Capítulo 28

         Que se me casan los esclavos


Amazónica se ha quedado de momento en casa de Marcia. No tengo preparado un aposento en mi almacén para que se instale. Es lo primero que quiero hacer porque tengo grandes planes para esta chica.

Es una mujer muy inteligente, sabe leer y escribir porque su ama se encargó de ello con gran cariño. Ella puede convertirse en el alma de mi negocio. Yo tengo otras cosas importantes que hacer que es a lo que he venido a Roma.

He hecho construir una preciosa habitación para ellos. No es muy amplia pero sí muy coqueta. En ella podrán instalarse perfectamente los dos una vez casados. No, no soy uno de esos tiquismiquis que se oponen a las relaciones pre-matrimoniales. ¡Pero lo que le faltaba a Culito, ver a estos dos rezongando en la cama! ¡No iba a tardar ni un día en traerse a su Sulpinia!

Las ventas van viento en popa. Excrementus ha hecho ya tres viajes más a Ostia y la tienda no está repleta porque los tejidos salen casi a la misma velocidad a la que entran en ella.

He tenido que llamar la atención a Sargentus, mi jefe de seguridad. A cada individuo que considera sospechoso con su pequeño cerebro de libélula, le da una paliza sin miramiento ninguno. No, no creo que eso sea bueno para las ventas. Supongo que puede dar mala imagen.

Pero ha hecho un buen trabajo con Estomagantus, el cobrador de impuestos del César. No sé qué tecla habrá tocado con su amigo el Questor Villarejus, pero tengo entendido que lo han destinado a las lejanas provincias de oriente. ¡Anda y que le den! Ahora viene otro muy educadito que no me cobra casi nada. 

Subo a casa de mi antigua vecina Vitoria, la modista cagona, acompañado de la parejita de novios. Les voy a regalar unos vestidos adecuados para la ceremonia. Llamo a su puerta.

–Ave, Vitoria, que todos los dioses estén contigo.–

–¡Que sorpresa, Gilius. Es grato verte por aquí. –

–Estos son mis sirvientes, Lidia y Excrementus. Se me casan. Quiero que asistan bien elegantes a la boda. No te importe el precio. –

Observa a los dos durante un instante.

–Tienen los dos buena percha… aunque la chica…–

–Ya lo sé. Tampoco hace falta que lo pregones. No tengo casi tetas ¿Algún problema? – le dice Amazónica con enfado.

–¿Y cómo osa una esclava a hablar así a una ciudadana romana, Gilius? ¿Acaso no le enseñas modales a tus esclavos? Para eso está el látigo, ¡Connus! –

–¡Basta! No quiero oír más voces.– intervengo, y le entrego una hermosa tela blanca casi tan suave como la seda.

– Esto es para que le hagas a Lidia un precioso vestido nupcial como jamás se haya visto en Roma. –

–¡Joder con las esclavas! – exclama al ver aquella tela.– Casi estoy por pedirte que me compres a mí también. –

–Para Excrementus quiero una túnica también blanca. Debe relucir como un dios. – le entrego una tela que considero más masculina y también de gran calidad.

–Deben ser los mejores esclavos de todo el Imperio o te has vuelto loco de remate, Gilius. – me dice la mujer mientras se acerca para tomarle la medida al hombre y lo toquetea demasiado a juzgar por la cara que está poniendo Amazónica.

–¿Cuándo estarán listos?– le pregunto.

–Dieciséis días. Este trabajo no se puede hacer a la ligera. Con este plazo estarán terminados para unas las Idus del mes próximo.–

–Conforme.– le digo. – Ponte manos a la obra. –

–Un momento… No hemos hablado del precio. – 

–Tienes razón. ¿Cuánto me vas a cobrar por poner tus hilos en mis telas? Espero que no tengas el bolsillo tan abierto como la boca. –

Piensa un instante.

–No puedo hacerlo por menos de doscientos sestercios. – y me mira como si esperase una hostia con la mano bien abierta.

–Me estás robando delante de mis narices, Vitoria. Pero no voy a ponerme ahora tacaño. Te daré ciento cincuenta. ¿Qué te parece? –

–Que eres más agarrado que un mono en un trapecio. ¿Acaso encontrarás en todo el Imperio una costurera mejor que yo? Eso se paga, amigo. –

–Tenlos listos para la fecha convenida. Sé que eres buena en lo tuyo y no me vas a defraudar. Y ya puestos, te doy cien sestercios más si nos haces también unas buenas túnicas a Culito y a mí. –

–¿Todavía tienes a ese rufián en tu casa? –

–Si. Y no me arrepiento. Trabaja duro y bien. Pronto te tendré que encargar otros dos trajes de boda porque el muy granuja vive en pecado con su novia. Es un picha floja de primera y espero que se case y su Sulpinia le ate en corto. Pero aún es muy joven para eso.–

Volvemos a la tienda. Los enamorados caminan detrás de mí.

–Esta será vuestra habitación.– le digo a Amazónica que todavía no la había visto.

–¡Es preciosa, Gilius! No sé cómo agradecerte lo que estás haciendo. – me dice muy contenta y me abraza.

