Capítulo 1

Un mal despertar

Ya estoy completamente recuperado de mis heridas de guerra del viaje anterior. Y para los crédulos que todavía se hayan tragado todas esas patrañas de Horacio acerca de que me volaron un huevo en alguna trinchera de Verdún, pues pondría en esta misma página una foto a todo color de mis genitales. Es una pena que la editorial se haya negado en redondo a hacerlo.

Pero a lo que vamos, mi mujer y yo hemos estado de vacaciones durante un par de semanas visitando Philadelphia, cosa que yo no había hecho todavía durante todo el tiempo que he estado aquí. ¿Qué importa? La ciudad es maravillosa, pero es lo que tienen estas grandes urbes… vista una, vistas todas.

Estamos acostados en nuestra cama enorme. El sol intenta penetrar como un ladrón por entre las cortinas. Abro a medias un ojo y me vuelvo a enroscar como un feto mal hecho. ¡Qué bien se está en la cama cuando el despertador no da por culo a horas intempestivas!

Uno de los mayores placeres que se pueden experimentar es el despertar natural cuando le sale a uno de las pelotas.

Mi Mari duerme abrazada a la almohada como si tuviese miedo de que alguien se la pudiese robar mientras el creciente ruido del tráfico comienza a estropear un amanecer espectacular.

Me levanto a mear con todas las precauciones de un explorador indio. No me voy a arriesgar a tropezarme con la sábana colgandera y darme un golpe en la cabeza. He leído en alguna parte que esos golpazos son lo peor e incluso uno, en mitad del confinamiento de la Covid 19, se volvió gilipollas perdido por culpa de uno de esos accidentes absurdos. Pero eso es otra historia…

No sé si os pasa a vosotros,  pero yo, mientras meo, me acaricio un poco una nalga por encima del calzoncillo y me da tanto gustirrinín que se me ponen los ojos en blanco y se me erizan los pelos del cogote. ¿Será porque soy gilipollas? ¿Quién sabe? Pero hay que hacerlo con precauciones, si por una mala postura durmiendo tienes el brazo dormido te llevas un susto que para qué.

Intento no hacer ruido para no despertar a mi Mari mientras me ducho con agua calentita y me enjabono concienzudamente.

Pese a que soy un negado para eso de la música, tarareo por lo bajini bellas melodías de “El Fary”. Canturreo en voz baja para no armar demasiado escándalo, pero eso del “Torito bravo” o se canta como es debido o se convierte en una mierda. Oiga, un  toro que tiene botines y no va descalzo se merece un respeto.

Deben ser ya cerca de las ocho y una de las cosas que no perdono en absoluto es un buen desayuno a base, sobre todo, de café.

En esta empresa son tan tiquismiquis con eso de la puntualidad, que se agarran un mosqueo de tres pares de pelotas cuando llegas tarde al comedor.

Salgo del baño cubierto por una toalla y estoy a punto de abrir el armario para vestirme con algo decente cuando el teléfono se pone a sonar como si no hubiese un  mañana.

–¡Joder, vaya mierda! – susurra mi Mari tapándose la cabeza con la almohada.

–Diga– respondo de mala gana.

–Buenos días, JuanVi. Soy Brenda, te llamo por algo importante. –

–Pues tú dirás. Debes tener un buen motivo para llamar a estas horas indecentes. Precisamente ahora que estaba a punto de proponerle a mi Mari que hiciésemos unas guarrerías españolas. –

Con esa patética mentira intento que se sienta culpable de llamar a estas horas. Pero mi Mari, con voz todavía perjudicada por el brusco despertar está al quite.

–¿Un kiki a estas horas? ¡Y una mierda así de grande para el caballero! – dice extendiendo los brazos. Ella está siempre dispuesta a meterse en las conversaciones ajenas. Feo vicio.

Escucho risitas al otro lado del teléfono. Debe ser que Brenda lo ha oído todo. Tras unos segundos de desahogo, la chica vuelve a insistir.

