Capítulo 21

Sin novedad en el frente

Me aseguro de que ningún soldado francés acecha cerca del monasterio. Saco una silla de madera de roble y me siento tranquilamente en la puerta. Enciendo el cigarrillo que me ofreció la abadesa.

No tarda en llegar un destacamento alemán. Un coronel fatigado se planta frente a mí con varios de sus hombres y con los brazos en jarras.

–¿Qué coño pasa aquí? – me pregunta a voces.

–Han tardado ustedes demasiado en avanzar, mi coronel. Por un momento pensé que no lo lograrían. Sin novedad en el frente– le respondo sin levantarme de mi silla y fumando tranquilamente.

Tarda en reponerse de la sorpresa.

–¿Quién es usted, teniente? ¿Y dónde están sus modales cuando se trata con un superior? Está usted hablando con el coronel Von Estoyhastaloscojönenentelojürenporcapetrucitën. Pero todos me llaman Wolf, para abreviar.

–Pues me alegro ¡Lo que debió sudar el empleado del Registro Civil para darle de alta en el Libro de Familia! –

–¡Basta de insolencias! ¿Quién coño es usted? Y tenga la decencia de ponerse en pie y saludar como corresponde a una tropa disciplinada. –

–Teniente Gillempollenn, a sus órdenes. – me incorporo lentamente.

–¡Vaya! Es usted un hombre muy popular desde sus hazañas en el fuerte Douaumont. Y ahora ha tomado esta posición usted solito. Es un honor estrechar la mano a un héroe alemán. –

–En realidad no me ha resultado complicado y no estoy solo, he entrado en la abadía con un sargento y un muchacho corneta. Les ordené disfrazarse de soldados franceses y hemos tomado este puesto sin problemas. Informo que tengo nueve soldados enemigos apresados, entre ellos un capitán y que todos están heridos. También uno de mis hombres, el músico. Eso es todo. –

–¡Impresionante! Con gente como usted no es de extrañar que Alemania se apodere del mundo entero. –

–Es cuestión de saber hacer las cosas bien. Un buen oficial debe estar siempre preparado para todo. –

Llamo a voces a Stupiden para que salga del convento y se una a nosotros. Los soldados alemanes al verle con uniforme francés le apuntan nerviosos.

–¿Se puede saber qué estáis haciendo encañonando a un valeroso sargento alemán? ¿Estáis tontos o qué? – les grito.

La tensión se relaja. Stupiden se cuadra ante el coronel.

–Sargento, vístase con un uniforme como corresponde a su ejército. Es verle con esos trapos de París y entrarme urticaria. –

–Necesitamos otro uniforme para el muchacho que tengo herido. Es más bien menudo. Los de Intendencia tendrán que buscar una talla pequeña. Ah, y con los galones de cabo primero. Creo que hay que ascender inmediatamente a ese muchacho. Se ha comportado ejemplarmente. –

Con gestos, el coronel indica a un soldado que cumpla con lo ordenado. Después se quita la gorra y se sienta en la silla que he dejado libre.

–¡Un asco de guerra!. Los franceses saben luchar a pesar de estar prácticamente derrotados. Menos mal que tenemos a gente como usted entre nosotros. Eso eleva la moral. He perdido a muchos bravos soldados en esta ofensiva y tengo órdenes de detener el avance. Apenas nos queda munición ni comida y la lista de bajas es espantosa.–

–Me pregunto si ganar o perder importa demasiado. El precio que se está pagando en vidas humanas y destrozos es demasiado elevado. ¿Y que se gana con todo esto? –

–Me asombra que hable usted así, teniente. Le tenía por  héroe de guerra y parece usted un derrotista. ¡Claro que es importante vencer! ¿No se da cuenta de que el perdedor será quien pague la factura? –

–Seguramente. Y lo peor es que eso traerá como consecuencia el estallido de nuevas guerras. ¡Un no parar! –

El hombre vuelve a ponerse en pie.

–¿Le queda algún cigarrillo, teniente? –

­No. Pero puedo ofrecerle este. – le entrego la colilla que estoy fumando.

