Capítulo 14

Al asalto

Seguimos los tres agazapados en el hoyo. No sabemos si el teniente Helver Galarga ha enviado a alguno de sus hombres para ver si conservamos la vida después de la explosión de la supuesta mina.

Transcurren unos minutos de tensa espera y no vemos aparecer a nadie por los alrededores. Al contrario, un tiroteo anuncia que el asedio al fuerte ha comenzado.

–Bueno, francés, ha llegado la hora de hacer cosas prácticas. ¿dónde hay que ir para recoger la pasta y salir pitando?–

–No es tan sencillo. La operación va a resultar un poco complicada. Además, necesitaremos material. – responde el prisionero mientras hace gestos para que le desatemos las manos.

–Explícate, por diez millones soy capaz de traer hasta aquí al acorazado König aunque sea preciso arrastrarlo por la campiña. –

–El asunto es que conozco dónde hay un inmenso tesoro escondido. Si quieres hacer un trato conmigo te llevas el veinte por ciento. No está mal para un alemán que viste un uniforme tan viejo y sucio que se diría que pertenece a algún pelotón de pordioseros.

–Sin duda debes estar completamente majareta. En primer lugar, no me trago el cuento ese del tesoro misterioso y en segundo lugar, me has debido tomar por el más imbécil de Alemania. El trato era perdonarte la vida a cambio de diez millones. ¿Ha sido así, verdad Gillempollenn? –

–Rigurosamente cierto, mi sargento. Ni uno más ni uno menos. – contesto mirando a los ojos al francés.

–Escucha, alemán avaricioso, hay suficientes riquezas para todos. Y lo de los diez millones es sólo un cálculo hecho con prisas, dadas las circunstancias. Probablemente haya mucho más que eso.

–¿Cómo es posible? Creo que nos estás tomando el pelo. Ganas me están entrando de darte tal paliza que hasta merecería un público entusiasta para aplaudir. –

–Pero no vas a hacerlo. Te pica la curiosidad y la esperanza de buen botín. Al fin y al cabo, los alemanes habéis venido a arrebatarnos todo ¿No es cierto? –

El tiroteo se intensifica. Debe haber un buen jaleo en el fuerte. Afortunadamente estamos lejos del peligro y tratando de asuntos de interés fundamental con este sargento francés que a mí me da en la nariz que miente más que habla. –

–Al grano, franchute. Hemos desertado por tu culpa y ahora nuestra situación no es mejor que la tuya. Pero juro por San Marcos que me haré un cinturón con tus tripas si nos intentas engañar. –

–Un momento, mi sargento – ahora estoy muy preocupado– Yo no he desertado ni tengo nada que temer. Sólo he obedecido órdenes suyas. A mí no me meta en jaleos. –

Stupiden saca su pistola con tal rapidez que ni Billy el Niño le hubiese ganado en un duelo. Me coloca el cañón debajo de la nariz.

–Muy bien. Pues sal de este escondrijo y vete corriendo a llorar en el regazo del teniente. Pero te advierto, antes de que puedas dar un solo paso tendrás más plomo en el cuerpo que los zapatos de un buzo. –

–¿Qué mosca le ha picado, mi sargento? – protesto– Yo no quiero saber nada de este tejemaneje que se llevan ustedes entre manos. Sólo quiero avanzar. Mi destino está justo tras las líneas enemigas. –

–¡No me digas! Además de ser gilipollas eres un puto héroe. ¡No me hagas reír! Además te necesito como traductor. Este tipo habla como si estuviese comiendo gachas y no se le entiende nada. ¡Hay que joderse con los idiomas, con lo clarito que es el alemán!–

–Está bien, mi sargento, guarde el arma. Pero supongo que será usted consciente de que yo también tengo derecho a mi parte correspondiente. –

–Por supuesto. Parece mentira que desconfíes de mí, un suboficial prusiano honrado hasta la médula. –

El prisionero no para de realizar movimientos con los brazos para intentar desembarazarse de las cintas que sujetan sus muñecas. Stupiden se vuelve ahora hacia él.

