Mi última noche en Roma
Nerón ha enviado a sus administradores de confianza a mis locales para inspeccionarlos y tomar posesión de ellos. Bueno, en realidad casi son ya suyos.
Todos los empleados siguen en sus puestos de trabajo. Sólo algunos se han marchado ya siguiendo mis consejos. Pero la mayoría lo harán entre esta noche y mañana temprano.
Voy a dedicar el escaso tiempo que me queda aquí para divertirme y ayudar a Lidia y Excrementus a encontrar una buena casa en la que vivir. No espero ya nada de Roma. Creo que mi tarea ha concluido. En cuanto todo esto desaparezca, lo haré yo también.
No será prudente que me quede en la ciudad cuando el botarate de Nerón vea que todo esto que le he regalado ha sido consumido por las llamas. Pero sé que al final van a pagar los cristianos los platos rotos. Es por eso que he procurado que Culito no se involucre de momento y se convierta también en uno de nosotros.
Me apena no conocer a su hijo cuando nazca. Me gustaría mucho pero para eso falta todavía más de un mes. Yo ya habré partido.
Estoy hecho un verdadero lío. Por un lado no quiero irme y por el otro estoy ansioso por retornar ya a mi época. Necesito distraerme con cualquier cosa porque estoy al borde de una depresión anímica.
–Tengo un encargo para ti. – me dice uno de los administradores del Emperador y me entrega un pergamino lacrado con un sello de cera.
Lo leo a la luz de una antorcha. Por lo visto Nerón quiere ofrecerme una cena pasado mañana como agradecimiento a mi regalo. No tengo claro si he de asistir o no. Este anormal es capaz de lo mejor y de lo peor pero mientras siga aquí creo que lo más prudente sea obedecerle. Además seré testigo de su reacción cuando vea el tremendo incendio.
Los esbirros de Nerón se han marchado satisfechos a comunicarle a su asqueroso jefe que todo está en orden. Vitoria sigue en el taller recogiendo sus cosas. No me ha visto entrar.
La observo mientras introduce sus herramientas de costura en una caja de madera. Sus ojos están tan tristes que no parecen que sean capaces de ver nada en la penumbra.
Echa un vistazo final al taller. Las mesas están ociosas. El ajetreo de ir y venir de costureras de una lado para otro ha desaparecido. Solo el silencio inunda el local. Un silencio extraño que por primera vez reina después de muchos meses.
Hileras de túnicas, togas y capas cuelgan de las perchas perfectamente ordenadas y listas para servir a los clientes. Parecen fantasmas esperando impotentes la que se avecina.
Al darse la vuelta para salir se asusta al verme.
–Que susto me has dado, Gilius. –
–Es inquietante esta paz ¿Verdad? –
–No sé en qué pensabas cuando le regalaste todo esto a Nerón. Perdóname si te digo que he llegado a pensar que eres un auténtico gilipollas. –
–Puede que lo sea y tengas más razón de lo que crees. Pero todas las cosas tienen un porqué. Lo sabrás muy pronto. Apúrate en marcharte lejos de aquí. –
La mujer se encoje de hombros.
–Mañana vendré a primera hora con Sargentus. Encárgate de recordar a todas las costureras de que vengan a trabajar como cualquier día. Todo debe parecer normal. Pero que tengan sus pertenecías preparadas para huir antes del mediodía. Todas las puertas permanecerán cerradas a partir de ese momento. Para entonces ya deben estar marchándose de aquí. Pero con discreción, nadie debe sospechar nada.–
–Pierde cuidado, así lo haré. – contesta mientras desaparece poco a poco por la puerta. –
–Adiós, Vitoria, cuídate. –
Vuelvo a casa cabizbajo por entre las oscuras calles de Roma. Me entretengo en ir dando pataditas a una pequeña piedrecilla. Visito por última vez la plazuela en la que montan el mercadillo todos los días Pinarius y el resto de vendedores.
Me siento en un pequeño banco de piedra que hay junto a un portal que da a la plaza completamente desierta y casi a oscuras.
Los recuerdos de estos últimos meses se agolpan y me producen tremenda congoja.
