Capítulo 2


Los celos de Horacio

Me sirvo una buena taza de café manchado con un poco de leche y sacarina para no tomar azúcar ya que tengo diabetes, y un Donuts bien pringoso porque, como bien sabemos todos a estas alturas, soy bastante gilipollas.

Horacio da unos codazos a su mujer completamente mosqueado con el tema de si me ha visto o no mis partes y Dimitri apenas se inmuta. Diríase que sus pensamientos están muy lejos de esta sala. Todos sabemos que está muy afectado por la guerra en Ucrania pero procuramos no sacar nunca la conversación delante de él. Es un buen compañero y un buen sujeto. No deseamos incomodarle con el tema.

Los que hemos vivido una guerra en todo su espantoso esplendor sabemos de lo que debemos y no debemos hablar.

Brenda llega sofocada, seguramente que para ella la jornada ha comenzado muy temprano y ha resultado ser bien ajetreada.

–¿Ocurre algo? – le digo mientras me siento a su lado con mi desayuno en un platillo.

–Cuando los clientes tienen cita tan pronto hay que hacer muchos preparativos para que esté todo listo y dar una buena imagen. Toca madrugar y dejarlo todo impecable.–

Mira a su alrededor.

–¿Dónde está María? –

–Si mis cálculos no me fallan, debe andar ya por la quinta prueba de zapatos, eso si ya ha decidido qué bragas ponerse. No te preocupes, no tardará más de un par de siglos en bajar. –

–Después del palizón que me he dado, sólo faltaría que por vuestra impuntualidad se vaya todo al garete. –

–No te preocupes tanto, ya verás cómo todo sale bien. – intento tranquilizarla y levantándome para prepararle una tila.

–¿Brenda, tú también le has visto los huevos a JuanVi? – interviene Horacio todavía con la mosca detrás de la oreja con todo el asunto que, según él, relaciona mis partes más nobles con su mujer.

–¿Cómo? –

–Por lo visto son de lo más popular últimamente en la empresa. Anda, díselo tú Mari Tere. –

–Horacio, cariño, muchas veces no hay quien te aguante cuando se te mete una cosa en la cabeza. Te puedo asegurar que sólo fue un accidente. – contesta Mari Tere sin dejar de remover la leche de su taza con la cucharilla y observando divertida las volutas de vapor que salen de ella.

–¡Así que es cierto y has visto a este marrano en cueros! ¿Qué clase de accidente es ese? – Me mira con un semblante asesino digno de una película muda de terror.

–¿Dónde está Mister Patterson? – pregunto para cambiar de conversación.

–En el aeropuerto. Ha ido a recoger a esos clientes tan importantes de los que te hablé. –

–¿Son los fulanos que me van a encargar la misión? Tengo entendido que nos van a hacer viajar al antiguo Egipto. –

–Los mismos. Debe tratarse de algo gordo. Es la primera vez que dos gilipollas son enviados juntos a la misma misión. –

–Mari y yo estamos entusiasmados con visitar ese país que esconde maravillas tan espectaculares. –

–No sé, es una misión más. Todas tienen sus cosas buenas y malas. Ya tienes experiencia suficiente como para imaginártelo. Pronto os darán todos los detalles. Yo no sé más que tú de ese encargo. –

De improviso aparece mi Mari radiante con un vestido azul marino que quita el sentido. Hace su entrada triunfal del brazo de Anthony como si fuesen las figurillas de un pastel de bodas.

–Buenos días. – saluda mientras se dirige a la cafetera con un sonido de tacones altos que se amplifica con la madera con la que está cubierto el suelo.

–¡Ohú, mi arma. Hace tiempo que no iba der braso de una muhé! – exclama el científico loco tan genial y, a la vez, tan gañán.

Mari se sienta a mi lado y coge la mitad de mi Donuts. Por lo que me ha contado muchas veces, es el modo de que ambos tomemos menos azúcar. Asegura que es para que no me suba la diabetes y de paso para no engordar ella misma ¡Qué cuajo tiene! Pero ya se sabe con estos dulces: un minuto en la boca y toda la vida en el culo.

Horacio parece más calmado pero no deja de mirarme fijamente. Me siento incómodo y algo preocupado por la actitud de ese energúmeno.