–Bueno, me vas a explicar todo este embrollo. ¿Cómo sabes que existe ese tesoro, dónde está y que hay que hacer para que cambie de dueño? –

–Antes de vuestra ofensiva, pueblos como Ornes, Gremilly, Gincrey y muchos más, decidieron poner a salvo el dinero de sus bancos, obras de arte y la pasta de particulares adinerados. Tenían miedo de que se lo robaseis como acostumbráis a hacer cada vez que ponéis vuestros apestosos pies en mi país. –

–Sigue, francés. La cosa tiene buena pinta. – El sargento Stupiden se sienta junto a él. Juraría que le han crecido las orejas par oír mejor. Enciende un apestoso cigarro y se lo pone en la boca al prisionero.–

–El caso es que la aviación vuestra ha aprendido a bombardear desde esos cacharros voladores del demonio a cualquier cosa que circula por los caminos. –

–Sí, Von Richthofen, El Barón Rojo, y sus chicos. Un tipo grande. Ni se sabe ya a cuantos pilotos franceses ha derribado. ¡Un héroe, con todas las letras! –

–Sí, sí. Nosotros preferimos llamarle “El hijo de perra que vuela”. Pero como todo, eso va en los gustos de cada cual. –

–Escucha, paleto, nadie llama hijo de puta al Barón Rojo delante de mí. Si no fuera por lo que es, ya estarías con los testículos en un bote de cristal. –

–Pues eso, que no era seguro transportar todo ese tesoro por las carreteras de Francia hasta París. Tampoco era previsible que atacaseis Verdún después del jaleo que tenéis organizado a las orillas del Somme. ¿De dónde sacáis tanto soldado y tanta bomba?–

–¡De mi ojete! ¿A ti que te importa? – Stupiden va perdiendo la calma.

Ejem… , señores– intervengo– Yo creo que nos estamos saliendo más de la cuenta de la conversación. Todavía no nos ha contado la otra mitad del cuento. –

–Tienes razón, cabo. Dile a este sujeto que termine de desembuchar todo lo que nos tenga que contar. –

–Pues como te decía, todas esas riquezas están guardadas convenientemente en el fuerte. –

–¡Pues la hemos jodido bien! El cabrón de teniente se va a apoderar de ellas en cuanto liquide a los tuyos! –

–Nada de eso. – asegura el gabacho con tal entusiasmo que nos convence en el acto de sus afirmaciones.

–El Temiente es berlinés. Esa gente huele el oro como si tuvieran un sexto sentido. Tampoco descarto que su chorra actúe como las varas de un zahorí cuando detecta plata a una distancia razonable. –

–Dudo que sea capaz de rendir la guarnición. En todo caso, estas riquezas están bien ocultas. El fuerte tiene numerosas galerías subterráneas a varios niveles. Todo está previsto. Nunca sospechará que tiene al alcance de sus dedos de ladrón alemán semejante fortuna.–

–Ya, pero las registrarán todas en busca de soldados que se hayan escondido para no ser muertos o capturados. –

–Te equivocas completamente, los franceses sabemos hacer las cosas bien, no como vosotros. ¡Nuestros espléndidos quesos son mucho mejores que vuestras asquerosas salchichas de Frankfurt! Con eso te lo digo todo. –

Suenan unos ligeros estampidos de cañón. Los sitiados se defienden con piezas de artillería ligera desde lo alto del fuerte. Los disparos de fusilería arrecian o amainan a medida que se desarrolla el combate.

Tras dos horas de intensa lucha, el silencio más sobrecogedor se apodera de aquel paraje siniestro.

Cés fini– dice el sargento francés– Ya os dije que no podríais tomar el fuerte de cualquier manera. Mis chicos saben lo que hacen y la fortaleza es inexpugnable.

–¡Bobadas! No existen fortalezas inexpugnables. Además, también podría ser que mi teniente haya tomado ya la plaza. Gillempollenn, salga de patrulla y averigüe que es lo que ha ocurrido.

Con la precaución de un explorador Sioux, salgo del escondrijo, cruzo la arboleda y desde una pequeña loma, contemplo cómo la bandera de Francia ondea todavía en una de las torretas. El ataque alemán ha sido rechazado. Mis camaradas alemanes han debido morir en el intento o han sido capturados.