El precio que hay que pagar por viajar en el tiempo es enorme. Tal vez sea porque me involucro demasiado con la gente y les llego a tomar verdadero cariño olvidando que todo esto es pasajero y que después volveré a mi soledad cuando les abandone. Nuestros tiempos se solapan pero irremediablemente terminan por separarse.
Escucho detrás de mi unas palabras que me sacan de repente de mi aletargamiento.
–¿Tú también has venido aquí para despedirte de este lugar? – es Pinarius.
–Ave, amigo. Pues sí, aquí nos conocimos y aquí ha querido también el destino que nos despidamos. Echaré de menos todo esto. –
–¿Dónde vas a ir, Gilius? ¿Quién te obliga a marcharte? ¿Tantas ganas tienes de volver a Hispania? No lo entiendo.–
–No, no vuelvo a mi Hispania. Mi destino está mucho más lejos, tanto que el Imperio desconoce incluso su existencia. –
–Bueno, no voy a insistir más en eso. Pero dos amigos no se despiden así como así. Lo mejor sería que nos diésemos un buen homenaje en alguna taberna de postín. Puestos a recordar el pasado, que sea por cosas relacionadas con la comida y el buen vino. –
–Estoy de acuerdo, Pinarius. Pero ya que me haces tantas preguntas quiero hacerte yo una a ti? –
–Adelante. –
–¿Quién va a pagar la cena? –
–Seamos fieles a los recuerdos. Por supuesto que tú. ¿Qué mierda de reconstrucción del pasado sería si la pagase yo? ¡Un auténtico fraude a la memoria!. –
–La madre que te parió. No vas a cambiar nunca ni siquiera ahora que eres más rico que yo. –
–Esto es Roma y sus gentes. No te habrás imaginado que dominamos el mundo a base de hacer barra libre con los extranjeros sometidos al Imperio. –
–¡Desde luego que tienes un cuajo…!–
Caminamos con los brazos al hombro como buenos colegas. Entramos en el foro bajo un arco de triunfo tal cual dos generales victoriosos. Dejamos todo atrás. No volveré a pasear los barrios humildes de Roma.
En la taberna solicitamos a un esclavo que nos prepare una mesa en un lugar discreto. La noche es calurosa y el local está abarrotado de gente. El hombre se las arregla para conseguirnos una en un rincón algo apartado del resto.
Pinarius es una especie de tubo digestivo creado por el dios Baco para devorar comida. Embadurna todo con el jodido Garo y traga como si de una alcantarilla se tratase. Llego a pensar que este hombre no tiene fondo.
Yo como muy poco, algo de pescado con pan y unos algunos frutos secos con uvas. No tengo apetito, sólo un nudo en la garganta que no puedo deshacer. Pero le observo comer como si acabase de descubrir para qué sirve su bocaza. Sonrío hoy por primera vez.
–¿Sabes qué? – me dice con la boca llena –Lo he estado pensando y creo que volveré a Pompeya. Hace muchos años que me vine desde allí a Roma y te comprendo, uno echa de menos sus orígenes. –
–No te lo aconsejo. Es un lugar que no será propicio dentro de unos años. –
–¡Joder, tío! Eres un agorero. Parece que te ha dado por ir anunciando calamidades. ¿Entonces qué debo hacer según tú? –
–Puedes quedarte perfectamente en Roma siempre y cuando te busques un alojamiento al otro lado del Tíber o en barrios más al este. Allí no correrás peligro porque no tienes nada que ver con mis empresas ‘Amazónica’ y ‘Casto’. Nadie te buscará para pedirte explicaciones.–
–Gilius, de verdad que puedes ser sincero con migo ¿En qué lío te has metido?¿Por qué tú y tu gente debéis huir de Roma? –
Me niego a continuar con esta conversación. Me pongo en pie y me despido definitivamente de él.
–¿Te vas ya? No hemos terminado de cenar. –
–Vuelvo a mi villa con Culito y su esposa. Se ha hecho tarde y andarán preocupados por mi ausencia. –
Se levanta y me pone sus brazos sobre mis hombros. Nos miramos profundamente durante unos instantes como sólo dos verdaderos amigos pueden hacerlo.
