Cuando este tipo está vestido decorosamente, le ayudo a volver a su cama.
–Hable con sus hombres y explíqueles la situación. Estamos de acuerdo en que el trato es beneficioso para ambas partes. – le digo mientras llegamos a su cama.
–Así será. Y usted debería vestirse de uniforme y no despistar con esa sotana. Si las cosas pintas feas, deberíamos mostrar lo que somos y no ir disfrazados por ahí. Podrían tomarle por un espía.–
–Lo haré inmediatamente. Pero primero tengo que buscar a mi otro compañero, un sargento de Ingenieros que flirteaba con una monja la última vez que le vi. También tengo que ponerle al corriente. –
–¿Otro alemán en el convento? ¿Cuántos son ustedes? –
–No se preocupe, sólo somos tres. Además, mientras lo busco, le hago personalmente responsable de mi chico. Si le ocurre algo porque sus hombres le importunan, Hitler no tendrá que preocuparse en un futuro por usted. ¿He hablado con claridad?–
–Pierda cuidado. Le he dado mi palabra ¿No es así? –
–En eso confío, capitán. –
Abandono la enfermería haciendo un pequeño gesto de saludo a Türuten. El capitán está comenzando a dar las novedades a sus hombres. Un murmullo de voces y gruñidos inunda la estancia.
Vuelvo al despacho de Sor Chochette. La encuentro sentada tras su mesa escribiendo en unos papelotes.
–¿Qué tal su “charla” con el capitán, teniente? – me dice con media sonrisa.
–Muy satisfactoria. Estoy muy contento con cómo se ha desarrollado el encuentro. – vuelve a sacar el paquete de tabaco de su cajón.
–¿El cigarrito de después? – su tono es tan irónico que me dan ganas de ahogarla.
–Madre, supongo que no estará pensando que…–
–No estoy aquí para pensar y menos acerca de los complicados vericuetos del sendero de la carne. – me interrumpe.
–¿Dónde está mi uniforme? No quiero permanecer un minuto más vestido de cura, no me conviene. –
Hace sonar una campanilla que tiene sobre su escritorio. Al poco aparece otra monja a la que no había visto antes.
–Sor Camille, haga el favor de traer su ropa al teniente. Por lo visto Dios no le ha iluminado con el don de la fe y ya se sabe que hábito no hace al monje. –
La tal Sor Camille abandona la habitación para buscar mi ropa. La abadesa insiste en su actitud y su deseo de hacer chacota de acontecimientos irreales.
–¿Sabe que, Gillempollenn? Es una pena que sea usted homosexual ¿Quién lo hubiese adivinado con lo bien que le sienta su uniforme y lo bien templado que parecía? –
–Pare el carro, abadesa. Si no fuese por el respeto que le tengo como superiora de este convento, otro gallo cantaría. Ande, pregunte en mi grupo de Facebook y verá qué fama tengo de tío machote.–
–¿Qué es Facebook? ¿Una especie de secta masónica en la que se intenta fanfarronear de lo que no se es? –
–Algo parecido, no importa eso ahora. Además, con su pasado tampoco tendría usted que escandalizarse de según qué cosas.–
La monja entra en la habitación y deja mis ropas cuidadosamente dobladas sobre una silla. ¡Hasta le han sacado brillo al casco!
–Gracias, Camille. Ahora vuelva a sus obligaciones y cierre la puerta. El teniente y yo tenemos un asunto que resolver. –
Nota del protagonista, es decir, yo:
Querido lector ¿De verdad es necesario entrar en detalles acerca de lo que viene ahora?
Fin de la nota del protagonista
Nota del lector:
Hombre, es lo suyo. Por primera vez este libro se pone interesante. Menudo coñazo hasta ahora.
Fin de la nota del lector
Nota del protagonista
A petición popular, relato a continuación uno de los episodios más chuscos que me está tocando vivir en esta misión. Considérenlo una exclusiva porque no lo reproduciré en el resumen del libro. Como se entere mi Mari me capa.
Fin de la nota del protagonista.
La Santa Madre se levanta y se planta ante mí. Sin tapujos me saca la sotana por la cabeza y me deja completamente en cueros ante ella. Después me empuja de tal modo que quedo sentado en una silla de enea.
He de confesar que me estoy ruborizando.
Se levanta su hábito y se sienta sobre mí apretando fuertemente su pecho contra el mío.
–No se vaya usted a creer que esto lo hago habitualmente. Pero, como muy bien dice, tengo un pasado turbio que de vez en cuando añoro. Una mujer necesita de vez en cuando a un hombre. Es la naturaleza humana. –
–Yo no tengo nada que reprocharle ni soy quien tampoco para hacerlo. –
–Entonces dejemos que el regalo que Dios surja efecto. No sé por qué los jefazos de la iglesia tienen tantos remilgos con los asuntos de la bragueta. Si el Altísimo no hubiese querido que tuviésemos sexo, en lugar de dar gustirrinín nos dolería como una muela. –
–No sé… Pero hablar ahora de Dios como que me corta el rollo. Y llamarle Madre… ya ni le cuento. –
–Pues nada, relájate y déjate llevar. Conozco un par de trucos que te van a hacer creer en el paraíso en la tierra. –
Desde luego que la tía sabe lo que se hace. Además eso de que conserve sus hábitos por encima tiene su morbillo.
La puerta se abre violentamente. Otra monja inoportuna nos sorprende en plena faena.
–Madre, Hemos pillado al sargento con la novicia estaban fornicando en…– Cuando toma la verdadera dimensión de la escena queda paralizada como la estatua esa de sal que narra la Biblia.
