Cristianos
Es cierto, no he venido a Roma para hacer fortuna. Mi misión es enterarme de todo lo que se cuece en esta tenebrosa época.
Ya conozco más o menos el modo de vida de las gentes humildes pero necesito llegar a lo más alto. Sólo un hombre asquerosamente rico puede acercarse al majareta de Nerón y estoy decidido a hacerlo.
No estoy convencido de que asistir a las reuniones de cristianos sea lo mejor para mis propósitos. Pero he de reconocer que me tienta mucho volver a ver a Pedro. Me dejó con la mosca detrás de la oreja en mi primer encuentro con él. Voy a averiguar lo que sabe de mí.
En el fondo sé que esta gente va a acabar mal. Les espera a muchos la muerte en la arena. Intentaré advertirles de lo peligroso de sus actividades aunque sé que de nada va a servir.
Esta noche he ido a casa de Marcia acompañado por mi esclavo Excrementus. Entramos por la puerta escondida en el callejón tal y como nos advirtió la mujer.
–Bienvenidos seáis. – nos dice Portulanio al abrirnos la puerta con muchas precauciones.
–Dios sea contigo, hermano. – le contesta Excrementus.
–Ya veo que has convencido a tu nuevo amo Gilius para que nos acompañe. Sinceramente creía que no le volveríamos a ver por esta casa. –
–Pues aquí estoy. – le contesto.
–Entrad. Ya hay algunos hermanos esperando. Habéis llegado un poco tarde. –
En el atrio está Marcia charlando tranquilamente con patricios y esclavos sin hacer distinción de clases.
–Dios contigo, Gilius. –me dice mientras se acerca a mí cojeado y sonriéndome.
–Es un honor volver a verte, Marcia. Doy gracias a Dios por ello. –
– Debemos comenzar ya. La noche avanza y Pedro está ya muy mayor para trasnochar. –
Echo un vistazo a los presentes.
–Esperaba que fuésemos más. Apenas hay aquí veinte personas. – le digo a Marcia.
–Algunos no se atreven ya a venir después del apresamiento de Huevus Cuadratus. Temen que se haya ido de la lengua. –
–¿Qué sabéis de él? ¿Lo han matado? –
–No. Sigue preso en los calabozos de Nerón. Esperamos que su coraje siga intacto y no diga nada de nada. –
–Mal lo pintas. Los romanos conocéis métodos convincentes para tirar de la lengua y hacer cantar hasta a los mudos. –
–Conozco a Huevus. Sólo quería ser torturado como Jesús y ser asesinado como corresponde a un mártir que se precie. No dirá nada que no tenga que decir, créeme.–
–¿La reunión se va a celebrar aquí? Hablé con tu marido una noche y me dijo que te prohibía continuar con este culto. –
–Ese imbécil no tiene nada que hacer. Vive de mi fortuna. Él sólo es un aprovechado que se casó conmigo por mi dinero. En cuanto le dije que ya no podría disponer de mi capital si seguía impidiéndome ser cristiana se le bajaron los humos. A estas horas debe estar en un burdel jactándose de que es edil de roma ante las prostitutas.–
Busco a Excrementus con la mirada. No está a mi lado. Al final lo encuentro entre unas columnas hablando con Amazónica.
¡Vaya, vaya! Es la cristianita de la que me habló. ¡Qué sorpresa!
Por fin entramos en el sótano en donde nos espera Pedro. Han colocado un par de antorchas en la pared. Aunque la luz que proporcionan no en mucha, sí resulta suficiente para que nos veamos las caras.
Nos sentamos en los bancos que rodean el recinto. Pedro camina trabajosamente hasta situarse en el centro que permanece despejado.
–Padre nuestro que estás en los cielos…– comienza a rezar y todos hacen lo mismo excepto yo. No estoy seguro, pero tengo entendido que el Padre Nuestro ha sido transformado con los siglos y no quiero meter otra vez la pata.
Marcia toma la palabra:
–Esta noche está con nosotros un nuevo hermano. Tal vez lo conozcáis porque está prosperando en Roma comerciando con telas. Su nombre el Gilius y viene desde muy lejos, desde el lejano occidente del Imperio. Démosle la bienvenida.– me hace gestos para que me ponga en pie.