Al otro lado de la mesa, Dimitri sigue ensimismado en sus pensamientos, pero súbitamente parece despertar de su letargo y observa asombrado a mi mujer.

–En Siberria conocí mujier como tú. Le propuse matrimonio en una fría noche, mientras hacíamos gigantesco muñeco de nieve. –

–¿Y qué pasó? – preguntamos todos al unísono.

–Se largó con un comerciante de pieles de foca. Mujieres sentirse atraídas siempre por diamantes, abrigos de piel y hombres con bolsillos llenos aunque sean más feos que una nevera por detrás.–

–Exageras, Dimitri. Yo todavía no me he comprado un visón que he visto en un escaparate de Calvin Klein, el único pedrusco que tengo me lo regaló mi marido cuando novios y es de cristal Duralex y en cuanto su belleza… digamos que se le puede mirar aunque sea de reojo y con las gafas sucias. – dice mi Mari como si ir contando esas cosas le interesaran a alguien.

–¿María, sabías que tu marido se ha liado con Mari Tere?– Horacio no pierde ocasión de meter baza. Esta vez tira con bala de cañón con intención de liarla parda.

–¿Qué me estás contado? Eso no puede ser. Desde que regresamos de Verdún no le he dejado ni a sol ni sombra. Además, Mari Tere es una mujer como Dios manda. Deberías pedirle disculpas por tu comportamiento.–

–Pues ya ves… Aquí la que más y que menos le ha visto ya las pelotas al marrano este de tu marido. –

¿Se trata de eso? No te preocupes. Es cierto que se exhibió ante Mari Tere pero fue completamente sin mala intención y por casualidad. Yo estaba presente.–

–¡Qué escándalo! Encima hicisteis un trío ¡Es ya lo que me faltaba por oír. –

Arruga su servilleta de tela con ambas manos y con una fuerza descomunal. Me mira, y esta vez, temo que salte a mi lado de la mesa, me agarre del cuello y termine ahogándome.

–Te puedo asegurar que no das ni una, Horacio. Ese fue un episodio sin importancia. Además, apenas fueron unos segundos.–

Mari Tere asiste a la conversación con una sonrisa de oreja a oreja. Brenda no sabe nada de nada y observa a todo el mundo con ojos como platos. La pinchan en este momento y no le sacan sangre.

–Suficiente tiempo si uno va a lo que va. –

–Escucha, atontado, ya me estás hartando demasiado este temita. Yo salía del baño y tu mujer estaba en mi habitación. No pudimos evitarlo. –

–¿Ah sí? ¿Y qué hacías tú en el cuarto de este mamarracho? – Esta vez su voz suena como de ultratumba mirando a su mujer como si fuese la primera vez que la ve.

–Fui a invitar a Mari a salir a comprar algo o a lo que surgiese. –

–¿Y se terció ver al Rey de Bastos? ¿no? –

–Algo parecido. Pero dadas las circunstancias, yo lo compararía mejor con la sota con el garrote al hombro. –

–Me voy, no aguanto más. Ya hablaremos de esto tú y yo. Y en cuanto a este, no va a ser mentira lo de tener un huevo de menos. Me encargaré de ello personalmente. Dame tiempo. –

Se larga refunfuñando mientras todos ríen menos yo. Eso de las amenazas nunca me han gustado y menos cuando en la tómbola se están rifando mis cojones.

A pesar de todo, y contra todo pronóstico, son sólo las nueve menos cuarto. Tenemos tiempo de sobra.

Aprovecharé para salir un momento al portal, fumarme un cigarrillo y despejarme un poco.

Busco en mis bolsillos el encendedor y me doy cuenta de que me lo he dejado en mi habitación ¡Que fastidio! Un hombre vestido con un mono de pintor lleno de residuos de todo tipo de colores pasa a mi lado.

–Perdone, señor ¿Podría usted darme fuego, por favor? – le digo mientras se detiene y me mira de arriba abajo.

–Hay que joderse con los ricachones, seguramente usted ha amasado una fortuna ahorrándose el gas de los mecheros. Pero va a ser que no. No fumo.– me dice a las vez que tira al suelo una colilla que llevaba en la boca y sigue su camino.

