Una boda como Dios manda
He llevado el vestido de Lidia a casa de Marcia. Hoy se casan.
Los novios han acordado que se celebrará como una boda cristiana. Pero todos desconocemos los rituales que deben hacerse para ajustarse a la voluntad de Dios, así que seguirán las costumbres romanas hasta ver que nos dice Pedro.
Marcia está encantada con las ropas que le ha confeccionado Vitoria a Lidia. El vestido es precioso. La túnica reluce con su blancura inmaculada, Marcia se la ajusta con un cordón de lana mediante el nudo de Hércules. Según la tradición romana, debe ser desatado por el marido en la noche de bodas.
Luce un peinado con seis trenzas, como es costumbre en estos casos, y un manto anaranjado que tapa parte de su cara sujeto por un ramo de azahar.
Marcia actúan como una verdadera madre y es por ello que se encarga personalmente de vestir a la novia.
En cuanto a Excrementus, se ha escondido tras unas columnas. Nuca se había vestido tan elegante y le da mucha vergüenza que le vean hecho un pincel.
Hablo con Pedro para ofrecerle que actúe como sacerdote.
–Yo no he celebrado ninguna boda todavía. No sé siquiera como debe hacerse. Tendré que inventarme un nuevo rito cristiano. A ese respecto, Jesucristo no nos dijo ni pío. – me dice San Pedro muy frustrado.
–Bueno, en las bodas de Caná convirtió el agua en vino. Tú mismo fuiste testigo de ello. Ahí tienes una pista. –
–Claro, noble Gilius ¿Y pretendes que yo haga lo mismo?¡Yo no soy Jesús y tú estás mal de la chaveta! Yo soy un simple pescador. Apenas sé leer y escribir. Creo que Jesús me eligió por casualidad, igual a que a los otros. Incuso mis memorias se las dicto a un escribano para que quede constancia de las palabras de Dios.–
–Improvisa, hermano Pedro. Es mejor que sea así. De ese modo no puedes meter la pata. Tú mandas. Tendrás que establecer cómo deben celebrarse las bodas cristianas para los sacerdotes futuros.–
–Visto así… Ya veremos… Es un jaleo porque se mezclan tradiciones romanas, judías y ahora tenemos que improvisar un nuevo modelo de ceremonia cristiana para estas cosas. Te ruego que me eches una mano.–
La boda se celebra por la tarde en el atrio de la casa. Sólo somos quince personas en total porque deseamos que sea una cosa discretita dadas las circunstancias. Formamos un círculo en cuyo centro se sitúan los novios y San Pedro.
Culito parece un hombrecito con su nueva túnica. Está radiante de felicidad. Y yo… Bueno, es una pena que los escultores se dediquen a esculpir estatuas de mármol con dioses que nunca han visto teniéndome a mí como modelo. Ahí lo dejo.
El futuro santo carraspea antes de pronunciar sus primeras palabras.
–Como supongo que nadie tiene impedimento en que se unan estos dos en santo matrimonio, y para que luego no vengáis con pamplinas, el que quiera decir algo en contra que lo diga ahora y no venga dando por culo después. – en líneas generales, este primer párrafo no difiere demasiado con el actual.
El santo hace una pausa alargada y se queda mirándome a mí.
–¿Y ahora qué, Gilius? – me dice al fin.
–Pues no sé. Pregúntales si están de acuerdo los dos en casarse. –
–Valiente gilipollez. Pues claro que están conformes. ¿A qué han venido entonces? –
–Hombre, no sé. Es por hacer la ceremonia un poco más larga. Está quedando un poco sosa ¿No crees? –
–Vale. – me dice y se coloca ante Lidia. – ¿Lidia, quieres por esposo a Excrementus? ¿Sí o no? –
–Si. – responde la chiquilla con alegría.
–Piénsalo bien. Esta unión es para toda la vida. Igual el mozo se nos hace un borrachín y tienes que cargar con él en lo bueno y en lo malo. Y no digamos ya si es un putero y se pasa la vida en otras camas distinta a la tuya. –
–¡Joder Pedro! ¿Pero tú de qué lado estás? ¿Quieres que se case la chiquilla o no? – intervengo.
–Actúo como notario de Dios. Tengo que prevenir a la muchacha del lío en el que se está metiendo. – me contesta Pedro.
–Sí, quiero. Mi Excrementus no es de esos hombres que buscan el calor fuera de la lumbre de casa. Y no es bebedor. Al menos eso creo… – contesta Lidia con menos entusiasmo que antes.
Ahora Pedro se planta ante Excrementus que se ha puesto rojo como un tomate. Sigue sin sentirse cómodo luciendo sus ricas ropas.
–Excrementus, espero que tú también estés dispuesto a cargar con tu mujer de por vida. Respétala como debe hacerlo un hombre. Pero ya te advierto que se te acabó la tontería. A partir de ahora vas a saber de verdad lo que es la esclavitud. – le dice muy serio.
El pobre Excrementus me lanza una mirada implorándome algún consejo de última hora.