–Amén.– dicen en voz alta todos mientras me observan con curiosidad.
Pedro toma la palabra.
–Es un cristiano que ha sido convertido ya en Hispania. Conoce la vida de Jesús y sus enseñanzas. Hasta ha sido bautizado y todo en su tierra. Nada temáis de él. – y me invita a que me ponga a su lado y les hable.
–Es cierto que vengo de muy lejos. No os lo podéis ni imaginar siquiera. –comienzo a decir. – Había oído hablar de estas reuniones clandestinas de cristianos. Pero es la primer vez que asisto a una.
–¿No os reunís en Hispania los cristianos? –pregunta uno.
–En mi lugar de procedencia los cristianos son libres y no deben andar escondiéndose. Hay locales fastuosos a los que llamamos Iglesias, pero eso son minucias comparadas con las Catedrales. Pero aquí y ahora. –recalco la palabra ‘Ahora’– no parece que las cosas sean del todo así. –
–¿Iglesias? ¿Catedrales? ¿Qué son esas cosas? – pregunta Marcia.
Hala, tú en tu línea de ir metiendo la pata constantemente, me digo.
Los presentes murmuran. Uno me llega a preguntar:
–¿Realmente es así? ¿Qué lugar es ese de dónde vienes? –
–Hispania. –le contesto– Más o menos allí convivimos cristianos, judíos, musulmanes e incluso ateos sin grandes problemas. –
–¿Quiénes son esos musulmanes? – pregunta Marcia. No conocemos esa creencia. ¿Acaso es nueva? ¿Adoran a Dios? –
¡Mierda! Faltan todavía quinientos años para que nazca Mahoma! ¡Esta noche estás sembrado, macho.
–Todavía no se han organizado. Creo que falta mucho para eso. –
–¿Qué opinas de nosotros realmente? – me pregunta Pedro. Me huele a encerrona. Este sabe algo…
–Os admiro. Pero no entiendo el afán que tenéis por convertiros en mártires. Eso no vale la pena. ¿Por qué no podéis adorar a Dios sin meteros en tantos jaleos? –
–Porque los romanos paganos son unos mierdas que no toleran nuestra fe. Adoran a dioses que no lo son. Dios solo hay uno. Tan cierto como que la tierra es plana.. – dice un esclavo negro que está junto a Excrementus.
–Ejem... No estoy completamente de acuerdo en eso. –le contesto.
Murmullos generales en la sala.
–¿No serás uno de esos terrabolistas que andan diciendo que el mundo es una bola como esos filósofos griegos majaretas que no andan bien de la cabeza? – interviene un hombre que por sus ropajes debe ser un acomodado patricio.
–¡Claro! Si el mundo fuese una esfera caminaríamos siempre cuesta arriba. – dice otro muy satisfecho con su reflexión.
–Bueno, basta. – interviene Marcia –No hemos venido aquí a discutir de geografía. Nos hemos congregado para que Pedro nos hable de Jesús ¿No es cierto? –
–Algo de razón lleva Gilius cuando nos advierte de poner en peligro nuestras vidas–dice el anciano Pedro– Pero puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado. –
–Ahí le has dao, Pedro. – escucho al otro lado de la sala.
–Pero eso es un suicidio… ¿Nos lleva Dios a una muerte horrible y voluntaria? ¿Es eso lo que realmente quiere de nosotros? – le contesto. ¡Mira que son cabezones esta gente con el tema del martirio!
–¿Quién eres tú para poner en duda los designios divinos? – la conversación está subiendo de tono.
–Nadie. Pero os advierto… Roma arderá por los cuatro costados muy pronto. Huevus tenía razón aquel día en el que fue apresado. Y seréis vosotros los que paguéis los platos rotos. –
–¿Y tú cómo lo sabes? ¿Acaso vas a ser el que traiga el fuego a Roma? ¿O tal vez eres una especie de profeta de segunda fila que viene básicamente a acojonarnos?– protesta uno cerca de mí.