–Pues muchas gracias de todos modos, ha sido usted muy amable. – le digo en tono irónico mientras recojo la colilla todavía encendida para prender mi cigarrillo con ella.

–El tipo para de golpe y se da la vuelta. Su mirada no deja lugar a dudas: no le ha gustado nada de nada mi comentario.

–¿Qué pasa? ¿Me toma por gilipollas? ¿A qué viene pitorrearse de la clase trabajadora? ¡Ah, no! Déjeme que lo adivine: el gilipollas es usted. –

–En efecto, así es. Le sorprendería hasta qué punto. –

Este imbécil tiene ganas de bronca y yo siempre he sido muy cobarde para pelearme así como así. Se acerca hasta permanecer a milímetros de mí. Y sin venir a cuento me lanza una hostia de las que hacen época.

Afortunadamente, su mano no llega a impactar con mi cara porque providencialmente Dimitri ha aparecido como de la nada y le ha sujetado del brazo.

–Не трогай моего товарища, или тебе придется иметь дело со мной. – le dice en ruso con el poder acojonador que tiene ese idioma. (No toques a mi camarada o te la tendrás que ver conmigo. (Nota del traductor, por cierto: Hola de nuevo, el autor sigue sin pagarme las traducciones pero no pierdo la esperanza con este tacaño. En todo caso, aprovecho para saludarles y a ver si le convencen. Tengo cuatro hijos y una suegra que se metió en casa hace ocho años que no consigo tirar ni con humo)

–¡Vaya! Pero si este fulano tiene hasta guardaespaldas. Deber ser un mafioso importante. Pero igual que te digo una cosa te digo la otra. Con vosotros dos no tengo ni por dónde empezar. Es una pena que se me hace tarde para ir al trabajo. – dice mientras retrocede, se da la vuelta, camina cada vez más rápido y termina corriendo calle abajo.

–Gracias, amigo. En todos los pueblos hay un tonto y yo me he topado con el de Philadelphia de buena mañana. –

–No importancia. En Rusia también he partido la cara a muchos como este. Y tú también deberías apriender a defenderte como un hombre.– Me dice mientras me ofrece fuego con su encendedor de yesca y después se enciende él mismo un machorka ruso que inunda de aroma apestoso toda la acera.

Mientras fumamos hablamos de cosas intranscendentes que no reproduzco aquí porque son ustedes un público inteligente y lo nuestro son cosas de gilipollas que escapan a su entendimiento y les pueden resultar incluso perjudiciales para sus neuronas avanzadas.

Mis tripas suenan de pronto como si en ellas hubiese encerrado un gato montés. ¡Mierda! Los nervios de la visita, el mequetrefe este que me quería pegar, el café y el tabaco. Ya se sabe: “café y cigarro muñeco de barro.”

El apretón repentino es tan fuerte que temo montar un espectáculo en las mismas escalinatas del edificio. Corro como un corcel escalones arriba dejando a Dimitri con la palabra en la boca.

Entro a la carrera en el hall. No me arriesgo a coger el ascensor. Mientras lo llamo, se abre, pulso el botón, llega arriba y se abre la puerta… ¡Imposible!

Un reloj de cuco me sobresalta. Aparece por la ventanita un pájaro descolorido y cuyo fuelle debe estar tan desgastado que emite graznidos en lugar de armoniosos trinos. Seguramente se trata de un suvenir del pasado traído por algún gilipollas. ¿Yo que sé? ¡Me cago!

Llego a la escalera de mármol interior y subo los escalones primero de dos en dos y después de tres en tres. Me cruzo con Brenda que baja de su habitación hacia el despacho de Mister Patterson.

–¿Dónde vas como un loco por la escalera? ¿No ves que te vas a matar? –

–Estoy entrenando. Además tengo un asunto urgente que resolver. – le digo sin dejar de subir y jadeando por el esfuerzo.

–¡Joder! ¿Qué pasa ahora? Mister Patterson y los clientes acaban de entrar por la puerta. ¡No te retrases por Dios!.

–No tardo nada. Sólo necesito pasar de lo abstracto a lo concreto. –

–¿Qué? –

–Que se está cagando.– interviene mi Mari que ha escuchado la conversación desde el piso de arriba.