–Lo siento, JuanVi, pero Mister Patterson quiere veros a los dos a las nueve en punto en su despacho. Tenéis el tiempo justo de vestiros y desayunar. No le hagáis esperar. Creo que vienen unos clientes importantísimos a conoceros y ya se sabe que el mandamiento número uno en la empresa es la puntualidad.–

–Bien, allí estaremos como un clavo. Bueno, hablo por mí. En cuanto a Mari: asearse, vestirse, desayunar, volver a la habitación hecha un basilisco a cambiarse de vestido porque el que se acaba de poner no le gusta, volver al comedor, darse cuenta de que los zapatos no combinan con la falda, subir a ponerse otros zapatos, mirarse al espejo, caer en la cuenta de que el maquillaje no le pega al color del traje, cambiarse nuevamente y reunirse conmigo para ver al jefe… No se… muy justito va a venir todo. –

–Es lo que tenemos las mujeres– contesta Brenda con un tono de paciencia maternal– No nos gusta ir a los sitios hechas un adefesio. Y Mari tiene gusto para esas cosas. Los hombres no lo entendéis porque en el fondo habéis evolucionado poco desde los tiempos de Adán. Si por vosotros fuese, todavía iríais con una hoja de parra que os cambiarías de uvas a peras.–

–Bueno, pues nada… Ya me has dado lo mío. Gracias por el aviso y nos vemos en un momento en el comedor. –

–¿Con quién hablabas? – Me pregunta mi Mari estirándose en la cama y bostezando como un hipopótamo.

–Con Brenda. Quiere que estemos a las nueve en punto en el despacho de Mister Patterson. –

–Ya… Y has tenido que decirle lo machote que eres echando polvos mañaneros…Anda que… No cambiarás nunca, gilipollas. –

–Mujer, uno intenta ser simpático y agradable con la gente…–

No me deja acabar y me lanza la almohada directamente a la cabeza.

–¿Y qué rollo le has soltado acerca de lo que tardo en arreglarme? Vergüenza debería darte no saber apreciar lo que una mujer sufre para tener un aspecto presentable. Esas cosas no las entenderéis nunca los hombres. Con afeitaros y poneros lo primero que encontráis ya lo tenéis todo hecho. –

–Mira, no me calientes tú también la cabeza con esas cosas y apúrate. Ya sabes cómo se las gasta esta gente en lo tocante a la puntualidad. – le digo mientras descuelgo el mejor traje de mi armario para llevarle la contraria.

–No te preocupes, en un momentín estaré lista para lo que sea. – dice encaminándose perezosamente hacia la ducha.

La miro como si no supiese el significado de esa frase.

El concepto de momentín es algo que escapa a cualquier medida masculina. De hecho, si lo buscas en Google, no saben ni siquiera si se trata de unas centésimas de segundo o de eras geológicas enteras con sus dinosaurios y toda la pesca.

–¿Crees que debería ponerme corbata o quedaré más informal y juvenil sin ella? –

Intento provocarla. Sé que me va a decir que con un traje siempre hay que llevar una buena corbata de seda y más cuando se trata de conocer a nuevos clientes.

Agudizo mis oídos para escuchar toda esa retahíla pero me equivoco. Desde el cuarto de baño, apagado un poco por el ruido del agua de la ducha, la escucho claramente.

–Haz lo que te salga de los cojones. –

Me encojo de hombros y me ajusto la corbata frente al enorme espejo que tiene una de las puertas del armario.

Necesito una buena taza de café ya, así que para ahorrar tiempo, abro el armario de Mari y escojo yo mismo uno de los vestidos carísimos que ha ido comprando desde que tenemos pasta.

Con cuidado descuelgo de su percha un precioso vestido que creo que es de Armani.

Esta vez no va a poderme decir que no tengo gusto por la ropa.

Tras mi experiencia en Roma, domino el arte de las sedas y los tules. Acaricio levemente la prenda. ¡Es falsa! ¡Se la han pegado en la tienda! Esto es más un artículo de mercadillo que una pieza de alta costura. ¡Pero a ver quién tiene huevos de decírselo! Mis labios quedarán sellados cual estatua de mármol.

Mari sale del baño cubierta por una toalla. Observa la cama sobre la que he extendido el vestido.