Me doy la vuelta y le contesto:
–Lo sé y punto. Pero hacedme caso. Vuestro fanatismo traerá algo bueno ya que será el que traiga la fe en Dios al Imperio y al mundo entero dentro de muchos años. Pero me temo que continuará para difundir por la fuerza la palabra de Dios. ¿Acaso eso no es lo que ahora criticáis a los paganos romanos? Con la sangre de Cristo es suficiente. No vertáis también la vuestra y las de vuestros enemigos.–
–Marcia. – grita uno. –¿Por qué has traído a este gilipollas a nuestra reunión? ¿Acaso no ve que sólo expandimos el bien y la hermandad entre los hombres? ¡Y nos llama fanáticos! ¡Le daba con la mano abierta que le quitaba la tontería! –
Marcia me toma del brazo con muy mala cara para que me siente en un banco. Creo que ya he hablado demasiado.
El resto de la noche, Pedro nos habla de sus andanzas con el Nazareno por Galilea, de sus milagros, de sus enseñanzas. Tiene una voz muy dulce que nos encandila.
Al final comienza a ungir a los presentes con su tarrito de aceite y nos da la comunión con pequeñitos mendrugos de pan duro y una anforita de vino que hace circular entre todos para que le demos un sorbito. Cuando llega mi turno me mira a los ojos y queda un momento pensativo.
–No te vayas todavía. Quiero hablar contigo a solas. – me susurra.
Poco a poco todos abandonan la sala excepto Marcia, Excrementus, Amazónica, Pedro y yo.
–¿Qué hacéis aquí todavía? Marchaos y dejadnos solos.– les dice la señora a los esclavos.
–Déjalos. ¿No has reparado que en sus ojos brilla algo especial? Obsérvales atentamente, hermana Marcia. – le dice Pedro.
–No, no veo nada. Debe ser porque hay aquí muy poca luz. –
–Empleamos días, noches e incontables horas en hablar del amor y tú no eres capaz de verlo cuando lo tienes ante tus propias narices, Marcia. – Le contesta el anciano pedro con una sonrisa tierna.
–¿Es cierto que estáis enamorados? – Les pregunta la mujer.
Amazónica, porque sigo refiriéndome a ella por su apodo, baja la cabeza cuyo rostro está fuertemente sonrojado. Excrementus se arma de valor.
–Sí, mi señora. Amo a esta mujer. – le contesta.
–¿Y con que permiso te atreves a cortejar a mi sirvienta? –
–Con el permiso y la bendición de Dios. Si él ha sembrado el amor en las almas de estos dos, ni tu ni yo ni el mismísimo Pedro somos nadie para marchitarlo. – le digo.
–Tiene razón Gilius – interviene ahora el Santo.
Le lanzo un órdago.
–Escucha, Marcia. Estoy dispuesto a comprare a Lidia. –
–No está en venta. Además no es mi esclava. Les concedí el don de la libertad a todos mis sirvientes. Ahora son libertos. Están en mi casa por propia voluntad. Una cristiana no debe poseer esclavos. Va contra la voluntad de Dios. –
–Ese gesto te engrandece, Marcia. ¿Y sabes qué? Yo voy a hacer lo mismo con los míos. –
–No serviré a otro señor que no seas tú aunque me conviertas en un hombre libre.– me dice Excrementus.
Ahora me dirijo a Lidia. Levanto su rostro avergonzado con mi índice bajo su barbilla.
–¿Aceptas venir conmigo a mi casa junto a tu amado Excrementus? Te juro por Dios que te sentirás a gusto en ella. No debes temer nada de mí. –
–No puedo dejar de lado a mi señora Marcia. Ella siempre ha sido como una madre para mí. ¿No sería eso una ingratitud hacia ella?– dice en voz muy bajita y triste.
–Nunca te impediré que vengas a verla cuando te plazca. Pero ten en cuenta que ya eres una mujer. Marcia no puede darte el amor de un hombre bueno y que te ama como Excrementus. –
La chica mira fijamente a Marcia. No sabe que decir.
–Haz lo que creas que debas hacer, Lidia. Gilius tiene razón y me parece que es un buen hombre aunque no sea buen cristiano. –
–¿Por qué dices eso, Marcia? – interviene el Apóstol.
–¿Acaso no le has oído antes, Pedro? A mí me parece que sólo se ha dedicado a pronunciar palabras que no han sido del agrado de Dios. Los hermanos se han marchado molestos con él. –
–Gilius es especial. Lo supe desde el momento en que lo vi la otra tarde. Por eso quiero que nos dejéis solos. He de hablar con él. –
Salen los tres y nos dejan a Pedro y a mí entre las penumbras de la sala.