–Nada tienes que agradecer. Mi regalo no son los vestidos ni vuestra nueva habitación. –

–¿A qué te refieres? – pregunta Amazónica.

–Lo sabrás a su debido tiempo. De momento tendrás que esperar al día de la boda. Vuelve con Marcia y comunícale la noticia. Se alegrará. –

Un griterío en la calle nos alerta. Unos hombres luchan a puñetazo limpio junto a mi puerta. La cosa debe ir en serio porque aparte de temer ya los dos la cara como una berenjena, han salido a relucir las espadas.

Uno de ellos es Boniatus, un comerciante de hortalizas que tiene su local junto al mío. Es un buen hombre pero con una afición desmedida hacia el juego. Probablemente discuten por alguna deuda.

Intento separarles pero con precauciones. A ver si va a resultar que me matan a mí. Las espadas se entrecruzan y salen chispas.

–Te voy a matar, verdulero. Nadie se ríe de Zopencus y vive para contarlo. – grita el otro que es algo más grande que Boniatus.

–Tú lo que eres es un tramposo ¿Desde cuándo los dados tienen ocho caras? – le contesta Boniatus mientras para un golpe de gladius con el suyo.

Dos minutos dura la lucha. A mi ese tiempo se me hace eterno pero al final Zopencus yace muerto en mitad de la calle y mi vecino herido, muy nervioso y alterado.

Gilius.– me dice con un hilo de voz.– Lo he matado. Ahora vendrán a detenerme los soldados y mañana seré carne de anfiteatro. –

–No te preocupes. Declararé que ha sido en defensa propia y en justo combate. – intento consolarle.

–¡Y una mierda más grande que el trasero de Nerón! ¿Acaso no sabes quién es Zopencus? –

–No, no lo sé ni me importa. Pero en todo caso ya no tienes que temer nada de él. –

–¡Zopencus se encargaba de buscarle chicas jóvenes a Nerón. Una especie de alcahueta que siempre encontraba en estos barrios a las vírgenes más bellas de Roma. –

–Mal asunto entonces. Date por jodido, Boniatus.– le digo apenado.

–El puto juego me ha buscado la ruina. Pero este cabrón era un tramposo. Casi que me alegro de que su sangre corra por las calles de Roma. –

–¿Qué vas a hacer ahora? – le pregunto.

–Huir lejos de aquí para siempre ¿Qué otra cosa puedo hacer? –

–¿Y dejar tu negocio abandonado? –

–¡Qué remedio! La bolsa o la vida. Así están las cosas. Maldigo a todos los dioses… –

–¿Te puedo ayudar en algo? Podría prestarte algo de dinero para emprender la fuga. – le ofrezco generoso.

–No podría devolvértelo. Jamás volveré a poner mis pies en esta maldita ciudad. –

–Si quieres podemos hacer un trato. Te compro tu local. Pon el precio. – no soy nada hábil para estas cosas. Realmente el local ya no vale nada porque se va a quedar sin dueño. Pero aparte de gilipollas soy un hombre honrado. Lo que viene a ser gilipollas al cuadrado.

–Eres generoso, vecino Gilius. Yo ya lo doy todo por perdido pero agradecería que me lo comprases por dos mil sestercios ¿Te parece bien? –

–Me parece un precio justo. – le contesto y entro a mi local para coger el dinero acordado y dárselo como pago.

El hombre entra en el suyo y sale al poco con unas escrituras a las que añade mi nombre y las firma. Todo en orden. A continuación corre como un galgo por la empedrada calle porque los soldados aparecen ya por la esquina.

–Has hecho mala compra. – me dice Excrementus. – Creo que lo podrías haber conseguido por mucho menos dinero dadas las circunstancias. –

–Sí, pero no hay que aprovecharse de las desgracias ajenas. La vida es como un péndulo y a veces estás a un lado y otras veces te toca pasar por el tubo. Es en esos momentos cuando necesitas de verdad a alguien que te pueda ayudar. ¿Lo comprendes?–

 –No. ¿Qué es un péndulo?–

–Déjalo. Mañana acondicionaremos este local para una idea que se me acaba de ocurrir sobre la marcha. No irás a Ostia, tenemos todavía mercancía. Reparte las hortalizas entre la gente del barrio. Cuando el local esté vacío límpialo y dale una mano de cal. –

–Lo que ordenes, Gilius. Así será. –

–Ahora acompaña a Lidia a casa de Marcia. Este crimen seguro que ha alborotado al barrio. No quiero que vaya sola.–

–Con gusto lo haré. – contesta.

La noche se ha cerrado completamente. Los guardias han llamado a unos vigile para que se lleven el cadáver. Al descubrir de quien se trata se muestran muy preocupados. ¡Nada menos que Zopencus!

–A ver ahora quien tiene huevos de decírselo a Nerón. –dice uno de esos que llevan el cepillo en el casco.

–Yo creo que deberías encargarte tú, para eso eres centurión. Yo soy sólo un legionario raso.– le dice el otro.

–Pero eso puede arreglarse. Eres un buen soldado. Hace tiempo que había pensado en ascenderte. –

– Déjate de hostias, Tenientus. Antes prefiero hacer de cabra. –

 –¿Cabra? ¿Qué cabra? –

–¿No somos legionarios? Pues eso.–