–Hijo mío, a veces pareces más tonto de lo que eres. – me dice mientras recoge el vestido y lo vuelve a colgar en la percha.

–¿Qué pasa? ¿No te gusta?

–Eso lo compré en el Mercado de Ruzafa, en Valencia. Desde luego que tienes un ojo para las cosas…–

–Pues no sé, en la etiqueta pone Armani.–

–En las etiquetas de la ropa de los mercadillos pone de todo. Pero hay que ser muy cándido para hacerles caso. Total, para cinco euros que me costó, como si pone que “Mi marido es gilipollas”. –

Me aparta de la puerta de su armario y saca otro vestido mucho más discreto, pero espectacular y de buen corte y calidad. –

–Ve bajando a desayunar mientras me visto tranquilamente. A ver si con un buen café te espabilas en cinco minutos lo que no te ha dado tiempo en espabilar en toda tu vida. –

–Por supuesto que voy a bajar. Si me espero a que termines puede que termine muriendo por inanición. –

–Anda, hermoso, que te dé el aire. – dice mientras se quita la toalla y permanece completamente en cueros hasta que saca unas braguitas rosas de su mesilla y se las pone con lentitud.

Prefiero no mirar porque al final no iba a ser una mentira lo que le dije a Brenda acerca de los mañaneros. Pero mis ojos traviesos no me obedecen y casi doblan su tamaño hasta quedar como los de una lechuza.

–¿Vas a bajar al comedor o vas a seguir haciendo el payaso? – me dice mientras se coloca el sujetador a juego con las braguitas.

–Ya voy. Apúrate. Ya estarán llegando todos al desayuno. No conviene ser siempre los últimos y menos en esta empresa.–

Cierro la puerta con cuidado de que no de portazo. Todavía tenemos el síndrome de combate que adquirimos en Verdún a base de cañonazos, disparos y estallidos de obús. No quiero asustarla a ella ni rodar por el suelo yo mismo como si estuviese todavía en una oscura y fría trinchera alemana.

¡Mierda! Con las prisas y los nervios no me he puesto los zapatos y conservo todavía las pantuflas en los pies.

Mis bolsillos están vacíos porque no  he cogido las llaves de la habitación. Llamo con los nudillos para que me abra.

–Soy yo, cariño. Ábreme, he olvidado algo. –

Tras un tiempo imposible de determinar, por fin entreabre la puerta y se asoma ligeramente para comprobar que soy yo.

–¿Qué? No tienes maña para nada ¿Qué tripa se te ha roto ahora? –

Entro y la veo nuevamente desnuda. ¿Dónde están las braguitas y el sujetador que llevaba puesto? Misterio. Pero en la cama hay tres o cuatro juegos de ropa interior lista para ser escogida.

–Olvidé ponerme los zapatos. No iba a bajar en traje y zapatillas. Uno todavía conserva su estilo. –

–Desde luego, que si te pagan por gilipollas en esta empresa, seguramente se trata del sueldo base y no tienen en cuenta tus méritos ni tu currículum. –

–Ya ¿Pero qué haces todavía en pelotas? ¿No te estabas vistiendo? –

–La lencería esa era horrible para un vestido corto azul. Es estrictamente necesario ir completamente combinada, si ni, no voy a gusto. –

–Tontadas. Al fin y al cabo, nadie ve lo que llevas debajo a no ser, claro, que le hagas a los clientes un Sharon Stone. En ese caso, te recomiendo que no lleves nada. En la película era así. Se le veía todo el toto. – le digo de modo burlón.

–Deberías dejar de ver esas películas guarras. No me extraña que cuando te dan un poco de cuerda pierdas el conocimiento haciendo marranadas cuando viajas al pasado. –

Me coloco los zapatos y me aseguro de coger las llaves y el paquete de  tabaco. Un café sin un buen cigarrito después no es lo mismo.