Caminamos hasta uno de los bancos de madera, nos sentamos uno junto al otro. Pedro toma mis manos entre la suyas y fija sus ojos en los míos.
–Créeme si te digo que sé bastantes cosas sobre ti, Gilius. He tenido revelaciones divinas desde que te vi por primera vez. –
– ¿Qué revelaciones? ¿Qué insinúas, hermano Pedro? –
–Creo que conoces cosas del futuro. Por ejemplo, sabes que Roma se incendiará. ¿De dónde has sacado tan loca idea? Ha habido muchos incendios y nunca ha pasado nada.–
–Suposiciones mías. Pero te advierto, Pedro, si eso ocurre pronto los cristianos serán acusados de haberlo hecho y tú serás apresado y asesinado. Porque el incendio destruirá toda la roma humilde y pasará a la historia. –
–Nada temo. Lo que está escrito por Dios no puede ser borrado por un hombre. Sea en mí su voluntad. Él sabe lo que hace. –
–¿No vas a escapar? Te lo estoy advirtiendo muy en serio. –
–No. –
–¿Y los demás? ¿Acaso deben ser también asesinados en el Anfiteatro como criminales? –
–No correrán esa suerte si Dios lo evita. –
–No lo evitará. –
–Basta – dice ahora en tono enérgico. – La fe tiene un precio y a la vez la recompensa de la vida eterna junto a Dios. Te ruego que no vuelvas a estas reuniones si tu propósito es derramar el miedo en la voluntad de nuestros hermanos. Dios es ahora mismo lo único que tienen. El terror es el enemigo número uno de la esperanza. –
–Mi intención es la de advertiros. A ti te lo puedo contar como secreto de confesión. Conozco el futuro. No puedo cambiar la historia ni tampoco debo hacerlo. Lo tengo prohibido. Pero mi conciencia no quedaría tranquila si no os avisase de los peligros que os acechan a todos. –
–No lo hagas. No lo entenderán y además pensarán que eres un enviado de Satanás para confundirles. –
–Eso tiene fácil arreglo. Adviérteles tú. Yo no puedo hacer más por todos vosotros. –
–Ya has hecho bastante. No sé si bueno o malo, pero bastante, créeme. –
–Siento si he estropeado la reunión con mi presencia. Te pido disculpas. Si ese es tu deseo no volveré a reunirme con vosotros.–
–Haz lo que tengas que hacer. Aquí siempre estaremos tus hermanos para recibirte con el corazón abierto. Pero recuerda que el futuro está escrito por Dios de su puño y letra. Nada cambiará por mucho que te empeñes en ello.–
–Lo tendré presente. –
–Tengo entendido que eres un próspero comerciante. Te deseo la mejor de las venturas. Eso solo puede significar que Dios está de tu lado también. – ahora su tono es mucho menos serio.
–Sí, no puedo quejarme. Pero no estaré mucho tiempo en Roma. Tal vez un año. Tengo otros planes. –
– Muy bien, me alegra tu éxito. Eres un buen hombre y posiblemente también un buen cristiano. Eso no puede saberse porque las almas están ocultas. Sólo la conciencia de cada cual es capaz de juzgar sus propias acciones. Tiempo habrá para que luego las juzgue Dios. –
–No sé si soy bueno o malo. Procuro no hacer daño a nadie ni meterme en jaleos. Eso es todo. –
–Eso está bien, pero ahora te ruego que me dejes solo. Estoy muy cansado, Gilius. La noche ha sido larga y soy ya un anciano debilucho. Recuerda lo que hemos hablado esta noche.–
Le hago una gran reverencia, me arrodillo y le beso sus manos.
Estoy a punto de abrir la puerta para salir y me dice algo que me paraliza hasta tal punto que no sé siquiera cómo he evitado hacerme mis necesidades encima[1]:
-JuanVi, cuando vuelvas a tu lugar, saluda a Mister Patterson.
[1] Hacerse las necesidades encima: Cagarse por la pata abajo (nota del traductor, este trabajo no está bien pagao.)