Retorno a casa
La chapa de oro cae en el agujero como a cámara lenta. En un instante todo es oscuro. No siento nada físicamente hasta que una luz cegadora me impide ver nada por un momento.
Estoy otra vez atado de pies y manos en la silla de Anthony.
–Roma est, succendentes ossa olivarum. Fugiendum vel mori. (Roma está ardiendo. Huye o morirás tú también (Nota del traductor ¿No se va a acabar nunca este libro?. El puto autor no me paga las horas.)–
–¿Qué dices tú, picha? Háblame en cristiano. No sé latín. Además ese idioma ya no se estila.–
Reconozco perfectamente esa voz. Es la del capullo ese.
–¡Hay que joderse las pintas que me traes, macho!–
–¿De dónde crees que vengo, imbécil? ¡Roma arde por los cuatro costados– le respondo nervioso y de muy malas maneras.
–Ardía. De eso hace ya dos mil años, macho. Espabila. – se pone unos guantes de látex para no ensuciarse las manos y me da un par de hostias para sacarme del aturdimiento.
Recupero poco a poco la visión. En uno de los espejos con los que está recubierta la habitación me reflejo como un fantasma.
Tiene razón Anthony, mis ropas están manchadas de ceniza y humo y mi cara es oscura como el hollín. Sólo dos surcos discurren desde mis ojos hasta la barbilla. Estoy llorando.
Estoy muy desorientado. Me cuesta mucho más volver de mis misiones que enfrentarme a ellas.
Me desata con cuidado de no mancharse su bata blanca.
–Hueles como si hubieras eztao hasiendo la barbacoa más grande der mundo, chaval. –
Me ayuda a levantarme del sillón. Que se joda. No se ha quitado los guantes pero se está manchando igualmente al rozarse conmigo.
A estas alturas no sé si abrazarle o darle con toda la mano abierta.
Salimos del habitáculo. Fuera está Brenda, la secretaria de Mister Patterson y Bobby el botones.
–¿Te encuentras bien, Juanvi? – me pregunta la chica.
–No lo sé. – le respondo todavía llorando. – Este es un trabajo muy duro. –
–¿Te ha ocurrido algo malo? – me vuelve a preguntar mientras Bobby me ofrece un vaso con agua.
–Sí. Lo peor que me ha sucedido es tener que regresar. –
–Por tus ropas no parece que te hayas desenvuelto mal en Roma. Te fuiste como un vendedor ambulante y regresas con una toga magnífica digna de un Senador.–
–No, no me ha ido mal del todo. Ya os contaré. Ha sido un largo periodo de tiempo el que he estado allí. Ahora necesito darme un buen baño y estar un rato a solas.–
–Por supuesto, descansa. Tómate el tiempo que necesites. En tu habitación encontrarás ropas limpias y si te apetece baja a cenar con nosotros. Mister Patterson sabrá esperar lo que sea preciso. –
–Gracias, así lo haré. – le respondo.
Bobby me ayuda a subir las escaleras hasta la planta baja. No sé cuál es la razón pero me siento débil. De pronto me vuelvo hacia Brenda.
–Una cosa, quisiera conservar mi toga. Tiene para mí un valor sentimental muy grande. ¿Podríais ocuparos de lavarla y plancharla? –
–Pierde cuidado. Lo haremos. Pero no es bueno que sientas apego por el pasado. Esto puede desequilibrarte y volverte…–hace una ligera pausa.
–¿Gilipollas? – le contesto secamente.
–No, la muchacha no ha querio desir ezo. – interviene Anthony. – Lo que ha querío desirte es que tienes que mentalizarte de que lo pazao, pazao está. –
No estoy de humor para seguir hablando. Verdaderamente es para volverse loco. Hace minutos estaba con Culito, Excrementus, Lidia, mi amigo Pinarius… y caminaba por una Roma preciosa y extraña.
Ahora ya hace casi veinte siglos que han muerto y todo se ha transformado hasta tal punto que para ver aquel mundo maravilloso hay que excavar y contemplar las ruinas de lo que fue.
