante? –

–¿Puede levantarse sólo o necesita que le ayude? Tenemos que volver a la letrina. Tengo algo confidencial que decirle. –

–¿Otra vez al excusado? Nada de eso, lo que tenga que decirme me lo dice aquí. No voy a seguir dando pábulo a habladurías. Hasta mis propios hombres me miran de reojo.–

–Está bien, el frente se ha estabilizado aquí y durante mucho tiempo habrá duros combates. Sus hombres y usted van a ser trasladados al Cuartel General. Pero no tema, serán bien tratados, de eso me encargaré personalmente. –

–¿Está seguro de eso, comandante? No me fío ni un solo pelo de ustedes. –

–Estos terrenos se van a convertir en un verdadero infierno. No puedo garantizar siquiera que los suyos respeten este lugar sagrado y nos bombardeen hasta que no quede piedra sobre piedra. Me interesa mucho que usted, en especial, conserve el pellejo. –

–¿Otra vez esa loca historia de los Maquis? –

–Nazis– le corrijo– Sí, y cuando usted sea general y libere Francia de ellos, recordará este momento aunque nunca lo comentará con nadie. Es una historia demasiado extraña como para ir pregonándola. Le tomarían por loco. –

–No tengo ganas de seguir hablando con usted. Lo que saco en claro es que vamos a seguir siendo prisioneros de su ejército. –

–Así es, pero no hay mal que por bien no venga. Esta guerra se ha acabado para ustedes y no van a salir mal parados del todo. –

–No me consuela. El deber de un buen oficial francés es servir a su Patria. –

–Lo hará en un  futuro, no tema por eso. –

–¡Y dale! Déjeme ya de dar la murga con sus profecías. Me tiene hasta la coronilla con tanto misticismo. –

–Cuide de sus hombres. Necesito trasladarlos a todos en menos de una semana. No quiero que ninguno permanezca más tiempo por aquí. Las cosas se van a poner tan feas que temo que mis propios soldados se venguen con ustedes de los muertos que nos cause Francia ¿Me ha comprendido correctamente? –

–Sí. Y lárguese, comandante, necesito dormir un poco. No me ha dado buenas noticias que digamos.–