La abadesa se levanta violentamente y recompone sus ropas. En cuanto a mí, me quedo sentado tal y como vine al mundo.
–¿Nadie le ha enseñado a llamar a la puerta Sor Visillé? – le reprende la Superiora.
Pero la tipa está paralizada mirándome de tal modo que parece que sus ojos no le caben en las cuencas. Su boca permanece tan abierta que podría competir con el brocal de un pozo
–¿Qué? – le digo– ¿Le gusta mi viejo palo? –
Hace ademán de santiguarse pero no le da tiempo y cae redonda al suelo completamente desmayada.
–Vístase inmediatamente, teniente. La fiesta ha terminado. –
No contesto y apresuradamente me pongo el uniforme. Todavía estoy turbado por los acontecimientos. Tal vez todo esto haya sido una señal divina para mostrar el enfado del Señor por nuestro comportamiento en su casa. ¡Yo que sé!
–Y averigüe que ha estado haciendo su sargento con mi novicia. Como la haya dejado preñada voy a cortarle el pito y lo voy a exponer en la capilla como una reliquia del prepucio de Judas. –
Salgo sin contestarle. ¡El Imbécil de Stupiden! Ya me imaginé que algo de esto iba a suceder nada más verle cómo echaba ojillos a la monjita. ¡Pero hombre de Dios! ¿A quién se le ocurre ponerse a follar en un convento? ¿Es que este hombre no tiene conocimiento?
El ruido de la guerra se oye cada vez más cerca. Se están desarrollando combates feroces a muy poca distancia. Es cuestión de tiempo que llegue alguna tropa hasta aquí.
Encuentro a Stupiden en la Sacristía. Bebe sin reparos de una botella de vino preparado para la misa. Ha tenido el detalle de no usar el cáliz como copa pero verle beber a morro en irrita igualmente.
–Por lo visto ha tomado esta capilla como si fuese una cantina. –
–Ya ve, teniente. Uno se aburre en estos lugares. No hay nada que hacer. – me contesta mientras me ofrece la botella.
–Por lo que he oído, no ha estado ocioso que digamos. ¿Dónde está la monja con la que ha fornicado como un gorila salvaje? –
–Oiga, no me venga ahora con remilgos. Sepa que corren rumores acerca de usted y sus aventuras con cierto capitán francés ¡Qué vergüenza, mi teniente! –
–Eso es una calumnia. No crea nada de lo que le digan ¿Qué será lo próximo? Igual le cuchichean que he estado fornicando con la abadesa. –
–¿Y no ha sido así? –
–No exactamente. –
–¿Dónde está Türuten? ¿Sabe algo de él? –
–Precisamente de eso quiero hablarle, sargento. El chico no está mal herido y ha sido atendido correctamente. Ahora está en una especie de enfermería junto con nueve franceses. –
–¿Nueve franceses? ¿Y lo ha dejado usted allí solo y sin protección? Probablemente ya lo hayan liquidado esos comedores de queso.–
–No. He acordado con su jefe, un capitán muy peculiar, que no vamos a agredirnos mutuamente mientras dure este confinamiento. –
–¿Ha pactado una tregua con un capitán francés? Si eso no es alta traición poco debe faltarle. Dígame dónde está esa enfermería que me los cargo inmediatamente. –
–No va usted a hacer nada de eso. En poco tiempo alguien va a tomar este convento. Si son los franceses, los heridos nos protegerán. El capitán me ha dado su palabra. –
–¿Y se fía usted de un gabacho con estrellas en los hombros? –
–No queda otra. –
–¿Y si son los nuestros los que entran aquí a sangre y fuego? –
–Procuraremos que los franceses no sufran ningún mal. Es prioritario que el capitán sobreviva a esta guerra. Será un hombre muy importante para el desarrollo de la siguiente.–
Unas bombas estallan ya cerca del convento. Las ametralladoras también intervienen en el concierto con su traqueteo monótono.
–¿De qué está usted hablando? ¿Ya le ha vuelto la locura a su sesera? Cuando se pone usted en modo místico incluso da algo de miedo. –
Me asomo por un ventanuco desde el que se divisa todo el valle. Las tropas francesas se baten en retirada. Los alemanes avanzan casi sin resistencia.
Un camión francés es alcanzado de lleno por un obús y salta en pedazos. Cadáveres y heridos son el triste reguero que van dejando las compañías francesas que retroceden despavoridas.
–¡Magnífico! Nuestros chicos le están dando lo suyo a estos franceses. La guerra pronto terminará. Alemania es invencible. – Stupiden está entusiasmado.
Prefiero no contestarle. Ahora lo prioritario es maquinar algo para cuando los alemanes lleguen al convento. No tengo un plan claro para salvaguardar la vida de los heridos y de las monjas. Estos brutos son capaces de cualquier cosa y sólo el Diablo podría superarles en los asuntos del horror.
–Busque a la abadesa y dígale que se encierre en algún lugar seguro junto con todas sus monjas. Y luego vaya a la enfermería. No tema, los franceses conocen el pacto al que hemos llegado y no le harán ningún daño. Asegúrese de que Türuten está en condiciones de caminar.–
–A sus órdenes ¿Y usted que va a hacer? –
–Ya veré. Improvisaré sobre la marcha. Nadie como un español para este tipo de cosas. –
Las tropas francesas ya han abandonado el valle y una marabunta de soldados alemanes avanzan hacia nosotros. Capturan a algún herido francés que encuentran pero observo con espanto que a la mayoría les ejecutan sin compasión. Seguramente Belcebú debe estar frotándose las manos.