–Gracias. El tabaco ayuda a rebajar la euforia y calmar los nervios. –

–Tengo que advertirle a usted, mi coronel, que en el convento hay también monjas cuyo número desconozco. Les he dado mi palabra de oficial alemán a la abadesa de que permanecerán a salvo. Espero que sus hombres sepan estar a la altura y se comporten como caballeros con estas damas francesas. –

–¡Por supuesto! ¿Por quién nos toma? ¡Somos el ejército alemán!–

Aparecen un alférez y un sargento a la carrera. Se cuadran ante el coronel y hacen entrechocar sus tacones de tal modo que deben haber quedado con los tobillos perjudicados.

–Mi coronel– dice el alférez– El batallón número dos es el que más bajas ha sufrido. Su Comandante Von Cagaliëring ha muerto. No ha podido soportarlo más y se ha pegado un tiro en la sesera.

–¡Una lástima! Un buen oficial veterano. Pero no me extraña. Últimamente había notado en él un comportamiento extraño. El otro día le sorprendí meando en la hoya del rancho. Decía que las lentejas estaban sosas. Esta guerra es capaz de volver loco al más cuerdo de los hombres. – dice en tono apenado.

–También he dado mi palabra a los prisioneros de que serán tratados correctamente y no serán ejecutados. Han luchado bravamente y se han dejado casi la vida en defensa de su Francia, como buenos soldados, pero han sido nobles y no han causado mayores problemas. Se han rendido con honor–

–Tiene usted dotes de mando. Se me ocurre que necesito un Comandante para mi segundo Batallón una vez perdido a Von Cagaliëring. ¿Quién mejor que usted?–

–Con todo respeto, mi coronel, prefiero seguir siendo un vulgar teniente. Mi destino no es permanecer en este puesto sino avanzar más hasta encontrar un hoyo. –

–¡Hay que joderse lo valiente que es usted! ¡Sólo desea luchar hasta alcanzar la muerte? –

–¿La muerte? Yo no quiero morir. –

–¿Usted mismo ha mencionado que quiere acabar en un hoyo? –

–Tómelo como quiera. No se trata de eso exactamente. Yo me entiendo, mi coronel. –

–¡Basta! A partir de ahora, el ejército alemán se va a sentir muy honrado de contar con un comandante de primera como usted. Eso no es discutible. Ahora le traerán su nuevo uniforme, la gorra de comandante, la espada y las insignias correspondientes. Y por supuesto una Cruz de Hierro de Primera Categoría. Sin duda se la ha ganado. Tome posesión del mando de su Batallón inmediatamente y agilice la tarea de recomponerlo.–

Observo por un momento a Stupiden. Sus ojos son como platos soperos.

–Bueno, sargento– le digo– Ahora ya no habrá ninguna duda entre nosotros acerca de quien ese el que tiene el mando y mayor rango. –

–No, mi Comandante. Ahora su empleo como jefe es auténtico. Ha sido ascendido con todas las de la ley. – y se cuadra ante mí.

–¿De qué hablan? ¿Ha tenido usted alguna desavenencia con este sargento? Mire que me cuesta poco colgarle de un árbol por indisciplina. – el coronel parece un poco extrañado de nuestra conversación.

–En absoluto. Es un magnífico suboficial y experto en explosivos. Ha sido una suerte contar con él como compañero de fatigas.– Por un momento he temblado al pensar en que este mamarracho iba a irse de la lengua y contar cosas inconvenientes acerca de mi carrera militar.

Verdaderamente estoy un poco confuso. Ahora tengo una responsabilidad con muchos cientos de hombres a mi mando. Pero eso me proporciona ventajas a la hora de poder tomar decisiones que me beneficien. Creo que voy a aceptar mi ascenso. Además, no me queda otra. De lo que estoy completamente seguro es que no voy a enviar a nadie a matarse como corderos. Antes me largo que comenzar a dar órdenes de muerte.

–Tome la abadía como puesto de mando. – me dice el coronel– Yo me instalaré en el valle con los otros dos batallones. El frente debe estabilizarse aquí puesto que no disponemos de munición y vituallas para continuar y los hombres están exhaustos.–

–Así lo haré, mi coronel. Entiendo que los prisioneros y las monjas quedan a mi cargo. –

–Así es, haga lo que le salga de las pelotas con esta gente. Eso es asunto suyo. Pero asegúrese de que la posición queda bien defendida. Recibirá nuevas órdenes cuando reorganicemos el regimiento. –

El hombre se marcha en una especie de coche militar del año de la polka. Traquetea por el sendero descendente con grandes estampidos del tubo de escape como si tuviese una especie de diarrea salvaje.