–Que los dioses sean contigo para siempre, Pinarius. –
–Ha sido un honor conocerte, Gilius. A quien hable mal de los hispanos le pienso partir la cara con mis propias manos. Y otra cosa, no te olvides de pagar al salir. Yo me quedaré un rato dando cuenta de este apetitoso filete. No es cuestión de ir tirando la comida ahora que, según tú, todo se va a la mierda.–
Salgo a la calle. Hace todavía mucho calor acompañado de una humedad asfixiante pero una leve brisa del norte amortigua el agobio.
Lentamente camino hacia mi villa sin perder detalle de lo que estoy viendo. Templos, edificios con inmaculadas fachadas de mármol, gentes alegres deambulando ociosas sin más preocupaciones que las de la vida cotidiana. Necesito guardar todo esto en mi memoria. Cuando retorne a mi tiempo no serán más que tristes ruinas sin alma rescatadas de excavaciones.
Entro en casa. Culito está a punto de salir a buscarme.
–Ave, Gilius. Nos tenías preocupados por tu tardanza. Excrementus ha salido a tu encuentro y yo ya iba a hacer lo mismo. –
–He estado paseando y cenando con Pinarius. Hace calor esa noche y me apetecía tomar el fresco.–
–Pues me alegro de que no te haya pasado ninguna desventura. Ya sabes cómo es Roma de noche. –
–¿Está bien Sulpinia? –
–Sí, se ha acostado hace un rato. Tiene los pies muy hinchados y está cansada. –
–Es normal en su estado ¿Y Lidia? –
–Está pasando la noche en casa de Magna. Creo que la pobre mujer se está muriendo y no ha querido dejarla sola. –
–Ha hecho muy bien. Ambas son muy buenas mujeres. Excrementus y tú habéis tenido mucha suerte.–
–¿Te preparo algo de vino o fruta? –
–No, estoy también agotado por las caminatas y las emociones. Me retiraré a mi cuarto a descansar. –
Me acuesto pero no consigo conciliar el sueño. Doy mil vueltas en mi cama y finalmente me levanto. Tengo que engañar a mi cerebro entreteniéndolo con algo.
Me dirijo al vestidor en donde tengo mis mejores galas y selecciono las que vestiré mañana en la cena con Nerón.
Una hora después oigo cómo entra Excrementus en casa y habla con Culito.
–No le he encontrado por ninguna parte. –
–Está aquí. Vino al poco de marcharte tú a buscarlo. –
–Alabado sea Dios, por un momento temí lo peor. Estoy muy preocupado por él. Creo que algo le ocurrió en Herculano y Pompeya que le trastornó. –
–¿A qué te refieres–
–¿No viste la perra que cogió con Tontochorrus para que se largase de Pompeya en menos de quince años?¿Por qué? –
–No escuché nada, se apartaron para hablar a solas. –
–Yo sí lo oí. Tengo buen oído para según qué cosas. Y luego la locura de regalarle a Nerón su negocio ¿Qué me dices a eso? ¿Está loco o no? ¿Qué opinas? –
–Confío en él ciegamente. Sabe lo que hace. Mira lo que ha conseguido en tan poco tiempo. Pelín gilipollas sí parece a veces. Pero de loco nada. –
Como me levante le sacudo de lo lindo a este mocoso.
–¿Y porque quiere que todos sus empleados salgan a escape de sus casas? ¡Eso no es normal!–
–No deberías hablar así de Gilius después de todo lo que ha hecho por nosotros ¿Olvidas que a mí me recogió prácticamente de la calle después de la muerte de Culus y que a ti te sacó de las garras de tu amo Hijoputus? ¡Míranos ahora! –
–Razón no te falta, Culito. Espero que Dios me perdone por hablar así de ese hombre. Creo firmemente que nos los envió para sacarnos de la esclavitud. No volveré a dudar de él. Por un momento me he sentido tentado por el diablo que ha puesto esas dudas en mi cabeza.–
Debe ser ya casi de madrugada y sigo con los ojos abiertos como un búho.
Tentado estoy de levantarme y comerme a besos a Culito después de escuchar la conversación. Le perdono lo de gilipollas porque en eso acierta de pleno. Pero continúo acostado porque solo puedo hacer una cosa: llorar.