Vuelvo a las ruinas de la casa en donde están estos dos rufianes discutiendo acaloradamente sin entenderse una sola palabra de las que se dicen el uno al otro.

–El fuerte Douaumont ha resistido, mi sargento. Toda la sección ha sido liquidada. –

El francés no puede disimular una sonrisa afeada por la caries. Stupiden se rasca la cabeza para ayudarse a pensar. Al fin saca en claro un par de conclusiones.

–Eso son buenas noticias en el fondo. Por un lado, el tesoro sigue a buen recaudo en donde quiera que estos franchutes lo hayan escondido y por otro, ya no somos desertores sino héroes que han sobrevivido a una batalla infernal. Nadie puede decir lo contrario puesto que todos los que nos conocían han muerto. –

–¿Y ahora qué hacemos?. No podemos entrar en el fuerte y menos con este mamarracho embaucador. Sigue siendo el enemigo. –

Stupiden saca una lata de carne que abre con su bayoneta y se pone a comer tan campante. Incluso ofrece algo de esa masa intragable al sargento francés acercándole la punta de la daga a su boca.

–Esperaremos lo que sea necesario. Sin duda, habrá otro ataque tarde o temprano. El ejército alemán nunca deja las cosas a medias. Mientras tanto vigilaremos a este cerdo francés con galones y descansaremos. Pero hay que tratarle bien y darle de comer de vez en cuando, no vaya a ser que se nos muera y se lleve el secreto a la tumba. La mejor virtud de un buen soldado es tener paciencia para aprovechar su oportunidad.–

Tomar el fuerte ahora va a convertirse en una tarea imposible. Ya no contamos con el factor sorpresa y sin duda, pronto recibirán refuerzos. Mal asunto.

–Creo que deberíais abandonar la idea de asaltar el fuerte. No debería decir esto. Pero que sepáis que la fortaleza sólo está defendida por cincuenta y seis soldados veteranos, alguno de ellos tan viejos que hay quien asegura que uno de ellos incluso actuó como testigo en el juicio de asesinato de Abel por su hermano  Caín. Pero experiencia no nos falta. ¡Mira lo que han hecho esos vejestorios con vuestro desastroso ataque.–

–No menosprecies la capacidad del ejército alemán. Habéis ganado el primer asalto porque el teniente Helver Galarga no era un buen oficial estratega. Pero espera y verás. –

–Te vuelvo a repetir que este fuerte es inexpugnable. Fíjate en sus muros, sus dimensiones y sus escondrijos ocultos. Ideales para montar los nidos de ametralladoras que os harán papilla. –

De pronto la cara del francés cambia de color y se torna un carmesí sospechoso.

–¿Qué te ocurre, Francés?– Stupiden está preocupado. No puede ser que este hombre se nos muera así, como si tal cosa.

–Son los nervios. Me estoy cagando. La condenada carme en lata que me has dado debe ser un alimento para esófagos de puercos. La comida ideal para marranos como vosotros pero altamente perjudicial para un francés de paladar exquisito. Me ha debido descomponer el vientre. Suéltame las manos que no aguanto mucho más. –

Gillempollenn– me ordena mi sargento– Póngase usted la máscara antigás, acompañe al señor a un lugar resguardado y espere a que termine de hacer lo que sea. Y no se le ocurra desatarle. Puede ser una estratagema del mamarracho este para escapar. Oriente su trasero en cualquier dirección que el viento no traiga hasta mí el tufo y límpiele usted el culo si es necesario ¿Comprendido?

–Pues no crea que es plato de gusto lo que me ordena, mi sargento. Yo he venido a una guerra para luchar contra el enemigo, no para dejar  ojetes franceses como una patena. – Protesto aunque sé que mis opiniones van a ir al cubo de la basura.

–¡No te jode! – oigo al sargento mientras acompaño al prisionero tras unas zarzas– ¡Paladar exquisito!- susurra mientras termina de comer con su bayoneta de la lata de comida en conserva– ¡A este le voy a dar yo paladar exquisito como me esté engañando con ese asunto del oro. –