Me he enfundando el nuevo uniforme de comandante. No uso casco sino una gorra mucho más cómoda. ¡Hasta me han traído un estúpido monóculo! Por lo visto, los oficiales de alto rango no son nada sin ese ridículo artefacto que les proporciona cierto caché.

Estoy a punto de entrar nuevamente en la abadía cuando se me presentan tres capitanes y un par de tenientes. Son mi plana mayor.

–A sus órdenes her…– comienza a decir uno de ellos que no conoce todavía mi nombre.

 Gillempollenn, Comandante Gillempollenn. – le respondo.

–Tenemos treinta heridos de gravedad, mi comandante ¿Qué hacemos con ello? –

–¿Dispone el batallón de alguna sección médica? –

–Sí, pero no existe ningún lugar en donde podamos instalar a los heridos. Los camiones que portan las carpas y el material de enfermería quedaron atascados a retaguardia y no pueden llegar hasta aquí. –

–Deme un minuto, capitán. Debo resolver esto del mejor modo posible. Mientras tanto, organice a sus hombres y caven trincheras alrededor de la abadía. Instalaremos en ella el puesto de mando  y no debe ser tomada por el enemigo si desarrollan una contraofensiva. –

Los oficiales se largan a la carrera tras chocar sus tacones de modo reglamentario. ¡Uno tiene las botas destrozadas y ha hecho el ruido con la boca!. Indiscutiblemente, la parafernalia militar es, en muchas ocasiones, una risión.–

–Sargento Stupiden, venga conmigo. – le digo mientras entro en el convento. Cerramos la puerta tras de nosotros a cal y canto.

–Escuche, voy a hablar con Sor Chochette. Usted vístase con el uniforme alemán, después acuda a la enfermería y ayude a Türuten a levantarse y uniformarse. Debe también decirle al capitán francés que me reuniré con él para informarle de la situación y ponerle a salvo. –

–¿Va usted a liberar a un oficial enemigo? –

–¿Qué sabe un simple sargento de las cosas del mando? ¿Le he dado una orden, no? Pues la cumple y sanseacabó. –

Me mira un poco de reojo y frunciendo el ceño con cara de desaprobación, pero se larga para realizar el encargo.

–Nuestro ejército ha tomado estas posiciones. Sus paisanos se han marchado a la carrera.– le digo a la abadesa cuando llego a la cripta en donde las dejé escondidas. – Es preciso que abandonen todas este lugar. No puedo garantizarles su seguridad en medio de este caos y de esos soldados cochambosos. En realidad, no puedo garantizar nada de nada. –

–Vaya, ya veo que no ha perdido usted el tiempo. Ha pasado de teniente a Comandante a una velocidad endemoniada.–

–Sí, cosas del ejército. Incluso el más gilipollas puede llegar a convertirse en Führer a poco que tenga un poco de fortuna, se han dado casos. –

_¿Qué casos? No estoy al tanto de esas cosas de la política. –

–Bueno, en realidad todavía no. Pero dele tiempo a uno que yo conozco y verá. – respondo apenado.

–No pienso abandonar mi abadía. No tengo miedo y si Dios me destinó aquí, no soy quien para desobedecer sus designios. –

–Le repito que ahora este es el frente de batalla. Los hombres se vuelven locos por la guerra y lo terminan pagando con la bragueta a poco que olisqueen unos coños a un distancia razonable.. –

–No me iré. Las hermanas son libres de hacer lo que les plazca. No las voy a atar a mis decisiones. –

–Yo tampoco me iré, comandante. No pienso dejar sola a mi Superiora ni deseo alejarme de mi sargento. – responde otra monja que adivino que es la que se ha corrido una juerga monumental con el piojoso de Stupiden.

–¿Pues saben lo que les digo? – saco mi pistola de su funda– No voy a consentir que les hagan ningún daño y el único modo de impedirlo es obligarlas por las buenas o por las malas a salir de estos muros y huir hacia cualquier lugar seguro tras sus líneas. –

La pesada pistola me tiembla en la mano.