–Escucha, Pedro. Me parece a mí que con este rito no se va a casar cristianamente nadie más. Tendrás que perfeccionarlo un poco. Y luego miro a Excrementus que sigue tieso como un palo mirándome como si fuese un pasmarote. –
–Di que sí, coño. A veces pareces tonto, amigo. – ya estoy tan de los nervios como él.
–Sí…– dice con un hilo de voz apenas imperceptible. Lidia le mira con cara descompuesta.
–No te veo yo muy seguro. – interviene Marcia. – Pero ya te digo que como no trates bien a mi niña te veo trabajando de eunuco en el palacio de Nerón. Así que ya lo sabes. –
–Que sí, que sí. Que la quiero mucho. Pero el mal rato que estoy pasando no se lo deseo ni a mi peor enemigo. – contesta por fin Excrementus con una frase mucho más larga que la que esperaba oír de él.
– Intercambiaros los anillos. Lo que Dios ha unido esta tarde, que no lo separe nadie en el futuro.– dice pedro muy satisfecho de la frase que se acaba de inventar para dar fin a la boda. Me mira con gesto desafiante y exclama:
–Chúpate esa. ¿A que ha quedado redondita la ceremonia? No te esperabas este soberbio remate ¿Eh?–
–Pues no sé, Pedro. Pero creo que lo suyo es que todo esto acabe en beso. Nada más romántico y hermoso para un final feliz. –
–¿Besarse delante de todo el mundo como si esto fuese un burdel?–interviene Marcia– No lo veo. Me resulta obsceno y vergonzoso.–
–Nada de eso. Al fin y al cabo ya son marido y mujer. Nada hay de pecado ya en ello. ¿No es cierto Pedro? – le contesto.
–Cierto. Dios ha sido testigo de ello mediante nuestra presencia. –
–¿Entonces la beso o no? – pregunta Excrementus sin saber qué hacer.
–Pues claro, imbécil. No querrás que tenga que ir yo a hacerlo. – le digo ya muy alterado por su falta de sangre en las venas.
Afortunadamente, Amazónica decide poner punto final al debate. Se levanta el velo que le cubre la cara y besa a su esposo con tanto amor que el tonto del haba termina por desmayarse.
Dos criados de Marcia le arrojan agua con una especie de palancana y el hombre se recupera poco a poco.
–Bueno, Pedro. Pues la cosa no ha ido tan mal. Dale un par de vueltas a la ceremonia y puedes sacar un rito precioso para este tipo de acontecimientos. – le digo al Apóstol.
–Sí. Para ser una cosa improvisada, se me ha dado regular. Dedicaré un tiempo a formalizar la ceremonia y a escribir cómo debe hacerse debidamente. Ahora que lo pienso no estaría de más que les hubiese dado la comunión. Pero para la siguiente lo tendré todo mejor organizado. –
Felicitamos uno a uno a la pareja de recién casados. Marcia no puede evitar una lágrima de emoción.
Pedro comienza a retirarse meditabundo. Me acerco a él.
–Hermano Pedro, me gustaría mucho que me hablases de Jesús, de Magdalena, de Judas, de todos vosotros que le conocisteis. Tengo tanta sed de saber…–
–¿Judas? ¡A ese ni nombrarlo! – me interrumpe bruscamente.
–¿Es cierto que vendió a Jesús por treinta monedas? No lo entiendo. ¿No sabían los romanos quien era Jesucristo que tuvieron que sobornar a Judas? ¿De qué conocían entonces a ese traidor? –
–Es una historia muy larga. Todos cometimos muchos errores aquellos días. Incluso yo, al que crees tan recto, negué a Jesús en tres ocasiones en la casa de Faisás, un tipo que tenía un gallo que cantó tres veces tal y como predijo Jesús. ¡Hay que joderse lo que hace el miedo cuando la amenaza de sacrificio y muerte asoman próximas! –
–No debes culparte por ello. Al fin y al cabo estaba escrito en el destino. – le consuelo.
–Deja descansar a Pedro. – interviene Marcia que ha llegado a nuestro lado. –Tiene cosas que hacer. La ceremonia ha sido breve pero preciosa y ahora tú y yo tenemos que acordar varios asuntos. –
–Quiero hablar con Pedro. Mis dudas no están despejadas. Él lo sabe todo. –
–En otra ocasión, Gilius. Ahora déjame solo. He de orar a Dios. Vuelve otro día y te prometo que nada quedará en tu ignorancia.–
El anciano se marcha con pasos cortos ayudado de su cayado.
–Espero que te encargues personalmente de Lidia. Excrementus también es un buen muchacho. Ayúdales en lo que puedas. – me dice Marcia mientras me ofrece un vaso de vino que unos sirvientes llevan en unas bandejas para que los invitados beban y traigan la buena suerte a la pareja.
–Les he preparado un aposento para ellos en mi casa. Pero esta noche es especial para ambos. Te pido que nos alojes a Culito y a mí en la tuya para dejarles la intimidad de la que no gozarían en la mía. – le contesto.
–No te preocupes. Haré que os preparen un alojamiento adecuado para los dos. –
La mujer llama a los novios y hace una seña a una sirvienta. Al poco aparece con un pequeño cofrecillo de madera maravillosamente tallado.