Nunca se hubiese sabido de su existencia si no les hubiera conocido. No se les recuerda porque sus vidas tal vez no tengan importancia para nadie ya. Me siento más extraño en mi verdadero mundo que en aquel.
En mi habitación tomo un baño. Por mucho que me restriego con jabón parece que el olor a humo se resiste a abandonarme como testigo mudo que me golpea para hacerme recordar tantas cosas…
Me tumbo en la cama vestido con sólo la ropa interior. No recordaba lo blanditas que son. En Roma me había acostumbrado a dormir en duras literas.
Unos golpecitos en la puerta me hacen salir de la burbuja de pensamientos en la que me he metido.
–Adelante. –
Es Bobby.
–Vengo a recoger tus ropas para llevarlas a la lavandería ¿Necesitas algo más? –
–No, gracias. Estoy bien. Pero por favor, tened cuidado con ellas. Las tejieron los dioses y están tintadas con el néctar de mil flores recogidas por muchachas vírgenes.–
El pobre Bobby me mira estupefacto. Después se encoge de hombros.
–¿No estás bien, verdad? – me dice en tono de pena mientras mete en una bolsa de plástico mis hermosas vestiduras romanas.
–No. En estos viajes se viven cosas imposibles de olvidar. Tanto lo bueno como lo malo. Pero lo peor es separarte de la gente con la que has compartido parte de tu vida. Nunca seas gilipollas en el tiempo. No compensa.–
–Pero es una vida falsa. Tu verdadero yo pertenece a este lugar y época. –
–Lo sé. Pero es difícil ir saltando de un tiempo a otro. La vida en ellos es tan real como esta. No lo entenderías. Ahora déjame solo, por favor. Necesito tiempo para poner mi cabeza en orden.–
El chico se marcha y cierra la puerta con suavidad.
Vuelvo a acostarme pero no aguanto mucho tiempo. Me duele la espalda con estos colchones tan confortables. Pediré a Brenda que me lo cambien o pongan alguna madera debajo para que le dé mayor rigidez.
En el armario tengo un par de trajes de muy buena calidad. Lo he sabido simplemente por el tacto. ¡Lo que son las cosas! Ahora aprecio las ropas y los tejidos como no lo había hecho antes.
Me pongo uno de ellos para dar una vuelta. Necesito ahora salir a la calle y que me dé el aire.
Me siento raro. Es como si toda esta vestimenta moderna me resultase impropia para vestir a una persona. Nada tan confortable como una toga suave y los huevos colganderos. El pantalón parece que me raspe las piernas y la camisa y chaqueta son insoportablemente agobiantes.
¿Y qué me dices de la corbata? Por mí le pueden ir dando mucho por culo la corbata.
Coches transitan por la calle a toda velocidad. Las gentes se cruzan entre ellas sin prestarse la menor atención. Nadie dialoga deteniéndose tranquilamente en una esquina o conversando acerca de su día a día. Todo es hermético en nuestro mundo. Aquí sólo reina la prisa para ir a ninguna parte.
Me siento en una banco de madera en mitad de un pequeño parque cercano. Es el mismo banco en el que una señora me dio un dólar a mi llegada a Philadelphia cuando me tomó por un vagabundo.
Unos chavales juegan al balón. Me recuerdan tremendamente a Culito. No sé cómo he podido tomarle tanto cariño. Anthony tiene razón, lo pasado, pasado está y por mi salud mental debo aprender a pasar página.
Don Martín, el Marqués de Raboblanco, la Marquesa Rosalba, mi entrañable Leonor, doncella de la Marquesa… Ya casi los había conseguido olvidar pero vuelven como fantasmas del pasado a los que se unen a esta extraña colección mis queridos amigos romanos.
Deambulo por las calles sin prisa. Entro en un pequeño bar. Las gentes hablan con elevado tono de voz, una máquina tragaperras inicia una cancioncilla electrónica y escupe varios centavos. La camarera no habla conmigo salvo para preguntarme con voz impersonal que deseo tomar.