–Sor Chochette, encárguese de que las hermanas recojan lo imprescindible y esté listas en menos de dos horas para partir.–

–¡De eso nada, monada! Yo me quedo. –  responde la abadesa poniéndose frente al cañón de mi pistola. – Si tiene usted lo que hay que tener, dispare ¿A que espera? –

Aparecen de improviso Stupiden y mi chico Türuten. Cojea pero está en condiciones de caminar sin mayor problema. Vienen acompañados de un capitán que ahora es uno de mis ayudantes.

–Tu jefe nos quiere separar. ¡Eso es espantoso! – la monjita se abraza al sargento. La cara de asombro que pone este espantajo es tan extraña que ni Picasso podría retratarla.

–Mi Comandante– dice al fin ese miserable de Stupiden – Solicito permiso para quedarme con esta mujer. Yo mismo me haré cargo de su seguridad y la del resto de hermanas. –

¡Este tonto del haba se me ha enamorado! ¿O sólo se habrá encoñado con la monja? ¡Él sabrá!

–¿Cómo puede usted estar tan seguro? ¿Ha visto la cantidad de tropa que hay ahí fuera? Son como rinocerontes en celo. Únicamente estarán completamente seguras en París o cualquier otro lugar donde no hayamos llegado todavía.–

Las monjas no entienden alemán pero por mi todo de voz, adivinan que no estoy de acuerdo con que permanezcan en este lugar.

–Venga usted conmigo, capitán. He de encomendarle una misión especial. – le digo a este tipo que me obedece como un cordero. ¡Qué cosas tiene eso de la disciplina militar!

Me dirijo a la enfermería a grandes pasos. He de hablar con el capitán De Gaulle.

Cuando me ven entrar los heridos se hace un silencio sepulcral. Ni siquiera se quejan del dolor causado por sus heridas.

Me acerco a la cama de De Gaulle.

–Estos son soldados franceses heridos. Bajo ningún concepto deben sufrir daño alguno ¿Me entiende capitán? –

–Son franchutes enemigos. No pienso hacer de niñera de estos cabrones, mi comandante.– me contesta agriamente.

–¿Qué no? ¿A que no tiene huevos de repetirme eso otra vez. capitán? Le recuerdo que soy su superior y no me tiembla el pulso a la hora de formar consejos de guerra a la tropa desobediente. –  Le recrimino a voces como un buen jefazo alemán. ¡Joder como mola esto de ser un pez gordo en el ejército!

–Lo siento, mi comandante. Necesitamos esta enfermería para atender a nuestros propios camaradas. Como sabrá usted, no tenemos una propia. ¿Y no son esos tipos contra los que luchamos y nos dejamos la vida? Lo suyo es fusilarlos, digo yo. –

–Escuche, botarate con estrellas, aquí se hace lo que yo mande y chitón. Este es el capitán Charles De Gaulle. Un tipo importante ahora y en un futuro. Le hago personalmente responsable de su seguridad y la de sus hombres. ¿Me comprende? –

–¿Y que se supone que debo hacer con ellos? –

–En primer lugar, quiero una guardia compuesta por sus hombres de mayor confianza. Cuando estén en condiciones de viajar, les preparará un camión y se les transportará al Puesto de Mando del general Von Scrottën Peläden. 

–¿Tanta molestia para proteger a estos comedores de queso? –

–Sí, aloje a nuestros heridos en la abadía. Hay espacio de sobra. Además les prepararé a los franceses un salvoconducto que debe ser entregado en mano al general. Estos hombres no deben sufrir daño alguno, en especial el capitán. Ocúpese de esto. Ahora tengo que terminar de solucionar el problema con las monjas.–

El tipo se cuadra ante mí y entrechoca sus tacones con poco entusiasmo. Después sale con cara de pocos amigos para cumplir mis órdenes.

Voy a tener que ocuparme de no perder de vista a Stupiden. Al fin y al cabo es la única razón por la que me veo envuelto hasta el cuello en este pozo de mierda. Y esos enamoramientos con la monja creo que no van a traer más que complicaciones.

Pero como le dije al coronel. “Sin novedad en el frente”