–Es la hora de los regalos para los recién casados. – dice y extrae de la caja un precioso broche de oro que le entrega a Lidia.
–Esto es para ti. Te protegerá de todo mal. Es una joya muy apreciada en mi familia. Pero debes prometerme que me visitarás tantas veces como puedas.–
–Juro por Dios que así lo haré. Nunca conocí a mi verdadera madre. Pero no ha sido necesario. Tú has sido la mejor mamá que Dios me hubiese podido ofrecer jamás. – ambas se abrazan tiernamente. Después se dirige a Excrementus al que le entrega un pequeño puñal de oro macizo.
–Y esto es para ti, querido Excrementus. Simboliza la protección que debes darle a tu esposa el resto de sus días. –
El hombre lo toma con sorpresa. El regalo es ciertamente magnífico.
–Da por seguro que jamás debe temer Lidia nada funesto mientras vivamos. Te agradezco sin medida el regalo que me haces.–
–Eso no está bien, Marcia– dice un hombre barbudo detrás de nosotros– ¿Desde cuándo un esclavo puede ir armado por Roma? –
–Espera– le contesto al hombre– Los regalos no han terminado. Faltan los míos. –
A una señal convenida, Sargentus irrumpe en el atrio vestido con su antiguo uniforme militar y avanzando a zancadas marciales. Lleva una caja grande entre sus manos. Ha debido impresionar a todos porque se esconden como ratas pensando que van a ser detenidos de inmediato por la guardia de Nerón.
–Tranquilizaos, es un hombre de confianza. Trabaja para mí. Además no sabe de qué va todo esto. –intento tranquilizarlos.
Extraigo una preciosa túnica anaranjada que también encargué a Vitoria y a la que he hecho bordar la palabra ‘Amazónica’ con letras pequeñas a la altura del pecho izquierdo. Se la entrego a Marcia.
–Es para ti. Un regalo que mereces por tanto bien que nos has dispensado a todos. –
–¡Es preciosa! Muchas gracias Gilius. Además, veo que también lleva escrito su apodo. Aunque a mí no me gusta que la llaméis así, supongo que es algo cariñoso por tu parte. Un detalle realmente bonito. – me dice.
–Sí, es para que todas sepan que no vistes con ropas de cualquier mercado sino con prendas exclusivas ‘Amazónica’. Espero que la luzcas por toda Roma con orgullo. Te recordará siempre a Lidia.–
–Así lo haré. Seré la envidia de todas las ricachonas del barrio.–
Luego me dirijo a los novios. Les hago ver que la caja que porta Sargentus está vacía.
–Para vosotros no tengo nada material que ofreceros y que pueda compararse con los presentes con los que os ha obsequiado Marcia. Pero os alegrará lo que he de deciros. –
Me miran con interés.
–Excrementus, en las cuadras de Bertinus Osbornius, encontrarás un carro enorme de cuatro ruedas y un caballo poderoso para tirar de él. Se acabó para ti el empujar durante horas por la Vía Ostiensis. Ahora tienes que reservar tus fuerzas para otros asuntos. –
–Gracias Gilius. No sé cómo agradecerte tu generosidad. –
–Eso no es todo. – y me vuelvo a los que están congregados en el atrio. –Tienes razón, noble Tocapelotus, ningún esclavo debe ir armado por las calles de Roma. Es por ello que a partir de este mismo momento otorgo la libertad a Excrementus. Ya no es mi esclavo, es mi empleado. Sólo deseo de ti que sigas a mi lado en la tarea de sacar adelante el negocio. Te pagaré como corresponde a un trabajador fiel. ¿Me lo prometes? –
Excrementus está tan desencajado que creo que va a desmallarse por segunda vez esta tarde. Pero se recompone como puede. Inca su rodilla derecha en tierra ante mí. Comienza a balbucear como un bebé. Su rostro es lo más parecido a una caricatura de sí mismo.
–Te lo juro por Dios. Yo nunca te dejaré solo y te serviré como mereces. – me dice besando mis manos.
–Levántate. Un hombre libre no debe arrodillarse ante nadie. –
–Ante el Emperador y las Águilas de las Legiones Romanas, sí. Todo buen romano bien nacido lo hace.– interviene Sargentus mientras da una palmada de enhorabuena a novio.
Me acerco a Lidia porque como siga mirando al buenazo de Excrementus me va a entrar la risa floja. La chica está tan sorprendida como su marido. Pero ella sabe llevar mejor estas situaciones que ese simplón.
Me mira con una mirada de agradecimiento imposible de describir por este humilde autor no menos gilipollas que el mismo Excrementus.
Cuando estoy frente a ella le doy un beso en la mejilla y saco un pequeño objeto que llevo escondido entre mis ropajes.
–Y esto es para ti, Lidia. La verdad es que no sabía que ofrecerte. Así que toma estas pequeñas tijeras que he hecho forjar con la plata más pura de Roma. Si alguna vez sorprendieses al granuja de tu marido en los brazos de otra… Ya sabes lo que tienes que hacer con ellas…–