Me largo sin decir palabra. Donde esté una buena y antigua cantina romana que se quiten estos locales de plástico y cristal. Lo que se ha ganado en lujo se ha perdido en humanidad.
Cabizbajo y triste vuelvo a mi habitación. Antxón, el hijo de Mister Patterson y conserje de la empresa me mira sin decir palabra, abre la puerta del edificio y me contempla consternado.
Algo ha debido intuir en mi mirada acerca de mi estado de ánimo y ha guardado un respetuoso silencio.
Me acuesto sin siquiera quitarme el traje. Se me ocurre que sólo un gilipollas puede entender a otro. Salgo de mi habitación y llamo con los nudillos en la puerta de Horacio. Él lleva ya varias misiones a sus espaldas y sabrá darme buenos consejos o al menos comprenderme.
–¡Hombre, Juanvi, ya has regresado! – me dice mientras me invita a entrar a su habitación.
–Sí, ha sido un viaje de lo más entretenido. –
Me observa un momento de arriba abajo y niega con la cabeza.
–A mí no puedes engañarme, amigo. Sé perfectamente cómo te sientes. A todos nos ha pasado más o menos lo mismo. –
Me derrumbo en su cama sentándome de golpe.
–¿Cómo lo podéis superar? –
–No es posible. Vivir en otra época y volver dejando parte de tu vida allí hace que arrastres una maleta llena de recuerdos, de gentes a la que has conocido y odiado o amado y a la que nunca más volverás a ver. Una existencia llena de gratos momentos y también llena de escombros. Pero debes acostumbrarte, precisamente en eso consiste ser gilipollas.–
–A veces resulta tentador quedarte allí y mandar tu vida actual a la mierda. –
–¿Cuánto tiempo has estado en Roma? –
–Cerca de año y medio. –
–Ufff… Es mucho tiempo. Las misiones no suelen durar tanto. Estoy convencido de que no fuiste consciente de tu real existencia durante la mayor parte del tiempo. Tal vez te olvidaste de quien eres en realidad.–
–Así fue. Y he conocido a tanta gente…–
–Eso es lo peor. Tienes que tratar de olvidarles. O lo que es mejor, recordarles cómo si viviesen en este tiempo pero se hubiesen largado de viaje. Engáñate a ti mismo con la idea de que les volverás a ver en algún momento. No les mates en tu mente. –
–Creo que voy a dejar la Organización. Este trabajo no es para mí. Estoy convencido de ello. –
–Tómate unos días y reflexiona. Todo tiene su lado bueno. Conoces a gentes importantes como en tu caso a Nerón. Fíjate que alguien mataría para poder tener esas experiencias. –
–Gracias por escucharme, amigo. Lo pensaré.–me levanto de la cama y me dispongo a volver a mi habitación.
–Oye, una cosa, Juanvi ¿Puedo hacerte una pregunta? – me detengo.
–Claro, no faltaba más. –
–¿Has follado en Roma o no? –
–Se ha hecho lo que se ha podido. – ahora me parece estar viendo a Clitórica con su desparpajo habitual por las calles de Ostia.
–Pues míralo por el lado positivo, eso que te traes. Recuerdo que hice un viaje a lo que hoy es Etiopía para conocer a la Reina de Saba…–
–¿Te tiraste a la Reina de Saba? – le interrumpo estupefacto.
–¡Joder, no! Ni siquiera la vi en todo aquel tiempo. Pero tenía unas esclavas que quitaban el sentido. –
No le contesto mientras cierro la puerta. No me apetece en absoluto conocer las guarrerías que hiciera este depravado con esas muchachas.
Me acuesto. Mañana tendré seguramente la reunión con Mister Patterson y el engreído de Arturo que se hace llamar Mister McLaughlin.
¡Qué artificial es todo en este mundo moderno! Aquí hay que tener un nombre falso para aparentar lo que no se es.
Mira Culito, tan orgulloso de llamarse así. Nunca puso objeción alguna.
Me pongo de lado en la cama y me tapo la cabeza con la almohada.
¡Culito, otra vez Culito! No consigo quitármelo de la cabeza.