–Revísate todo lo que tengas que llevarte. No pienso perder más tiempo abriéndote la puerta otra vez, que luego son todo críticas. Que si tardas mucho en vestirte y que si patatín y patatán.–

–Vuelvo a cerrar la puerta tras de mí con sumo cuidado. Esta vez me aseguro antes de no olvidarme de lo necesario. ¿Un espléndido amanecer? ¡Y una mierda! se ha convertido en una tómbola en la que me estoy llevando todos los boletos sin premio. –

Bajo al comedor. Son las ocho menos tres minutos y por el murmullo de las conversaciones, sospecho que ya hay gente desayunando. Abro la puerta y se hace el silencio. Mi aspecto debe ser espectacular con mi traje de Emidio Tuzzi.

–¡Joder que elegante vienes y con corbata y todo! – exclama el anormal de Horacio.

–¡Y dos cojones, cacho cabrón! ¿Cómo se te ocurrió la idea de ir diciendo por ahí que los franceses me habían convertido en una especie de eunuco de vía estrecha?–

–Mi marido tiene esas cosas, pero no se lo tomes a mal. Intenta ser gracioso, eso es todo. –– interviene Mari Tere–

–Pues no le veo yo la gracia a eso de que sea la comidilla y vaya entre lenguas el tema de mis huevos. Conservo todas las piezas intactas y en su sito, así que ya lo sabéis.–

–Doy fe de ello. – sentencia Mari Tere.

–¿Cómo que das fe de ello? –Horacio salta como un muelle– Tendrás que explicarme eso muy despacito. –

Creo que Mari Tere está disfrutando más que un tonto con una tiza. A las mujeres, cuando les da por chinchar a los maridos con un tema, son insaciables.

–Son cosas que pasan, querido. Entré en su habitación y ocurrió. No te sulfures. – le dice entre sorbo y sorbo de café cortado.

–¿Cosas que pasan? Te pasarán a ti. Yo no voy por ahí metiéndome en alcobas ajenas y viendo a las compañeras en porretas y lo cuento como si no tuviese la menor importancia. –

Me resulta imposible describir el color de la cara de Horacio. Pasa de la palidez más absoluta al rojo brillante semáforo.

–Tu mujer tiene razón. Estás haciendo un océano de una gota de agua. – intento mediar con más miedo que vergüenza.

–¿Gota de agua? – me grita poniéndose en pie esa especie de oso desbocado por los celos– Buena idea. Lo de la gota malaya va a ser la tortura a la que te voy a someter en cuanto te pille a solas ¡Exhibicionista de pacotilla! –

–Vamos, amigo, tampoco es para ponerse así. Aquello fue una tontería a la que le estás dando mucha más importancia de la que tiene realmente. –

–¿Pero tú las has oído? Dice que da fe de que te ha visto en cueros y ahí la tienes, tomando el desayuno con la tranquilidad de un lama del Tíbet. –

–La culpa la tienes tu por ir de gracioso por la vida. Si no hubieses difundido la calumnia de mi castración en Francia, a lo mejor no pasarían estas cosas.  Ya me estás hartando, Horacio. –

El hombre se sienta violentamente, tanto que casi se cae de su propia silla. No deja de mirarme como si quisiera memorizar cada uno de mis rasgos.

Mari Tere no puede disimular una sonrisa tan grande que parece un emogi del WhatsApp.

–Estás tú listo si te crees que esto va a terminar así como así. Si no sabes tolerar  una broma es que eres más soso que un guisado de alfalfa. Pero eso no te da derecho a ir por ahí como un marrano exhibiéndote ante personal femenino. Un poquito de respeto, de vergüenza y de decoro no ten vendría mal, JuanVi. –

–Pues a mí no me ha molestado en absoluto. – vuelve Mari Tere a meter sal gorda en la herida.

Horacio observa ahora a Bobby que ha permanecido callado todo el rato con cara de tonto.

–¿Y tú como hombre que opinas de todo esto? ¿Qué te parece este guarro que tenemos como compañero? –

–A mí no me metáis en vuestros líos. Sólo puedo decir que nunca jamás ninguna de las chicas de la empresa me ha visto la cola. Díselo tú Mari Tere. –

–Cierto, yo nunca te he visto en pelotas– afirma la mujer.

–Estaría bueno. Ni se te ocurra siquiera o terminarás muy malamente. –contesta Horacio volviéndome a mirar de arriba abajo con una mirada tan profunda que da vértigo con solo asomarse a ella